jueves, 8 de agosto de 2024

Sonrisa, un cuento de terror mudo

Un mal despertar lo tiene cualquiera, igual que cualquiera puede sufrir pesadillas; incluso hay días que levantarse con el pie izquierdo resulta maravilloso, sencillamente porque uno se despierta. No hay despertar ni pesadilla que se repita, pero sí existe la sensación de repetición cuando uno abre los ojos, piensa en lo soñado y se descubre atrapado sin salida, formando ya parte del sueño. A veces, recuerdo la misma pesadilla en la que despierto en el mismo punto donde me quedo dormido. Esa sensación, de volver a empezar, me golpea y me enmudece. Literalmente, pierdo el sonido de mi voz y no logro hacer físicas mis súplicas de ayuda. Nadie me escucha. Encerrado en este espacio interior, nadie puede oírme. Puedo pensar las palabras, las vocalizo, pero no logro comunicarlas al exterior. Algo me lo impide. Nadie llegará aquí dentro a salvarme ni vendrá ahí fuera a despertarme. Empiezo a sentirme mal. Noto las primeras gotas, pero en el sueño estoy seco. Miro alrededor: otro impacto, más fuerte que el anterior. Me desencajo cuando reaparece, frente a mí, la sonriente que me ha estado persiguiendo en las imágenes que puedo recordar. La misma sonrisa entrenada, monstruosa, de felicidad insistente que apunto estuvo de devorarme antes de despertar. Pero, entonces, ¿por qué despierto en un instante ya vivido? No puede ser, me digo, salvo que esté atrapado en una fantasía concéntrica que me devuelve al principio cuando creo llegar la final. De nuevo la amenaza de la sonrisa que se alimenta de sentimientos y a costa de la verdad, sea cual sea esta. Alguna es, lo intuyo, tal vez se halle en la suma y resta de varias, pero no de todas, pues existen verdades que son mentiras disfrazadas, aunque soy incapaz de distinguirlas. En algún lugar existe, pero no aquí, por eso no comprendo porqué esta sonrisa me acosa. ¿Alguien la ha puesto ahí para crear el horror onírico que me retiene y del que quiero salir?

Oscurece. Un punto luminoso en las tinieblas, otro y otro, varios más, y así hasta que la negrura se ilumina creando una línea curva de blancura espectral. Tengo que despertar, quizá baste con quererlo o puede que necesite algo más. Me esfuerzo, pero en ningún caso resulta sencillo, hundido como estoy en lo profundo del sueño. Despierta, sabes que no es real, me animo sin estar convencido de que esté en un sueño y no en un infierno. No hay respuesta fácil, ni me vale continuar dormido; acaso he de aceptar una verdad falsificada, un espejismo o una mentira que se haga pasar por verdad. Sería sencillo, solo me haría falta creerla, no dudarla. Aceptarla sin más, como tantas otras cosas. ¡Dios! Exclamo sin religiosidad alguna y sin escuchar el sonido de mi exclamación. ¿Alguien lo escuchará fuera? Lo dudo. No puedo verme, pero sí puedo verla a ella. La sonrisa continúa ahí. Me hundo en la boca del miedo. Sobresaltos, me revuelvo, me empapo en sudor caliente. Corro y no avanzó. La sonrisa me persigue sin moverse. Intento no mirarla. Me aterra la perfección de sus dientes reglados, el cegador brillo de su blancura inmaculada y los labios dibujados de carnosidad sin mancha. No la reconozco. Carece de señas de identidad, de signos de abrasión y de sequedad; tampoco los tiene de humedad. Su carne no parece viva; desprende frialdad. Tal vez nadie los haya besado; quizá vengan de algún lugar donde la vida ha perdido calor y color, donde el no ser sea lo único que queda. ¿Y si me atrapa? ¿Moriré entre sus dientes perfectos? ¿Y si devora la poca autenticidad que me pueda quedar en un entorno falsificado que mata la mente y roba el cuerpo? ¿Para qué lo quiere? Acaso ¿es la aliada de los secuestradores de cuerpos? ¡Corre! ¡No grites! Busca tu refugio. Cierra los ojos y escapa a través de espejo. Soy incapaz de mantenerlos cerrados. Fuera lo están, pero aquí las normas son distintas; las reglas son otras. Los párpados se levantan en el instante justo en el que espejo se vuelve de piedra. ¿O es mi reflejo? ¿Cómo atravesarlo? No puedo.

Rictus inmutable, sonrisa enferma de orden lineal, sin el vaivén que bascula entre la alegría, la tristeza y el simple estar. Las emociones reales son imposibles en esa sonrisa; en su curva ascendente mueren las posibilidades, asesinadas a labios de la felicidad ficticia que dibuja y que no siente. No puede sentirla; carece de mente y de corazón. Tampoco tiene tronco ni extremidades, pero se acerca sin pausa. No hay respiro; no es humana. Nadie humano podría continúar así, sonriente, insistente, tan diabólicamente sonriente. Me sé en una pesadilla; no me da descanso, no concluye, pero ¿qué pesadilla se serena en quien atrapa? No hay garras afiladas ni navajas que me rasguen los ojos, ni pozos oscuros del que alguien me salga al encuentro. Si aún hubiera un cuerpo al que culpar del miedo. No. Solo la sonrisa que se acerca. Febril, húmedo, asustado, intranquilo, volteo una y otra vez sobre el colchón empapado. Lo noto aquí, dentro del sueño. Esta sensación me anima. Me aferro a la posibilidad, cuando me digo que estoy cerca de la salida. Pero mis intentos de escapar se quedan en pequeños saltos.


No logro salir. No puedo. Y si no puedo, ¿dónde esconderme? Ha fuerza debe existir una salida o un escondite. Siempre se despierta, ¿no? ¿Quién permanece eternamente consciente en su sueño? ¿Los muertos? Ninguno ha regresado para contarlo. Vértigo, al mirar hacia abajo, al mirar arriba y a los lados. En uno descubro un pequeño agujero, del tamaño de una ratonera, heptagonal y de apariencia metálica, pero imposible obra de roedores. Me escabullo por él. El túnel no es más grueso que el marco de una ventana y no tardó en salir a un arenal tranquilo, desértico, en el que se respira quietud. Al fondo, el oasis de serenidad donde ya he estado antes. Por eso sé que este es un buen lugar para reposar un tiempo indefinido, aunque breve. Aquí no puede entrar, de momento; aquí no puede sonreírme, pronto podrá. Sueño mi escondite dentro de la pesadilla. Esta calma no va a durar, pero debo aprovecharla y recuperar la serenidad. Necesito serenarme, sentirme a salvo, bañarme en este oasis de aburrimiento donde un letrero me advierte que nunca pasa nada. Suena aburrido, pero no lo es. En este lugar, de aparente quietud y aburrimiento, existe luz. Son oasis como este los únicos donde mentalmente siempre pasa de todo. Forman parte de lo humano, son parte de nosotros. Ahí somos. Entonces ¿temerlos no es temernos? ¿Por qué negarlos incluso en los sueños? ¿Cómo es posible que apenas se los visite o ya no se busque refugio en ellos? Son espacios y momentos mentales que permiten poner los pies en el sueño y plantearse qué hay de verdad en nuestras voces y en el coro que nos rodea. Una solitaria me llega lejana, tal vez se oculte en algún rincón invisible de la memoria. Su mensaje anima a reflexionarme, a conocerme. Dice “conócete a ti mismo”. Lo mismo repite su eco mudo. Qué fácil decirlo y repetirlo, suspiro sin sonido, pues en el sueño no hay medio para la propagación de las ondas sonoras. No necesito oír mis palabras, puedo pensarlas. Nadie te explica cómo llegar a conocerte. Me pregunto si alguien se conoce algún día y si hay quien se desconoce al siguiente. Si quien busca conocerse a sí mismo persigue una quimera. Pero ahí reside la esperanza, en la búsqueda.


La luz se atenúa. La sombra avanza. Noto como se resquebraja la quietud que me ha protegido durante estos segundos de no tiempo. Otra voz, tal vez la mía, me advierte contra los cuentistas de terror mudo, vendedores de nada. Me dice que de existir la felicidad eterna, sería tu asesina. Mataría lo que te queda de humano… Empiezo a olvidar sus palabras, la voz queda lejana, ya no es la mía, perdida en el tiempo que se olvida. ¿Qué me decía? ¿Me advertía contra un estado de gracia perpetua, condena a ser feliz aunque no se quiera serlo? Ya no recuerdo; tal vez no quiera y me esté dejando ir hacia el despertar que me conduce al mismo punto de partida. Soy triste, escucho en el desasosiego. Acelero, incapaz de trasladarme. Vuelvo la cabeza, pero la mirada continúa hacia delante.  Allí está, constante, fanática, insistente. La sonrisa ya me tiene al alcance. Si tuviera extremidades, le bastaría alargar un brazo para atraparme, quizá para estrangularme. Me calma el haber vivido este momento antes. Pero ¿y si no es el mismo instante? ¿No habías dicho que las pesadillas no se repiten? Me despierto. Alargó el brazo y cojo la botella de agua. Bebo; la sequedad desaparece. Apoyo mi pie izquierdo sobre el suelo. Me levanto y camino hacia el baño. Pero de nuevo estoy en la cama: el mismo punto de partida, el lugar donde la reencuentro. Nada cambia en ella. Cada día, si es que existen en este no despertar al que estoy condenado, a las mismas horas, en el mismo espacio onírico, me pisa los talones y yo la miro sin querer hacerlo. Terror menguante a fuerza de costumbre, a fuerza de descubrirla frente a mí, de ver en su dibujo el mismo gesto, la misma burla, la misma amenaza, la misma falsa felicidad, tan amenazante que no puede ser de este mundo. Nadie real tiene semejante regularidad. Por eso sé que continúo en la pesadilla; ya apenas me estremezco al pensar que no despertaré, que me quedaré en la cercanía de la salida, eternamente perseguido por una sonrisa artificial que bien podría ser la misma que vi en el reclamo publicitario de una clínica dental. Recuerdo que antes eran discretas, salvo por el letrero que anunciaba “dentista”. Eso fue hace tiempo, cuando aún las llamaban así. Ahora han cambiado, son presumidas, aunque impersonales. Todo cambia a mi alrededor y en mi cuerpo, salvo en el sueño, en la sensación. Me recuerdo en el exterior, delante de una gran cristalera que exhibe la sala de espera a los transeúntes, a los que pretenden seducir y condicionar. Pero eso era en la realidad; en la pesadilla, no me fantaseo sin dientes, sino que mi subconsciente me fija delante de la sonrisa perfecta, implacable, incansable, blanca, eterna... que me persigue incansable sin aceptar que no me apetezca sonreírle, que solo quiera despertar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario