Mucho de lo que vendría después de Cabeza borradora (Eraserhead, 1976) en la obra cinematográfica de David Lynch, se encuentra ya en este primer largometraje suyo; concluido en 1976 e iniciado en 1972 con una ayuda económica del American Film Institute donde estudiaba cine, tras haber sido becado a raíz de su cortometraje The Grandmother (1970). Pero Cabeza borradora no resultó un proyecto sencillo de sacar adelante. Por una parte, los problemas económicos —en cuanto se acabaron los 10.000 dólares de la AFI, el rodaje se detuvo y hubo que lograr financiación por otras vías—, y por otra, el perfeccionismo del realizador, ralentizaron la filmación de un film de estética perturbadora y atmósfera onírica que tiende a surrealista. En Lynch, la realidad y la fantasía se confunden hasta ser sueño y misterio. Ese estado alcanzado da a su cine el tono irreal y deformador que, tras su apariencia oscura, enigmática, onírica, experimental, adjetivo que encanta a Lynch, se esconden historias de amor, de soledad, de miedo, de dualidades que exhiben lo mejor y lo peor del ser humano. Son historias al margen, con un pie en lo idílico luminoso y otro en lo anómalo sombrío. Como en tantas películas posteriores de Lynch, en Cabeza borradora se juntan varios mundos que bien pudieran ser uno fruto de la fantasía de quien los habita y los sueña. Henry (John Nance) es un tipo extraño en una tierra extraña, un hombre que camina en soledad hasta que encuentra en Mary (Charlotte Stewart) la posibilidad de una relación que parece sacarle de su aislamiento, sin embargo no calma su temor, sus miedos. ¿Cuáles son? Quizá el propio espacio que ocupa en ese cuarto siempre oscuro y frío, su paternidad y mismamente las relaciones que establece con Mary, insegura y tímida, y con la enigmática mujer guapa del pasillo. Lo que parecía una realidad beneficiosa se transforma en pesadilla, de la que huye soñando su alternativa; en la que fantasea con la mujer de detrás del radiador (Laurel Near). Desde el primer instante de Cabeza borradora la sensación de estar en un sueño cobra fuerza. El film se inicia en un planeta oscuro, rocoso, donde un extraño (Jack Fisk) de características pétreas maneja las palancas del destino y lanza a Henry a la Tierra donde parece caminar perdido y desorientado. Lynch desarrolla la historia en apenas cinco escenarios: el planeta, la habitación del protagonista, el escenario detrás del radiador, la fábrica de lápices y la casa donde Mary vive con sus padres —no menos peculiares que el resto de personajes—. Ella no tarda en irse a vivir Henry, pero la relación se trunca como consecuencia del cansancio de Mary, que atiende al bebé de formas extrañas. Aguanta sus lloros y asume sus cuidados hasta que se ve superada y decide regresar con sus padres. De ese modo, Henry se queda en su habitación; ahora el bebé es su responsabilidad y la pesadilla se agudiza en las sombras, el frío y los sonidos que enfatizan la agonía; pero la fantasía le abre una vía de escape hacia el cálido mundo que existe allende el radiador.
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