autor: Jean Huber
<<Si un hombre quiere persuadir de su religión a unos extranjeros o a sus compatriotas, ¿no tiene que emprender la tarea con la más insinuante dulzura y la moderación más atractiva? Si empieza diciendo que lo que anuncia ya está demostrado, encontrará una multitud de incrédulos; si se atreve a decirles que no rechacen su doctrina más que si esta condena sus pasiones, que su corazón ha corrompido a sus espíritus, que solo tienen una falsa y orgullosa razón, les indigna, les anima en su contra. Él mismo arruina lo que quiere establecer.
Si la religión que anuncia es verdadera, ¿el arrebato y la insolencia la harán más verdadera? ¿Os encolerizáis cuando decís que hay que ser delicado, paciente, bienhechor, justo y cumplidor de los deberes sociales? No, ya que todo el mundo opina como vos. ¿Por qué le decís, pues, injurias a vuestro hermano cuando le predicáis una misteriosa metafísica? Es que su buen sentido irrita vuestro amor propio. Tenéis el orgullo de exigir que vuestro hermano someta su inteligencia a la vuestra. El orgullo humillado engendra cólera, no proviene de otra fuente. Un hombre herido por veinte balas de fusil en una batalla no se encoleriza. Pero un doctor herido porque se rechaza su opinión, se vuelve furioso e implacable>>
Entrecomillado de Voltaire: Diccionario filosófico. La religión. Séptima cuestión.
Sucede que también se intenta imponer tal o cual idea/creencia disfrazada de tolerancia e incluso disfrazada de víctima de otras ideas/creencias. Por ejemplo, sin que exista motivo alguno que justifique su empleo, a veces se da el caso de que alguien se queda sin argumentos y expresa “es cuestión de gustos y sería bueno respetarlo” cuando otro alguien ofrece una opinión que contradice la que el primer alguien defiende. Cierto: “es cuestión de gustos y sería bueno respetarlo”, cuando se trata de gustos, pero estos no son opinión ni opinables. La opinión sí puede ser rebatida; de hecho, en el momento que sale a la luz invita a que otras hagan lo propio. Se supone que nace de contemplar lo opinado desde el conocimiento objetivo y la reflexión del sujeto; al contrario que el gusto, cuyo origen es exclusividad del subjetivo —no interviene la razón, sino lo emocional e irracional, pues, aunque el gusto se encuentre condicionado por factores externos que lo orientan y condicionan las elecciones, dudo que pueda explicarse. En casos así, la frase hecha habla por lo que oculta, no por lo que expresa a viva voz. Desvela infantilismo y la intención de predisponer contra quien no está de acuerdo y disiente. Por esto, más que manipulador, su uso es infantil y, en su tono conciliador, sustituye el cabreo del médico que Voltaire emplea de ejemplo para expresar que nos cuesta encajar que nos rebatan las opiniones, que no obedecen a los gustos (o no deberían). Otra cuestión son los gustos. Ahí, nadie se equivoca, ni nadie puede rebatirlos...
Autor: Claudius Jacquand
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