El cine de Álex de la Iglesia es canalla, festivo, se ríe y disfruta al tiempo que homenajea distorsionando, llevando los géneros al borde del esperpento que ya se descubre y luce en Acción mutante (1992) y alcanza su máxima expresión en la urbanidad nocturna de El día de la bestia (1995), sus dos primeros largometrajes. En 800 balas (2002) también se decide por caricaturizar un género, en este caso el western, que en manos del cineasta vasco y de Jorge Guerricaechevarría, su coguionista, se transforma en otra cosa: en un homenaje y a la vez en un divertimento protagonizado por un grupo de niños grandes (la filmografía de Álex de la Iglesia está repleta de este tipo de personajes) que se niegan a perder el mundo que han construido o heredado en ese desierto donde todavía existe la posibilidad de soñar y fantasear aquel “viejo” cine que ya nadie hace. Cuando el director y el guionista deciden ser gamberros y miran atrás, a las películas y a los géneros que les divierten y que decantaron sus gustos, se da lo mejor de su comunión. Y diría que este esperpento-western es uno de esos casos. Rodada en su práctica totalidad en Almería, 800 balas homenajea al spaghetti western, al especialista, stuntman, como dice Jaime (Sancho Gracia) porque ha trabajado con los estadounidenses, y a ese espacio almeriense que hizo posible duelos y persecuciones en lo que simuló ser el viejo oeste americano. Ahora ese espacio andaluz llamado “Texas Hollywood”, ubicado en el desierto de Tabernas, apenas es visitado por un puñado de turistas que aplauden a Jaime y a su troupe cuando recrean un oeste que solo existió en las películas. Forman un grupo aparte, que resiste las modas y la carestía, haciendo de su entorno un espacio circense —los payasos son inspiración recurrente en la obra del cineasta bilbaíno— que conquista la fantasía de Carlos (Luis Castro), el niño que, engañando a su madre (Carmen Maura), decide conocer a su abuelo Jaime y se traslada en taxi a Almería. Contra lo que aparenta, Carlos es un personaje de mayor madurez que los adultos, aunque se presenta como un consentido que alborota durante la mudanza al chalet de lujo donde su madre está ocupada con sus negocios o discutiendo con su suegra (Terele Pávez). Queda claro que es un entono donde Carlos juega solo y se encuentra solo, soledad que desaparece en cuanto llega al far west ilusionado por su abuelo, pendenciero y un tanto “borrachuzas”, un outsider de los de antes, alguien que se niega a dejar que su “espectáculo” vital lo decidan otros, alguien que presume haber trabajado con los mejores y de su amistad con Clint Eastwood, la “estrella” a quien dobló en la trilogía del dólar de Sergio Leone.
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