Un mal despertar lo tiene cualquiera, igual que cualquiera puede sufrir pesadillas; incluso hay días que levantarse con el pie izquierdo resulta maravilloso, sencillamente porque uno se despierta. No hay despertar ni pesadilla que se repita, pero sí existe la sensación de repetición cuando uno abre los ojos, piensa en lo soñado y se descubre atrapado sin salida, formando ya parte del sueño. A veces, recuerdo la misma pesadilla en la que despierto en el mismo punto donde me quedo dormido. Esa sensación, de volver a empezar, me golpea y me enmudece. Literalmente, pierdo el sonido de mi voz y no logro hacer físicas mis súplicas de ayuda. Nadie me escucha. Encerrado en este espacio interior, nadie puede oírme. Puedo pensar las palabras, las vocalizo, pero no logro comunicarlas al exterior. Algo me lo impide. Nadie llegará aquí dentro a salvarme ni vendrá ahí fuera a despertarme. Empiezo a sentirme mal. Noto las primeras gotas, pero en el sueño estoy seco. Miro alrededor: otro impacto, más fuerte que el anterior. Me desencajo cuando reaparece, frente a mí, la sonriente que me ha estado persiguiendo en las imágenes que puedo recordar. La misma sonrisa entrenada, monstruosa, de felicidad insistente que apunto estuvo de devorarme antes de despertar. Pero, entonces, ¿por qué despierto en un instante ya vivido? No puede ser, me digo, salvo que esté atrapado en una fantasía concéntrica que me devuelve al principio cuando creo llegar la final. De nuevo la amenaza de la sonrisa que se alimenta de sentimientos y a costa de la verdad, sea cual sea esta. Alguna es, lo intuyo, tal vez se halle en la suma y resta de varias, pero no de todas, pues existen verdades que son mentiras disfrazadas, aunque soy incapaz de distinguirlas. En algún lugar existe, pero no aquí, por eso no comprendo porqué esta sonrisa me acosa. ¿Alguien la ha puesto ahí para crear el horror onírico que me retiene y del que quiero salir?
Oscurece. Un punto luminoso en las tinieblas, otro y otro, varios más, y así hasta que la negrura se ilumina creando una línea curva de blancura espectral. Tengo que despertar, quizá baste con quererlo o puede que necesite algo más. Me esfuerzo, pero en ningún caso resulta sencillo, hundido como estoy en lo profundo del sueño. Despierta, sabes que no es real, me animo sin estar convencido de que esté en un sueño y no en un infierno. No hay respuesta fácil, ni me vale continuar dormido; acaso he de aceptar una verdad falsificada, un espejismo o una mentira que se haga pasar por verdad. Sería sencillo, solo me haría falta creerla, no dudarla. Aceptarla sin más, como tantas otras cosas. ¡Dios! Exclamo sin religiosidad alguna y sin escuchar el sonido de mi exclamación. ¿Alguien lo escuchará fuera? Lo dudo. No puedo verme, pero sí puedo verla a ella. La sonrisa continúa ahí. Me hundo en la boca del miedo. Sobresaltos, me revuelvo, me empapo en sudor caliente. Corro y no avanzó. La sonrisa me persigue sin moverse. Intento no mirarla. Me aterra la perfección de sus dientes reglados, el cegador brillo de su blancura inmaculada y los labios dibujados de carnosidad sin mancha. No la reconozco. Carece de señas de identidad, de signos de abrasión y de sequedad; tampoco los tiene de humedad. Su carne no parece viva; desprende frialdad. Tal vez nadie los haya besado; quizá vengan de algún lugar donde la vida ha perdido calor y color, donde el no ser sea lo único que queda. ¿Y si me atrapa? ¿Moriré entre sus dientes perfectos? ¿Y si devora la poca autenticidad que me pueda quedar en un entorno falsificado que mata la mente y roba el cuerpo? ¿Para qué lo quiere? Acaso ¿es la aliada de los secuestradores de cuerpos? ¡Corre! ¡No grites! Busca tu refugio. Cierra los ojos y escapa a través de espejo. Soy incapaz de mantenerlos cerrados. Fuera lo están, pero aquí las normas son distintas; las reglas son otras. Los párpados se levantan en el instante justo en el que espejo se vuelve de piedra. ¿O es mi reflejo? ¿Cómo atravesarlo? No puedo.
Rictus inmutable, sonrisa enferma de orden lineal, sin el vaivén que bascula entre la alegría, la tristeza y el simple estar. Las emociones reales son imposibles en esa sonrisa; en su curva ascendente mueren las posibilidades, asesinadas a labios de la felicidad ficticia que dibuja y que no siente. No puede sentirla; carece de mente y de corazón. Tampoco tiene tronco ni extremidades, pero se acerca sin pausa. No hay respiro; no es humana. Nadie humano podría continúar así, sonriente, insistente, tan diabólicamente sonriente. Me sé en una pesadilla; no me da descanso, no concluye, pero ¿qué pesadilla se serena en quien atrapa? No hay garras afiladas ni navajas que me rasguen los ojos, ni pozos oscuros del que alguien me salga al encuentro. Si aún hubiera un cuerpo al que culpar del miedo. No. Solo la sonrisa que se acerca. Febril, húmedo, asustado, intranquilo, volteo una y otra vez sobre el colchón empapado. Lo noto aquí, dentro del sueño. Esta sensación me anima. Me aferro a la posibilidad, cuando me digo que estoy cerca de la salida. Pero mis intentos de escapar se quedan en pequeños saltos.
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