La propuesta de James L. Brooks en Mejor… imposible (As Good as It Gets, 1997) bascula entre el cuento amable y el viaje a la felicidad de su protagonista; desde el rechazo inicial hasta la victoria del amor; eso propone el realizador de La fuerza del cariño (Terms of Endearment, 1983) en su reencuentro con Jack Nicholson, a quien proporciona un vehículo para lucimiento del histrión del que ha hecho gala no en pocas ocasiones, algunas con mayor fortuna que otras, pero también le brinda la posibilidad de sacar al actor de sobrada capacidad para reconducir y evolucionar a sus personajes, haciendo de su Melvin un tipo que pasa del rechazo a la aceptación. Nicholson logra las simpatías del público tras mostrarse antipático superlativo, pero con causa, pues Brooks justifica su comportamiento desvelando que se trata de alguien que padece un trastorno emocional que le aleja de cualquier posibilidad de establecer relaciones más allá de sus protestas y desplantes. Melvin teme el desorden de su mundo, temor que le capacita para mandar a paseo a cualquiera que le salga al paso; y no solo con palabras, que son fuente de riqueza, más si cabe en su caso, pues se gana la vida, y muy bien, empleándolas en sus novelas. Como novelista, habla del amor; curioso tema para alguien que parece incapaz de sentir cariño o simpatía por alguien que no sea él mismo. Tal vez, sí por Carol (Helen Hunt), su camarera preferida; en realidad, a la única persona que parece tolerar porque se ha acostumbrado a ella; en quien también ha descubierto más que su apariencia. Pero el comportamiento y el talante de este gruñón solo es un recurso defensivo, el que inicialmente se descubre en todo su esplendor. Melvin vive en la distancia y en el rechazo, incluso se da el lujo de echar a la basura al perro de Simon (Greg Kinnear), el vecino a quien también echaría de buena gana al contenedor, porque todavía es incapaz de acercarse al prójimo sin pensarlo como un intruso en su calculada monotonía. Para Melvin, todos somos el enemigo potencial de la cotidianidad que desea inalterable. Pero la distancia se acorta tras la intervención del marchante de arte a quien da vida Cuba Gooding Jr., que le obliga a cuidar del perro de Simon después de que este ingrese en el hospital, como consecuencia de la agresión sufrida a manos de los jóvenes que entran a robar en su apartamento. A partir de entonces, se inicia la paulatina transformación de Melvin: su caminar hacia afuera, abandonando el rincón en el que se ha mantenido aislado y escondido hasta entonces, creándose la sensación de protección que le mantenía en un mundo aparte. Gracias a su contacto con Simon, a quien primero juzga por su homosexualidad y por su apariencia, deja de ser guardián del “que nada cambie” y permite que, a cuenta gotas, fluya su generosidad y su necesidad de los demás. Su contacto con su vecino le permite comprender más allá de su idea, pero es en su relación con Carol, por la que siente algo que es incapaz de reconocer, la que finalmente derrumba los muros que ha ido construyendo día a día, durante toda una vida de miedo a los cambios y a las relaciones que podrían trasformar su mundo…
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