<<El año 1820, el barco Essex, capitán Pollard, de Nantucket, atravesaba el océano Pacífico. Un día vio chorros, arrió las lanchas y persiguió una manada de cachalotes. Antes de mucho, varios de los cetáceos quedaron heridos, cuando, de repente, un cachalote enorme que huía de las lanchas, se apartó de la manada y se lanzó directamente contra el barco. Disparando la frente contra el casco, lo desfondó de tal modo, que en menos de “diez minutos” se inclinó y desapareció. No se ha vuelto a ver desde entonces ni una tabla superviviente. Después de las mayores penalidades, parte de la tripulación llegó a tierra en las lanchas. Después de regresar otra vez a la patria, el capitán Pollard volvió a zarpar hacia el Pacífico al mando de otro barco, pero los dioses le hicieron naufragar otra vez contra las rocas y rompientes desconocidas; por segunda vez se perdió totalmente su barco, y abjurando con ello del mar, no ha vuelto a intentarlo más. Actualmente, el capitán Pollard reside en Nantucket. He visto a Owen Chance, que era el primer oficial del Essex en el momento de la tragedia; he leído su clara y fidedigna narración; he conversado con su hijo, y todo ello a pocas millas de la escena de la catástrofe.>>
Herman Melville: Moby Dick (traducción de José María Valverde). Austral, Barcelona, 2010.
La historia del Essex (1) tiene miga, pero, queriendo hacer su “Moby Dick”, en En el corazón del mar (In the Heart of the Sea, 2015), Ron Howard toma el hecho real (y del libro escrito por Nathaniel Philbrick), como ya había realizado con mayor acierto en Apolo XIII (1995), pretendiendo espectáculo, al menos lo intenta, y se decanta por un tipo de cine, para él bien conocido, que vive del estruendo, del tópico y en la superficialidad que no obliga ni invita a más que a consumir las imágenes y ruidos propuestos, quien esté dispuesto o quien pueda consumirlas. Poco interesa lo emocional de los personajes, transmitir sus miedos, su padecimiento, su conflicto de forma veraz (no confundir con realismo), en definitiva, lo verdadero del asunto, el cual, así expuesto, hace aguas. Resulta indiferente que la historia se narre desde el presente en el que el escritor Herman Melville (Ben Whishaw) se entrevista con Tom Nickerson (Breendan Gleeson), el último tripulante vivo del Essex, y se pretenda establecer entre ambos una correspondencia emocional —la duda del escritor ante su talento y la del entrevistado ante los fantasmas del pasado que se niegan a desaparecer— pues la sensación de estar ante un producto fabricado y enlatado, de envase atractivo y consumo rápido, es la que prevalece tanto en las imágenes del presente como en las del pasado en el que el Essex, capitaneado por George Pollard (Benjamin Walker) y con Owen Chase (Chris Hemsworth) de primer oficial, se hace a la mar, en busca de las ballenas y su codiciado aceite, y sufre la tragedia. Pero, como apunto arriba, no hay sensación trágica, ni conflicto, más allá del aparente y evidente, ni de verdad en el drama planteado por Howard, hay efectos y efectismo, contrariamente a lo que prevalece en la novela de Melville, en parte inspirada en la trágica travesía del Essex, y a su adaptación cinematográfica más prestigiosa, la realizada por John Huston en 1956.
(1) En el siguiente enlace se puede leer sobre la historia del Essex: https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20191212/472162457731/essex-moby-dick.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario