<<Con Nicolas Echeverría también hablé y trabajé mucho, a él le sorprendía mi mirada, mi entrega. Además cuando te integras en esos decorados, en la puta selva, en la provincia del Yucatán, eso, quieras que no, solo tienes que quedarte quieto y escuchar. Lo que sí hay que trabajar mucho es la percepción de los ruidos como punto de referencia en el que se mueve mi personaje. Y él me decía que me dejara llevar por la selva… Fue una hermosa experiencia.>> (1) El personaje del que habla Juan Diego es Alvar Núñez Cabeza de Vaca, explotador y conquistador nacido en Jerez de la Frontera, autor de Naufragio, la crónica en el que detalla sus viajes y sus experiencias por tierras de Norteamérica en el siglo XVI —su cautiverio, su huida y su odisea junto con tres compañeros desde la bahía de Apalaches hasta el golfo de California— y que inspiró el guion que Echeverría y Guillermo Sheridan escribieron para que el primero le diese imagen. El resultado fue una aventura introspectiva, que sitúa a su personaje principal y a otros supervivientes al borde de la locura, tal como señala la primera escena, la cual se desarrolla en el presente de 1536, cuando la cámara se interesa por varios hombres que han vivido lo que se sospecha una experiencia traumática. Cabeza de Vaca (1990), una coproducción a cuatro bandas entre México, España, Estados Unidos y Reino Unido, detallará esa experiencia centrándose en el explorador interpretado por Juan Diego, que asume el protagonismo de una aventura de ritmo lento, como lo sería el avance de los españoles por tierras extrañas y fascinantes, abiertas a la búsqueda de nuevos horizontes, pero también a enfrentarse a sí mismos, a sus propios límites, y a un entorno hostil que les sitúa al borde de la muerte.
El film se abre en en la costa del Pacífico, en concreto se ubica en su primer momento en San Miguel de Culiacán, fundada apenas cinco años antes (1531) por los también conquistadores Lázaro de Cabrero y Nuño Beltrán de Guzmán, pero la historia no tarda en retroceder en el tiempo, después de presentar a los supervivientes de la expedición que Pánfilo de Narváez había iniciado en 1527. Lo hace ocho años, para situar la acción en La Florida, en un momento en el que los españoles se ven derrotados por un medio que les diezma, les desorienta y les divide en grupos. El de Cabeza de Vaca no tarda en ser atacado por una tribu aborigen y él es entregado a dos nativos (un curandero y su ayudante) a quienes sirve, de quienes aprende a la fuerza y con quienes establece una comunicación precaria que va deparando cierto acercamiento entre ellos. El jerezano pasa de ser un extraño en tierras donde apenas es más que un esclavo, a conocer las costumbres del chamán y, más adelante, de Cascabel (Roberto Sosa). Así comprende (o al menos el público está en disposición de hacerlo por él) que lo desconocido e inhóspito para unos, aquello que podría conducirles a la locura y a la muerte, puede ser la cotidianidad y la vida de otros. Eso es La Florida para las tribus nativas: un hogar donde el equilibrio también pasa por la ley del más fuerte; mientras que para los cautivos españoles, ese territorio resulta su búsqueda de Eldorado, así como su prisión y su transitar por una constante amenaza de muerte. Son intrusos del otro lado del Océano, intrusos porque desconocen el medio y, consecuentemente, su viaje es una aventura, más que una conquista —esta llegaría más adelante—, por tierras ignotas que les exige ir más allá de lo sospechado y de lo humanamente aceptado por los cristianos llegados allende el mar, como sería el canibalismo reconocido por uno de sus compañeros de cautiverio: <<¡No hay virtud; hay hambre!>>, grita aquel cuando sospecha la mirada censora de Cabeza de Vaca en su reencuentro siendo prisioneros de los avavar…
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