Más que para informar, las etiquetas se usan por comodidad, por costumbre, porque se han escuchado antes, por múltiples razones más que no explican; repiten y reducen. A riesgo de equivocarme (ya habrá quien me haga salir de mi error), prefiero hablar de los cineastas según lo que me ofrecen. No me gusta atribuirles una etiqueta y sentir la satisfacción de haber dicho algo cuando no he dicho nada. Por ejemplo, me pregunto, la etiqueta “surrealista” acompañando a Luis Buñuel, ¿qué me aporta? ¿Me invita a pensar o a conocer algo acerca de su obra? Decir que el cine de Buñuel es surrealista es como no decir nada. Todo Buñuel es parte de un mundo complejo en sí mismo —si quieren añádanle las etiquetas surrealista, onírico, subversivo, y verán que no varía su significado: Buñuel es Buñuel—, que apenas tiene explicación racional, salvo que se intentase explicar sobre la psicología del propio artista: su naturaleza, su educación, su rechazo, sus fobias y obsesiones, su humor, su gusto por Pérez Galdós y Sade, sus contradicciones, sus sueños y tantos “sus” más. <<Adoro los sueños, aunque mis sueños sean pesadillas, y eso son las más de las veces. Están sembrados de obstáculos que conozco y reconozco. Pero me es igual […] he introducido sueños en mis películas, tratando de evitar el aspecto racional explicativo que suelen tener>> (Buñuel: Mi último suspiro.). Lo mismo pienso del resto de grandes cineastas —es imposible sujetarlos a etiquetas y a explicaciones exclusivamente racionales, pues no se puede racionalizar las emociones y el arte—, aunque solo citaré dos ejemplos más para no alargar demasiado el comentario.
No creo que Federico Fellini haya sido neorrealista o habría que matizar que es el neorrealismo en él —del mismo modo que habría que señalar los distintos aspectos que diferencian y dan forma al cine de Roberto Rossellini o al de Cesare Zavattini y Vittorio De Sica. Su realidad, amplia, subjetiva, humana, era la de un soñador, un fabulador, un exagerado, un gran mentiroso, un ser humano que desborda y, sobre todo, un artista circense y cinematográfico consciente de ser un creador único. El cine era su pista de circo, y él el maestro de ceremonias. <<Todos somos víctimas de una educación con finalidades, llena de metas, de significados, de intenciones y de objetivos. Pero después de los 40 años empiezas a darte cuenta de que todo estaba equivocado, que has gastado 40 años de tu vida en problemas inexistentes. Yo, sin embargo, me considero afortunado. He tenido una vida muy ligera, compañeros delicados que me han dejado tranquilo para cultivar mi creatividad. Es como si me hubieran dejado para siempre en el cuarto de los juguetes. El mismo cansancio que advierto en el físico me permite quedarme más en el cuarto de los juguetes, en un estado de ánimo alegre. La mía ha sido una vida fantástica, una vida de artista, si se quiere.>> (Fellini: Les cuento de mí.)
Tampoco creo que Ingmar Bergman fuese metafísico, como he leído en alguna ocasión; de hecho, nunca he pensado en tal adjetivo cuando pienso en él y en su cine. Mas bien, lo veo como a alguien que vivía en (a gusto consigo mismo) y enfrentado a su interioridad y de ese conflicto nacían sus relaciones con el exterior; de hecho diría que su cine ya nace en su infancia, cuando le regalan su linterna mágica e inicia sus representaciones teatrales cuando, a la par, empiezan a surgir las dudas y los temores a los que nunca obtuvo respuesta o quizá sí…
<<Cuando el cine no es un documento, es sueño. Por eso Tarkovsky es el más grande de todos. Se mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito, de todos los medios. Yo me he pasado la vida golpeando a la puerta de ese espacio donde él se mueve como pez en el agua. Solo alguna vez he logrado penetrar furtivamente. La mayoría de mis esfuerzos más conscientes han terminado en penosos fracasos.
Fellini, Kurosawa y Buñuel se mueven en los mismos barrios que Tarkovsky. Antonioni iba por ese camino, pero se mató, ahogado en su propio aburrimiento. Méliès estuvo siempre allí sin pararse a reflexionar en ello. Es que él era mago de profesión.
Cine como sueño, cine como música. No hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma. Un pequeño defecto del nervio óptico, un efecto traumático: veinticuatro fotogramas iluminados por segundo, entre ellos oscuridad, el nervio óptico no registra la oscuridad. Cuando yo, en la moviola, paso la película cuadro por cuadro siento todavía la vertiginosa sensación de magia de mi infancia: allí en la oscuridad del armario ropero daba yo vueltas lentamente a la manivela pasando las imágenes una por una y veía así los cambios apenas perceptibles. Aceleraba: un movimiento.
Las sombras mudas o parlantes se dirigen sin rodeos hacia mis espacios más secretos. El olor a metal caliente, la temblorosa luz de las imágenes, el ruido de la cruz de Malta, la manivela en la mano.>> (Bergman: La linterna mágica.)
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