La curiosidad y el deseo de conocer son los motores que nos empujan a las preguntas e inician la búsqueda de respuestas, las cuales a menudo no llegan o llegan para que, tiempo después, sean sustituidas por otras que se irán sucediendo. Como humanidad, las iremos acumulando, descartando o aceptando, y como individuos, no conoceremos la mayoría de ellas porque estaremos muertos y otros todavía no nacidos tendrán que plantearlas y reflexionarlas, descartar las insatisfactorias y buscar nuevas, y así hasta que la especie humana desaparezca, pues tal es el sino de lo que nace. La vida de la humanidad, también la de la persona, aunque esta de mayor brevedad, es un continuo viaje, un caminar y tropezar en busca de respuestas que expliquen el universo físico y abstracto, también que nos expliquen como especie y como individuos, así como nuestra relación con el mundo. ¿Qué nos diferencia del resto de los seres vivos? ¿Y entre tú y yo? ¿Qué tengo para ser yo y no ser tú, pero ser nosotros? ¿El pensamiento? ¿Mi capacidad para darme respuestas tal vez diferentes a las mismas preguntas que puedas hacerte? Por ejemplo ¿qué es el conocer? ¿Conocemos del mismo modo? ¿Se puede llegar al conocimiento pleno? Es decir, ¿a conocer todo? Pero ¿cuáles fueron las primeras preguntas que se formularon los individuos que originaron el pensamiento humano?
Quizás las mías fuesen ¿quiénes son esos dos gigantes que me miran y no me dejan dormir?, ¿por qué me insisten y responden a mis pedorretas con las suyas? Acaso ¿también ellos se comunican así o tienen otro lenguaje más complejo? Probablemente, no fuese así y lo que despertó mi curiosidad fue la novedad tras el dolor que supuso el cambio tras nueve meses en la húmeda sombra. Lo mismo podría decirse como especie, las cuestiones primarias asoman ante lo que nos sorprendió primero: preguntas relacionadas con la naturaleza, con sus cambios físicos y también con los nuestros: nacer, crecer, envejecer, morir. La humanidad podrá existir millones de años, mientras que el individuo más longevo apenas supera el siglo, pero eso no evita que sueñe la inmortalidad, primero por medio de la religión y después por la ciencia, tal como hace Victor Frankenstein de la mano de Mary Shelley. Estos dos opuestos, aquí se acercan para mitigar el que quizás sea el mayor temor de la especie desde que toma conciencia de ser y nacen las preguntas, y se dan las primeras respuestas. Así surge el mito, que explica con la intervención divina los hechos y las cosas que les resultan de difícil explicación y comprensión, pero este tipo de respuesta acaba por resultar infantil, insuficiente e insatisfactoria para quienes observan que los cambios físicos, las formas e incluso sus propias ideas obedecen a algo distinto; y ahí entran en juego el pensamiento analítico (y crítico) y el sentido común, que no era ni es tan usual ni fácil de encontrar como su adjetivo presume…
Solo el preguntarnos puede respondernos. ¿Y esta testura y este material? ¿Donde se esconde el sol? ¿A qué se debe la lluvia y por qué todo florece después? ¿Dónde encontrar refugio contra el frío? ¿Puedo combatirlo de otro modo? ¿Y el fuego? Sentarse alrededor de una hoguera calienta, y esa calidez también permite un ligero acomodo que invita a detenerse y pensar en el crepitar… Quizás ese sonido nos llevase a la abstracción, pero me decanto por una suma de factores que deparó el interrogante que al tiempo que nos define nos cuestiona. Quien no se pregunta, ¿cómo puede saber quién es? Si no me planteo quién soy, me doy por satisfecho siendo qué y me estanco en un dejarme estar alienado; pero si me lo pregunto, tal vez logre seguir preguntándome quién soy, la persona que creo ser, y continuar cuestionando el mundo, más allá del mundo alcanzado por los sentidos. Cada nuevo conocimiento abre las puertas a lo desconocido. Así, de plantearse algo tan sencillo en apariencia, algo que se plantearon tantos otros antes y espero que después, se accede a la idea de ser, la que habrá que ir replanteando a lo largo de la existencia, pues quien fui ayer, no lo seré mañana, aunque parte de mi yo anterior perdure en el posterior. ¿Lo mismo valdría para cuanto me rodea? Aquí se juntan las posibilidades de Parménides y de Heráclito, las unidas por Empédocles y las que fueron evolucionando hasta llegar al primer “materialista”: Demócrito, quien asume que todo está compuesto por átomos y vacío. A esa serie de pensamientos, que van desde los primeros pensantes hasta este filósofo presocrático, se le llama evolución, que también existe a la inversa y la llamamos involución, que no es más que evolucionar en sentido contrario al esperado. Pero ¿esperado por quién? ¿Y qué esperamos de nosotros y de los demás?
Esta no es la pregunta que despierta la curiosidad de Sofía, la que le abre las puertas a la búsqueda de sus propias respuestas, que comprende que no tienen que ser las que se da el resto. Sus preguntas iniciales son dos, que no son suyas, si no de su guía. Aquí se introduce la importancia del maestro, de quien ayuda a pensar, tal como sus discípulos nos muestran a Sócrates, quien para Platón y Jenofonte sería alguien así como Ernst Lubitsch para Billy Wilder, salvo que el ateniense no dejó nada escrito, ni dijo nadie es perfecto, tal vez no le pareciese importante insistir en eso —ya su famoso discípulo se encargaría de señalar donde encontrar la perfección, aunque otros como Aristóteles se mostrarían en desacuerdo con las ideas platónicas—, ni dejar constancia de sus ideas, puesto que las dirigía a un grupo determinado y limitado: sus oyentes. <<Para cualquiera que tuviese una mediana sensibilidad era evidente que cosa ninguna había más útil que estar con Sócrates y pasar con él tiempo en cualquier sitio y en cualesquiera actividades>>, (1) escribe Jenofonte, una de las fuentes directas que nos hablan del maestro de la mayeútica, a quien el desconocido, o desconocida, que establece contacto con Sofía, omite cuando habla de Sócrates.
El extraño deja las cuestiones en el buzón de la casa de la adolescente, escritas en el interior de dos sobres blancos; en los amarillos llegarán futuras explicaciones, que conducirán a la protagonista y a los lectores por donde quiere el escritor, similar a lo que hace Sócrates en los “diálogos” de Platón, que siempre nos conduce donde quiere que lleguemos. Resulta evidente que es un tramposo, mas su guía y su conversación son estimables porque nos sitúa cara a cara con el “solo sé que no sé nada”. O, según infiero de las palabras de Bertrand Russell, <<Esto equivale a decir, una vez más, que estaremos tanto menos seguros de nosotros mismos cuando más exactos y precisos seamos>>. (2) A eso lo llamo jugar con ventaja, pero así es el juego del aprendizaje y del desaprender, que alguien anterior ha de guiar los primeros pasos de los siguientes. En todo caso, los interrogantes empujan a Sofía al camino de la duda, al plantearse las cuestiones que para la mayoría pasan desapercibidas, porque se han acostumbrado y acomodado a la apariencia del mundo y a la vida que en él experimentan ya sin preguntarse ni sorprenderse. Las preguntas que empujan a Sofia vendrían a ser el conócete a ti mismo, en su sentido mas amplio que el expresado en Delfos, y aquello que te rodea, es decir el mundo tal como es, pero ¿cómo es? ¿Y quién soy, si dudo de todo y llego a la conclusión cartesiana de que pienso, entonces existo?… Claro, todos sabemos que soy yo, y que el mundo es así, o ansí si eres Baroja, pero resulta más complejo que eso…
Que la protagonista de esta novela didáctica se llame Sofía no es un capricho de Jostein Gaaeder, el autor del libro, aunque lo sea por decisión, puesto que sabe de sobra que Sofía significa sabiduría y la Filosofía es el amor a la sabiduría, el amor por conocer, pero no existe posibilidad de conocimiento sin las preguntas, sin él plantearnos quiénes somos, qué hacemos aquí, qué hay después o si no hay nada, que es el lugar a donde llegaron los nihilistas. ¿Qué interpretaron? ¿Estaban ante un callejón sin salida? Los orígenes de la filosofía habría que buscarlos con anterioridad al siglo VI a. C. en la Antigua Grecia, que es donde surge la filosofía occidental y donde la democracia es para los ciudadanos, que eran los tipos afortunados que se pasaban el día ociosos, lo cual les dejaba todo el tiempo para pensar, comer, beber, siestear e intentar fastidiar a cualquier posible rival. Y así, en ese entonces, la esclavitud de unos, práctica habitual de la humanidad desde la prehistoria hasta la actualidad (y supongo que más allá), posibilitó el tiempo libre de otros —¿tiempo libre?, el pronunciarlo me plantea si el resto del tiempo será esclavo—. Pero las influencias llegan de oriente, y nacen del misticismo del que la filosofía se desliga para explicar la naturaleza lejos del mito. Los sentidos cobran importancia, se observa y se piensa según lo observado. Entra en juego la observación, la capacidad analítica y el sentido común, mas resultan insuficientes. Además, a cada respuesta surgen nuevos interrogantes que ponen en duda lo supuesto.
Con el nacimiento de la Filosofía nacen las posibilidades de explorar nuestro horizonte, lo que estaba y está ahí, delante de nosotros, sin tener que acudir a la primera respuesta, que sería la creación del mito, de la religión, de los dioses. La explicación más sencilla para todo era de origen divino. Era obra de los dioses, incluso muchos siglos después se continuaba y se continúa respondiendo con “es obra de Dios”. Los griegos tenían los suyos y Homero los describió con suma humanidad en sus historias, habló de sus características y de sus deseos humanos, pero no tardaría en aparecer la necesidad de dar una explicación del mundo basada en la observación, siendo esta un primer paso hacia el método científico que aún tardaría, pero ya quedaba abierto el camino para la ciencia, que nunca podrá sustituir a la Filosofía, pues otra es su función y no resultan incompatibles. Con el pensamiento filosófico se abre el continuará la búsqueda… que siempre continúa, hasta que un día el siempre que damos por hecho deje de existir, ¿y entonces?
(1) Jenofonte: Recuerdo de Sócrates. Apología o defensa ante el jurado (traducción de Agustín García Calvo). Salvat Editores/Alianza Editorial, Estella (Navarra), 1971.
(2) Bertrand Russell: Fundamentos de la Filosofía (traducción de R. Crespo y Crespo). DeBolsillo, Barcelona, 2015.
Bienvenido a la filosofía
ResponderEliminarEra inevitable que abordaras la filosofía. Esta novela para adolescentes es un viaje a Grecia, es la búsqueda de la madre. No sé por qué me recuerda a De los Apeninos a los Andes. Y de paso se resume la historia de la filosofía europea
ResponderEliminarHoy me insistían en que cambie el diseño de Acorazado Cinéfilo y le ponga fondo blanco. Lo acabo de hacer (versión web). Te lo recomiendo mucho. La vista lo agradece, y puedes aumentar el tamaño de la letra. Espero que no tomes a mal mis sugerencias. Un abrazo
ResponderEliminarTe agradezco el consejo, Francisco, pero, por ahora, voy a dejarlo así. La letra creo que puede aumentarse en el propio buscador y también puede ponerse el fondo blanco si se pulsa “mostrar lector” (esta opción no sé si también la hay en el ordenador o es solo para móviles). Hace tiempo probé el fondo blanco, pero me gusta más el gris, es más acorde con el tono que observo, desde ya no recuerdo, allí donde mire, incluso en el espejo 😉 Abrazos
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