jueves, 7 de marzo de 2024

El pájaro pintado (2019)


En El pájaro pintado (Nabarvené ptáče, 2019), Václav Marhoul adapta la novela homónima de Jerzy Kosinski—autor de la espléndida Desde el jardín, que Hal Ahsby adaptaría a la pantalla en 1979—. De modo que pisa un “terreno” mil veces transitado en la pantalla, en la literatura, en los testimonios de supervivientes; pisa el territorio de la barbarie, de la guerra, del miedo, de la ignorancia, del racismo, de la superstición, del embrutecimiento humano, de la pérdida de la inocencia y de ideologías totalitarias que persiguen a los no comulgantes, a quienes ve ajenos, a quienes condena por el mero hecho de ser y pensar distinto. Camina su recorrido con intención inamovible y, desde su primera imagen, recalca la violencia y la maldad a la que se enfrentará su pequeño protagonista, a quien no da voz, como sí hace Jerzy Kosinski en su novela, narrada en primera persona. El escritor habla y describe por el niño (que recuerda desde un presente que no se dice), el cineasta mira desde él o, al menos, lo intenta, pero carece de la fiera ironía del escritor. Así, a lo largo del metraje, la condena del niño es ir de aquí para allá, cambiar de manos, tal como le sucede al cuadrúpedo de Caballo de batalla (War Horse, Steven Spielberg, 2011) o al Lazarillo. Sufre el rechazo y la violencia más atroz, también encontrarse con corazones menos rocosos y embrutecidos como el hombre que pinta el pájaro y lo deja en libertad, para que veamos como el resto de aves se avalanza sobre él porque, debido a la pintura de su plumaje, lo sienten como una amenaza intrusa a la que poner fin. Ese pájaro pintado, extraño y amenaza entre los suyos por el colorido de su plumaje, vendría a ser Joska (Petr Kotlár), el inocente que será testigo y víctima del terror y del horror que se desata con el miedo, el racismo, la ignorancia, la guerra...


El recorrido de Joska es, a la Europea occidental y rural en guerra, lo que podría ser el de Lázaro de Tormes al siglo de Oro español. Es una radiografía de la sociedad y de los distintos tipos de individuos; no todos, pero sí de los representados por los distintos personajes que recogen, asilan, apresan o castigan al niño. En su intención y en la difícil misión de adaptar una descriptiva y feroz novela, la película de Marhoul lo tiene complicado. No difiere de tantas otras que llegaron antes. De ahí que suene a vista y la locura narrada a través de la mirada del niño parezca programada más que vivida. En esto queda ensombrecida por La infancia de Iván (Ivanovo detstvo, Andrei Tarkovski, 1962) o Masacre, ven y mira (Idi i smotri, Elem Klimov, 1985), que son dos grandes ejemplos de películas con niño y guerra. Estos y otros títulos bélicos, que encuentran en las figuras infantiles la mirada que nos hace llegar el conflicto armado y los humanos que o bien los desatan o estallan durante la guerra, son ventanas que se abren a un espacio donde se precipita la pérdida de la inocencia y la sinrazón que puede contemplarse en las nombradas o en otras como En cualquier lugar de Europa (Valahol Európában, Géza Radványi, 1947), Juegos prohibidos (Jeux interdits, René Clément, 1951) o, ya ubicada en la inmediata posguerra, en Alemania, año cero (Germania anno zero, Roberto Rossellini, 1946). Pero estas películas no son tan condicionantes como El pájaro pintado, en la que más que forzar la mirada infantil, no se cuenta con ella y se enfrenta al protagonista a sufrir situaciones que generen impresiones fuertes, que depararen las emociones en el espectador. Es difícil ser emocionalmente sincero, cuando se trata de fabricar y preparar el estado emocional. Es la dificultad de dar forma a lo intangible. La forma de la emoción y de la psicología no depende de pretender insistir en emocionar ni en hacer sentir a cada instante; todo lo contrario, se necesita sinceridad y tiempo para que lo emocional surja y se haga con su momento. No hay mayor genialidad que ser honesto con uno mismo, si no ¿cómo serlo con los demás? Marhoul lo intenta, pero en su constante de mostrar la ignorancia, la brutalidad y la sinrazón que el niño se va encontrando y sufriendo, insiste y su insistencia acaba siendo redundante y, según, también cargante; entonces ¿qué?



No hay comentarios:

Publicar un comentario