La memoria es un espacio para construir más que para buscar la realidad. Ahí, en esa parte de la mente, se da nueva forma a lo que fue. La memoria trae el ayer al presente, pero es una imagen que recuerda un ayer inexistente. Lo que recordamos se hace en el ahora y se ve condicionado por él. Y en el hoy, durante el cual se evoca, lo que que fue se sustituye por la nueva realidad del momento perdido. El hecho evocado escapa al hecho en sí. Aquello que sucedió se pierde para siempre, pero sobrevive su fantasma: el recuerdo, el espejismo del momento que alguien rememora: dibuja en su mente la vivencia pasada viviéndola en el presente. Lo único que queda es reconstruirla, nos reconstruimos a diario, por eso estamos siempre en constante cambio y búsqueda, a menudo sin saber que tal reconstrucción se está produciendo en el inconsciente, en su mezcla con el consciente para, juntos, llevarla a cabo. La memoria bebe de la realidad, de sus imágenes, de su reinvención, de reflejos que pasan por hechos. En eso, es como el cine o la literatura de ficción. Recrea, quizá sueñe y la vida haga honor a un título de Calderón, y accede a una realidad verosímil, emotiva, de autenticidad propia… La memoria en el cine encuentra en Alain Resnais y Chris Marker a dos de sus grandes viajeros, el primero en documentales y films de ficción; el segundo en una obra inclasificable en la que únicamente hay una película de ficción, la cual no presenta una sola imagen en movimiento, pues son fotografías que el autor montó a modo de “fotonovela”. El muelle (La jetée, 1962) está construida a partir de fotografías tomadas por Marker en veintiséis países, lo cual desvela no solo la historia que cuenta sobre un viajero temporal ficticio, sino que también expresa que el propio cineasta era un trotamundos. Toda su obra es un viaje por el mundo y por las influencias que recibe de otros artistas, y una búsqueda artística en constante evolución y disposición al reto. El protagonista de La Jetée viaja por la memoria, por sus distancias, por su espacio-tiempo, pues eso es en parte la memoria: un lugar sin cuerpo donde las distancias se acercan y se alejan, un lugar donde quizá el personaje busque paraísos perdidos o aún por encontrar.
En la mente, pasado y futuro pueden plegarse y ser un mismo sueño sin tiempo real. De ser cierto lo dicho, el futuro, nunca real para el presente y siempre en fuga, también se construye constantemente. Y desde uno de esos posibles imposibles, la voz de Jean Negroni, la única que suena en el film, inicia su recorrido por las imágenes que acompaña de principio a fin. Nos las explica, nos guía por su historia, pero ¿qué diría otra voz que las explicase desde su perspectiva, desde su propia reconstrucción de los momentos fotografiados? ¿Lo mismo? Las palabras dicen que <<esta es la historia de un hombre marcado por la imagen de su niñez…>> y nos sitúa en un mundo pos apocalíptico, tras la Tercera Guerra Mundial, que condena a la humanidad a una superficie terrestre radiactiva, viviendo bajo la capa externa, atrapados en las entrañas de un planeta moribundo, sin esperanza, destruida por sí misma. Cabe recordar que, cuando Marker realiza La jetée, la posibilidad de una guerra nuclear a escala planetaria era una amenaza casi cotidiana. Los más alarmistas la veían a la vuelta de la esquina, futuro inmediato que, por fortuna, no llegó. Esta reflexiva y original fotonovela inspiraría más de tres décadas después a Terry Gilliam, que la llevaría a su terreno, a su imaginario, en Doce monos (Twelve Monkeys, 1995), en la que crearía una obra personal entre la locura y la cordura, al borde de la anarquía y el caos que implica enfrentar lo que se da por real a sus distintas imágenes e interpretaciones. En ambas producciones, quizá los únicos conocimientos absolutos a los que se tiene acceso sean la imposibilidad de escapar del tiempo y de la muerte, dos realidades que descubren y viven (igual que sienten amor hacia dos mujeres del ayer, imágenes de su niñez que se hacen reales en su presente de viajeros temporales) tanto el protagonista de La jetée como el de Doce monos.
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