miércoles, 30 de julio de 2025

Jenofonte recuerda a Sócrates

¿Cuántos son los personajes (históricos) de la Antigüedad que pueden presumir de llegar hasta nuestros días? De viva voz, ninguno, pero si ya es mediante fuentes propias o impropias, Sócrates es uno. Mas no se le puede culpar, pues lo hizo sin querer; nunca pretendió ni imaginó que su nombre se escucharía casi dos mil quinientos años después de pasearse en toga y sandalias por la Acrópolis, cuando en este conjunto arquitectónico resplandecía el mármol y no era objeto de la visita masiva de turistas, ni que un tipo cualquiera escribiese sobre él mediada la tercera década del siglo XXI. No dejó testimonio de su puño y letra, no escribió ninguna de sus ideas ni pregunta alguna. Lo que sabemos de él nos llega por el testimonio de otros. Por una parte está su filosofía, la que Platón le atribuye en sus obras para desarrollar la suya. Por otra, hay constancia de su juicio, de su sentencia a muerte y de su suicidio.


La condena a muerte de Sócrates ha pasado a la historia como una de las grandes injusticias cometidas por un tribunal de Justicia, —suena contradictorio enfrentar ambos opuestos en la anterior afirmación, mas la historia se ha encargado de reiterar que no en pocas ocasiones se confunden—, tal vez por la fama que le procuraron los textos de Platón, pues este poeta hizo del primer filósofo ateniense el protagonista de sus diálogos. Y a la fama milenaria del discípulo, debemos la “inmortalidad” del maestro. Sin embargo, el máximo culpable, el autor de La República, no fue el único en dejar constancia de la existencia de quien nunca reconoció ser maestro de alguien y sí un constante aprendiz de todo, siempre preguntando, en busca del conocimiento y de encontrar la verdad. Pero ¿cómo distinguir el uno y la otra entre las sombras? A esto respondería convencido el de las anchas espaldas.


Como ya he dicho, el pensamiento y personalidad de Sócrates nos llegan de forma indirecta, es decir a través del filtro de quienes lo nombran en sus obras, que son autores que lo admiran y hacen de él uno de los grandes héroes de la historia humana. ¿O acaso no suena a heroicidad el dar la vida por evolucionar el pensamiento, no solo el suyo, sino el de la humanidad? Sócrates no dejó nada escrito, primero porque la filosofía era entonces hablada, en su caso dialogada  a base de preguntas que conducirían a la respuesta adecuada. Claro que si bien no se consideraba maestro, es imposible pensar que no fuese un guía de sus amigos, entre ellos el joven Platón y Jenofonte, quien dejó constancia de Sócrates en varios textos: Recuerdos de Sócrates, Apología o defensa ante el jurado y Económica, en el que da cuenta de las precarias finanzas del “maestro”. El historiador, pues tal era la ocupación de Jenofonte cuando escribió Anábasis, comenta con otras palabras y en otro idioma (hoy, lengua muerta, aunque todavía objeto de estudio) que no era Sócrates alguien a quien le interesasen los bienes materiales; lo suyo era la búsqueda del conocimiento y se puede decir que él marca el inicio de la filosofía, aunque con anterioridad existiesen otros filósofos, a quienes se conoce como presocráticos. Sin embargo, estos estaban más preocupados por explicar la naturaleza, mientras que él se centró en el ser humano.

Jenofonte expone al inicio de sus Recuerdos la acusación socrática: <<Es Sócrates reo de delito de no reconocer los dioses que el Estado reconoce y de introducir otros genios o espíritus extraños: y asimismo del delito de corromper a nuestros jóvenes.>> Jenofonte rebate tales acusaciones explicando las costumbres del filósofo, por ejemplo su constante ir y venir por la ciudad ateniense hablando con cualquiera que quisiera escucharle y establecer diálogo; tal como expuso Rossellini en la biografía televisiva en la que se acerca a la figura del filósofo. En principio, no puede decirse que fuese un tipo peligroso. No obstante, no hay mayor peligro para el orden que quien se hace preguntas y Sócrates no paraba de preguntarse acerca de todo lo relacionado con el ser humano, su comportamiento, su naturaleza, su pensamiento, su política... Esto no era habitual, más bien resulta extraordinario, incluso en la actualidad, en la que presumimos de avanzados, y quizá eso fue lo que entusiasmó al joven Platón, quien llevó hasta el extremo el pensamiento del hombre que admiraba y creó el suyo propio, aquel en el que la idea es principio y fin. Luego llegaría Aristóteles de Macedonia, para rebatir a su maestro platónico y ponerle al asunto algo de cuerpo, de forma y de materia…

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