La primera vez que vi El señor de La Salle (1964) no fue una elección, sino una obligación escolar con la que los lasalianos a cargo del colegio donde por decisión ajena cursaba EGB querían deleitarnos, supongo que orgullosos de su hermandad, con la historia del fundador de su compañía de maestros. Siempre me ha gustado la Historia, por lo que tiene de cuento para la fantasía infantil y lo que tiene de viva para la mente adulta despierta y crítica, por su disposición al cambio, a mostrar y exponer aspectos de lo ya vivido que pueden, si no explicar los actuales, dar pistas. La historia no es un pasado muerto, es la suma de periodos que concluirán cuando nos hayamos extinguido. Las civilizaciones, los mapas, los idiomas, la cultura cambian, lo que era dejará de ser para ser algo distinto. La humanidad se abre paso y la historia lo recoge, rellena y olvida, lo recupera y lo replantea. Se corrige, vuelve a olvidar y descubre aquello que nunca antes apareció en sus líneas. Pero volviendo a Juan Bautista, el nacido en Reims en 1651, existen personajes que, por algún motivo, destacan en su tiempo. A estas personas, que son las menos, suelen dedicárseles biografías y estudios, pero lo visto en la película de Luis César Amadori no es historia, ni cuento, que invite a profundizar, ni a fantasear, en La Salle y en su época, sino una hagiografía cinematográfica que apenas se diferencia de tantas otras vistas antes y después en la pantalla. Hoy, lo sé, pero de niño solo me senté a verla y me puse a pensar a cuál de los hermanos presentes en la sala se parecía aquel cura que quiso ser profe; si es que eso fue lo que pensé a la par que imaginaba lo bien que estaría en el patio jugando al baloncesto…
Ya entonces me sonaba el rostro de Mel Ferrer, actor estadounidense a quien había visto con anterioridad en alguna película emitida por la televisión española, en su primer o segundo canal, a principios de la década de 1980. Ferrer tuvo su momento en Hollywood, pero su carrera no llegó a despuntar, quizá por falta de carisma, por una mala elección de personajes o porque era un actor mediocre; mas supongo que era buen reclamo para llamar al público español a los cines donde ver en la pantalla la vida del pedagogo, sacerdote y teólogo francés que decide consagrar su vida a la educación y a los pobres… En la Francia de Luis XIV (Fernando Rey), como en la de épocas anteriores y posteriores, existía miseria y parte del pueblo, sobre todo la infancia, se veía condenado a vivir en ella. Esta precariedad llamó la atención del privilegiado Juan Bautista, de familia adinerada y canónigo que inicialmente vive en la opulencia que abandona para entregarse a los demás, creando una escuela y formando a sus maestros. También, por aquella época de mi infancia, de la que guardo alegre recuerdo dentro y fuera del colegio, los hermanos nos habían proyectado Bombardero (Michele Lupo, 1982) e Y si no, nos enfadamos (Altrimenti ci arrabbiamo!, Marcello Fondato, 1974), dos comedias en las que Bud Spencer, junto Terence Hill en la segunda, golpeaba a placer. Las recuerdo entretenidas, sobre todo la del condicional cabreo, pero también la memoria me dice que no hay nada en ellas que pueda interesarme ahora, puesto que aquel niño de diez u once años ya no existe. No las he vuelto a ver, ni las veré de nuevo, salvo que me obliguen, pues tengo el tiempo limitado y la agenda repleta. Sin embargo, he sentido curiosidad por la película de Amadori, por confirmar o echar por tierra la sospecha de que no había nada en ella que me pareciera interesarme o que me animase a buscar más allá de lo expuesto en la pantalla o de lo que en su momento supe sobre el personaje y ya olvidé. No niego que sí lo resulte interesante para los seguidores de La Salle, pero, parece innegable que el Juan Bautista de la película resulta un estereotipo acorde a la repetición, a la insipidez y al tópico de tantas biografías fílmicas igual de aburridas, que resultan más de lo mismo y menos de cualquier otra cosa diferente…
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