lunes, 5 de febrero de 2024

Oh estaciones, Oh castillos (1957)

El cortometraje es un espléndido campo para el aprendizaje de Agnès Varda (y de cualquier otro cineasta). Aunque ya había realizado su primer largometraje, los tres cortos realizados entre La Pointe Courte (1954) y Cleo de 5 à 7 (1961) le permiten sintetizar, experimentar y expresarse con la imagen y la palabra. Nacida de un encargo de la Oficina Nacional de Turismo, Oh estaciones, oh castillos (Ô saisons, Ô châteaux, 1957), su segunda película, realizada después de regresar de China e inicialmente sin estar convencida, es un buen ejemplo de su original personalidad audiovisual. En ella, Varda emplea el color y la voz de una narradora (Danièle Delorme) por primera vez en la pantalla. También es su primer documental —aunque parte de su ópera prima ya lo sea—, género cinematográfico que es un mundo en sí mismo y que, desde ese momento, formaría parte de su vida profesional. Su experiencia como fotógrafa y su intuición cinematográfica, demostrada con creces en La Pointe Courte, se combinan con las palabras, su sentido del humor, su vitalidad y la escenificación —introduce en el paisaje a las dos modelos que asoman en la pantalla o los poemas recitados por Antoine Bourseiller— para hacer del film un evocador recorrido por las orillas del Loira, más temporal que geográfico; es decir, por los pretéritos que enfrenta al momento presente.

La cineasta toma el título para su corto de un poema de Rimbaud, pero no pretende filmar la poesía del poeta. La suya tiene voz propia; es la de una observadora creativa y reflexiva, cuya mirada poética y moderna juega con el tiempo, presente y pasado, que transcurre distanciando el ayer, cuando se construyeron las fortalezas, del ahora en el que las filma e introduce ese toque, más que frívolo, chocante y kitsch —en las modelos cuyo vestuario choca con el color de la piedra de las edificaciones—. Dicha distancia vive en la cercanía, pues, aunque desapercibido, el pasado habita en el presente, sea en “espectros” y aspectos culturales, tradicionales, sociales, lingüísticos, históricos… o en testigos físicos como los castillos del Loira. Las construcciones, nacidas de una necesidad defensiva, son el recuerdo físico del tiempo pretérito choca con la moda contemporánea que la cineasta hace desfilar por la pantalla. Los diseños de los vestidos de las modelos, el colorido, sus movimientos de maniquí, agudizan las distancias entre siglos; pero la cineasta, siempre de amplia mirada, va y ve más allá de una simple comparación o del choque visual. Varda observa la transformación en el tiempo, desde la construcción de las fortalezas hasta la actualidad en la que rueda. Evoca historia y el paso del tiempo, pasa por el arte gótico y el renacentista, habla de cómo las construcciones se fueron refinando y adornando para ser otra historia: arte arquitectónico, atracción turística y también modelos de postal…



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