jueves, 6 de abril de 2023

Ricardo III (1955)

La tercera y última adaptación cinematográfica que Laurence Olivier realizó a partir de dramas shakespearianos, Ricardo III (Richard III, 1955), es también la más aburrida y teatral de las tres, teatralidad cansina que se agudiza en su versión completa, que arrastra su ritmo pesado por los decorados donde Olivier intenta lucirse dando vida al ambicioso arribista y protagonista de la película. <<Me temo que cuando alguna vez vuelven a ponerla, por culpa de un respeto mal entendido, dan siempre la versión completa, aunque yo ahora la prefiero cortada, sobre todo las escenas de la batalla.>> (1) La batalla referida por el británico solo ocupa una mínima parte del conjunto, la final, pero el resto se desarrolla en espacios que insisten en el origen teatral de las imágenes que se proyectan en la pantalla; la representación que se escenifica en Ricardo III resulta menos inspirada que la más imaginativa y descarada de Enrique V (Henry V, 1944), la primera de las tres adaptaciones cinematográficas de Shakespeare llevadas a acabo por el prestigioso actor y ocasional director. En sus películas shakespearianas, Laurence Oliver intenta demostrar que es capaz de combinar cine y teatro, pero, como actor shakespeariano, prioriza el texto, algo que no sucede con Welles, quien también se inició en los escenarios siendo autor shakespeariano (algo que nunca dejó de ser), o con Kurosawa. Son tres grandes que intentaron equilibrar el teatro y cine. Welles y Kurosawa lo consiguieron. El primero fue capaz de crear la atmósfera cinematográfica, la que considera que mejor le conviene al texto para introducirlo en ella, y a partir de ahí se lanza a buscar planos y encuadres que agudicen el estado psicológico-emocional de sus personajes. Por su parte, Kurosawa o Kozintsev, otro gran adaptador del dramaturgo inglés, también logran ser plenamente cinematográficos en sus adaptaciones; incluso en el caso del japonés llega a ser maestro pictórico en Ran (1985), cuyo uso del color apunta directamente el estado emocional de cuanto se narra. Pero volviendo a Olivier, su Ricardo III se encierra en decorados y resalta su origen escénico, aunque intenta equilibrarlo con el cine empleando sombras y tomas largas en las que la cámara sigue los diálogos y los movimientos de los personajes, sobre todo del ambicioso protagonista interpretado por la estrella, ¿a quién si no, Oliver, iba a confiar el papel protagónico? Pero esa distancia entre la cámara y sus observados, así como el uso de los planos largos, unida a las actuaciones, al vestuario y a las pelucas, a los espacios transitados, desequilibran la balanza hacia el teatro filmado. De cualquier forma, el responsable de Ricardo III se sintió satisfecho y dicha satisfacción es la que finalmente debe importar al artista respecto a su obra: <<Disfruté cada uno de los momentos que dedicamos a hacer la película, y siempre me he sentido satisfecho de los resultados, con excepción de una parte: las secuencias de la batalla>>, (2) que son las únicas que se desarrollan en espacios al aire libre.


(1) (2) Laurence Olivier: Memorias (traducción de Jorge Bertevoro). Torres de papel, Madrid, 2014.

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