viernes, 15 de julio de 2022

Imitación a la vida (1959)


<<En cierta forma es una película política. Me interesó principalmente porque la situación de los negros en América había llegado a un punto crucial tal que me parecía que algo tenía que hacerse al respecto. No me refiero a una película, no había pensado aún en hacerla entonces. Pero mira, teníamos sirvientes de color, conocía a gente de color, incluso intelectuales de color. Había una gran brecha entre blancos y negros, y antes o después tenía que cerrarse, todo el mundo lo sabíamos en América.>> Lo dicho lo comentaba Douglas Sirk en sus conversaciones con Antonio Drove, publicadas en Tiempo de vivir, tiempo de revivir, cuanto el cineasta español le dijo que Imitación a la vida (Imitation of Life, 1959) era un film social y sobre actrices. En cierto modo, ambos tenían razón y ambos hablaban de los mismo.



En este su último film en Hollywood, el director alemán volvía su mirada hacia la sociedad en la que había vivido desde 1939.
 Una mirada, la suya, que veía allí donde la natural al lugar corría  el riesgo de cerrar los ojos y negar evidencias, o justificarlas en un esfuerzo vano. En el Hollywood clásico, hubo más ejemplos de esa mirada ajena capaz de desvelar características de la idiosincrasia y de los conflictos sociales del país, aspectos que a veces escapaban a la mirada oriunda, ya que, a fuerza de costumbre, de desinterés o de hacer la vista gorda, podían pasar desapercibidas o asumirlas como naturales. Por ejemplo, la de Sirk en sus melodramas desvela aspectos del estilo de vida estadounidense empleando formas y estereotipos que escapan de la realidad para, desde el exceso, profundizar en ella. Como otros cineastas foráneos afincados en Hollywood —caso de Fritz Lang, William Dieterle o Billy Wilder—, su condición de extranjero en el “país de las oportunidades” le permitió la distancia crítica y emocional suficiente para abordar en sus “melo” lo estadounidense. Lo hizo con barroquismo y colores vivos, salvo títulos como la magistralmente gris Ángeles sin brillo (The Tarnished Angels, 1957), y sin miedo a profundizar en vergüenzas, rasgos y conflictos que sin duda estaban ahí, y vio en su contacto con las distintas realidades que encontró en Estados Unidos, realidades como el racismo, la cara oculta del sueño americano y la obsesiva búsqueda de la felicidad que, en su promesa incumplida, a menudo conlleva sentir lo opuesto.


<<Toda infelicidad se basa en algún tipo de desintegración o falta de integración; hay desintegración en el yo cuando falla la coordinación entre la mente consciente y la subconsciente; hay falta de integración entre el yo y la sociedad cuando las dos no están unidos por la fuerza de intereses y afectos objetivos.>>


Bertrand Russell: La conquista de la felicidad.



En su film de despedida, 
Sirk expone estos temas con maestría, creando un melodrama colorista, intenso y exagerado de manera consciente para representar esos aspectos de la vida que, tras la máscara, asoman en toda su fuerza. A riesgo de “superficializar” la existencia, la imagen en Sirk trasciende el tópico “vale más que mil palabras” para ser sustancia propia de la existencia. Su estética es fondo y superficie y desde ella usa estereotipos y escenarios recargados para crear un espacio cinematográfico personal desde el cual accede a una realidad más allá de la máscara que propone a simple vista. Al contrario que otros cineastas que han desarrollado el melodrama, Sirk emplea el exceso para indicar que la felicidad perseguida por sus personajes es un sucedáneo de la misma porque la buscan fuera, no dentro, de manera que solo hayan la falsa ilusión que remite al título Imitación a la vida. Aceptando real su existencia, la felicidad es abstracta, personal y finita, ya que ni es para siempre ni puede encontrarse fuera del individuo, ni en la acumulación de mercancía. Se trata de un estado íntimo y no externo, aunque se refleje en el exterior. Pero nada de lo dicho es novedad, como tampoco lo es la exageración melodramática, que suele lastrar cualquier película, salvo que alguien como Sirk la transforme en sustancia que vive en y más allá de la estética que dista del kitsch, aunque por momentos lo parezca. El cineasta construye su película sobre la falsedad que oculta la realidad de una sociedad deshumanizada, en la que el éxito material gana terreno al emocional: a las emociones y los sentimientos que van cediendo en un espacio donde la protagonista principal acumula aplausos, contratos y posesiones que nunca podrán sustituir el sentir la vida —su relación con su hija o con el hombre de quien se enamora—, aquella de la que parece alejarse entregada a su profesión de actriz y al ego que arrastra.


Partiendo de la novela de
Fannie Hurst, que ya había servido de base para la también espléndida adaptación que John M. Stahl había dirigido en 1939, Sirk aborda el problema racial disfrazándolo en exceso melodramático que separa a Sarah Jane y Annie, a su madre. En el conflicto expuesto por Stalh hay mayor contención, pero en ambos casos abordan esa problemática social que encuentra en Sarah Jane su centro aparente, pero es en Lora y en Annie donde se puede comprobar hasta donde la aceptación y la sumisión al orden que lo consiente son responsables de que la niña (más adelante, mujer) huya de su etnia en busca de sí misma pero condenada a no poder encontrarse hasta que esa brecha aludida por Sirk se cierre. El otro tema, plantea la búsqueda de la felicidad que Lora confunde con el éxito profesional; quizá tampoco la hubiese encontrado de casarse con Steve, a quien deja claro que quiere algo más. <<Lo quiero todo>>. Y esa ambición, ese deseo de conquista, se convierte en su motor existencial, el que la empuja hacia la cima profesional, pero el que la aleja de las relaciones humanas, que pasan a un plano secundario: como serían su hija, el propio Steve o mismamente Annie, a quien nunca le pregunta y a quien desconoce. Entre ellas no hay una relación de amistad, no puede haberla porque ambas se ven desde las partes opuestas separadas por la grieta social, en la que Sarah Jane parece hundirse y de la que desea liberarse para vivir una vida que no implique el rechazo y el dolor que su piel blanca no delata, pero sí el odio racial que ha condenado a a su madre a la sumisión y a ella no poder ser.



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