A diferencia de los personajes de El hombre elefante (The Elephant Man, David Lynch, 1980) y Máscara (Mask, Peter Bogdanovich, 1985), el niño de Wonder (Stephen Chbosky, 2017) vive en una sociedad protectora que aboga por la integración y por la diversidad. Esto significa que, en teoría, no se le cierran las puertas a la normalización a la que nunca tendrá acceso el hombre elefante o por la que lucha la madre de Rocky en el film de Bogdanovich, cuando pretende que su hijo sea aceptado en la escuela pública. En ambos casos, se trata de individuos sensibles e inteligentes. No hay nada que no sea normal en ellos, salvo su desfiguración facial, la que los demás observan y juzgan, la que la mayoría rechaza. Ese rechazo discrimina; es decir: aparta, aísla, hiere y, de darse en la Esparta clásica o en la Alemania nazi, podría ser mortal. Pero a Auggie (Jacob Tremblay) se le concede la oportunidad que se le niega al hombre elefante y a los personajes circenses de La parada de los monstruos (Freaks, Tod Browning, 1933), condenados a ser atracciones de feria debido a sus particularidades físicas. Para ellos nunca habrá posibilidad, su integración será imposible porque no existe la idea social de integrarlos. No hay disposición por parte de la comunidad y carecen de apoyo familiar. No tienen familia, núcleo donde se produce el primer contacto emocional y social del individuo antes de su acceso a un entorno más amplio, por tanto, de mayor diversidad y complejidad. Por contra, la de Auggie sí será posible, primero porque cuenta con el amor de sus padres y de Via (Izabela Vidovic), quien, como adolescente, también tiene sus problemas —ella misma nos hace partícipes de ellos cuando asume la voz narrativa de la película—, la sensación de soledad, de insignificancia, más que de rechazo, de búsqueda de su lugar en el universo adolescente tan complicado como el infantil al que accede su hermano. Y segundo porque el sistema ha cambiado su discurso; ahora aboga por la aceptación, otra cuestión es que cumpla lo prometido o que sea más o menos complicado que se lleve a cabo.
La historia de la familia Pullman, de clase media acomodada, posición que descarta problemas económicos que podrían acarrear otros conflictos que afectarían a la integración del niño, se inicia con la voz de Auggie anunciando que es diferente. Dice que no es normal aunque haga cosas normales. Se presenta a sí mismo, su particularidad de nacimiento, la que oculta tras su casco de astronauta, y también afirma que está <<absolutamente muerto de miedo>> ante su próxima experiencia: el colegio. Hasta entonces ha permanecido en casa, donde ha sido educado por su madre (Julia Roberts) y protegido de las miradas del mundo exterior. El niño tiene una malformación de nacimiento, ha sufrido varias intervenciones quirúrgicas y teme el rechazo, pues siente que le observan como si de una rareza se tratase. Entusiasta de Star Wars, también es un muchacho inteligente, sensible, con habilidades para las ciencias y consciente de su situación en un entorno que inicialmente le genera temor y dolor emocional. La infancia puede ser un momento duro, siempre de aprendizaje, de acercamiento y de socialización. Como tal es la puerta de entrada al mundo, a las relaciones, pero también puede deparar soledad y la sensación de aislamiento, como la que siente el protagonista de Wonder en sus primeros días en el centro escolar. Pero la historia propuesta por Stephen Chbosky, a partir de la novela de R. J. Palacio, es optimista y pretende enviar a su público, infantil y juvenil, un mensaje positivo en el que triunfan los buenos sentimientos y las buenas intenciones. Señala a un niño “malo”, acosador, consentido, cuya mirada ha sido pervertida por la de sus padres —el film se encarga de señalar la culpabilidad de estos—, y la bondad del resto. Por eso gusta, porque ofrece una perspectiva superficial, edulcorada, bienintencionada, que infantiliza los conflictos que propone, los minimiza —para no resultar hiriente ni obligar a reflexiones más complejas—, y ofrece una salida al aislamiento de Auggie (no deseado), que es su entrada a la normalidad (sí deseada) que le permite saborear la amistad, comprendiendo que existen sinsabores y decepciones, y sentirse uno más entre tantas y tantas existencias condicionadas por su contacto con el mundo y por sus propias particularidades, físicas, afectivas, emocionales… En definitiva, es una película diseñada para hacernos sentir mejores sin plantearnos preguntas, solo dando respuestas idílicas y regularizando el factor humano.
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