Como Paul Schrader, Michael Cimino y John Milius, que empezaron como guionistas, Walter Hill también debutó en la dirección en la década de 1970, tras escribir para otros. En su debut, El luchador (Hard Times, 1975), se decantó por desarrollar dos temas que pasarían a formar parte de su identidad cinematográfica: el dinero y la violencia. La presencia de ambas en esta historia no era causal, ya las había introducido en sus guiones previos; el ejemplo más popular y evidente: La huida (The Getaway, Sam Peckinpah, 1972). Pero, probablemente, esa insistencia en el dinero y la violencia que predomina en su filmografía, más que seña de identidad del cine de Hill, sea una característica de la sociedad capitalista a la que el director de The Warriors (1979) pertenece. La conoce por la Historia y las historias, por el cine, por vivir en ella y formar parte de ella. En su primer largometraje, ubica la trama en la gran depresión, en Nueva Orleans, y presta su atención a personajes marginales, otoñales, sin suerte, pero decididos a sobrevivir. Chaney asoma en la pantalla solitario, cincuentón y duro como los tiempos que corren. Igual que Número 1 en El emperador del norte (Emperor of the North Pole, Robert Aldrich, 1973), vagabundea por el país empleando el tren como medio de transporte gratuito; quizá para llegar a ningún lugar lejos de la miseria. Pare donde pare, la depresión se encuentra en el paisaje y lo mismo le daría un lugar que otro. Pero se apea del tren en la ciudad donde se encuentra con “Speed” (James Coburn), promotor de peleas y jugador sin suerte, pero con la intuición necesaria para saber que ese don nadie que acaba de irrumpir en su vida pega como nadie. Ve en Chaney a un luchador único que puede ser su <<gallina de los huevos de oro>>, de modo que decide llevárselo a Nueva Orleans para hacer fortuna.
Chaney y “Speed” se asocian para lograr dinero en peleas clandestinas, ¿qué otra cosa iban a querer? <<¿Cómo te ganas la vida?>>, le preguntará Lucy (Jill Ireland) en su primera cita. Y Chaney responderá: <<Pegando a la gente>>. Pelea por dinero, para salir de la ruina que lleva consigo, la que también se observa en un entorno despiadado y deprimido económicamente, y continuar su camino. Para él, el dinero no es lo primero, lo es su libertad —en su caso, suma de independencia, desarraigo y soledad—, incluso en ese espacio. El pegador se maneja como nadie; no es ningún pardillo. No importa su pasado, quizá fuese alguien o un don nadie. En todo caso, los buenos tiempos han pasado y nada de atrás importa. Son su silencio, sus golpes y su comportamiento, sereno y expeditivo, los que lo definen. Se sabe que no es un novato en el arte de recibir y dar golpes, el arte de perder y recomponerse. Si Chaney se define por sus actos más que por sus pocas palabras, “Speed” no deja de hablar de dinero y su posibilidad. El promotor vive al límite, jugando, pidiendo prestado, apostando y perdiendo, pero ambos tienen en común el supervivientes en tiempos duros, tiempos que apenas da opciones; para ellos quizá solo las expuestas por Poe (Strother Martin) cuando acepta ser el cuidador del luchador. Poe, que presume de parentesco con el poeta de Boston, asume su derrota y da por hecho la del resto cuando afirma que <<unos nacen para fracasar, a otros se nos ha impuesto el fracaso>>. Queda por saber a qué tipo pertenece Chaney, si es que alguien como él pertenece a alguna de las dos categorías…
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