lunes, 20 de febrero de 2023

Las playas de Agnès (2008)


Es un documental autobiográfico, pero es más que eso; Agnès Varda lo deja claro en la presentación de su film, cuando juega con los espejos en la playa belga de su infancia. Agnès pasea sobre la arena y nos dice, antes de mostrar en ese arenal parte de su desbordante inventiva visual, que representa <<el papel de una ancianita, gorda y habladora, que cuenta su vida. Y sin embargo son los otros a quien quiero filmar. Los otros, que me intrigan, me motivan, me hacen cuestionarme, me desconciertan, me apasionan. Ahora, por hablar de mí, pensaba: si se abriera a la gente, se encontrarían paisajes. Si se me abriera a mí, se encontrarían playas>>. Esas playas reales y simbólicas son retratadas en Las playas de Agnès (Las plages de Agnès, 2008), son los espacios vitales, geográficos, íntimos y profesionales de una mujer que nunca dejó de ser fotógrafa, ni de mirar el mundo con ojos sorprendidos, ni de ser retratista de personas y de sí misma. Sin duda, fue una artista diferente, como lo es cualquier artista y cualquier playa con su brisa marina, su batir de olas y su vaivén sobre la arena mojada que pierde humedad en su contacto con la menos compacta y más seca.


Las playas, el azul y el gris, los recuerdos de la niñez, de la juventud, de la edad adulta, de alguien que contempla y experimenta, de instantes existenciales pretéritos que hacen ser en el presente, instantes propios, de otros y con otros. Los encuentros y el contacto con esos otros hacen posible vidas que no son las suyas (y viceversa). Agnès es consciente de que somos un poco de los demás, de quienes nos miran y de algún modo nos hacen ser al vernos; así nos regala un film sobre el paso del tiempo y su encuentro con las personas que significaron y todavía significan, a pesar de la ausencia de muchas. Lo quiera o no, y ella es consciente, cualquier biografía y autobiografía, sea literaria, fotográfica o cinematográfica, es una obra inacabada, sobre el devenir temporal, repleta de ganancias y pérdidas, de instantes que al recordar se sienten cercanos y provocan sonrisas o tristeza, pero nunca indiferencia. No solo se trata de eso, aunque el devenir marque el estar antes allí y después aquí. Ella sabe que las personas conocidas a lo largo de los años dejan su huella, y que de algún modo formaron y forman parte de su biografía. Desde sus inicios cinematográficos en La Pointe Courte (1954), Varda es una cineasta reflexiva y visual que se arriesga y experimenta, bromea, representa, juega con los reflejos o camina hacia a contracorriente —a su corriente— o hacia atrás, como hace en varios momentos de Las playas de Agnès, para ir del presente al pasado. Desborda imaginación, humor, sensibilidad y cercanía; se sincera, aunque esto lo hace en cada una de sus películas —de muchas habla a lo largo del film—, y en esta representa para hablar de su vida y de su obra, de las personas que, como Jean VilarJacques Demy, sus padres, su hija Rosalie o su hijo Mathieu, marcaron ambas, dejando sus huellas imborrables sobre la arena mojada de las playas que la cineasta lleva dentro.



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