<<Sea cual sea la impresión que nos cause, es un servidor de la ley y, como tal, escapa al juicio humano>>. Elio Petri cierra con esta cita de Kafka su Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, 1970), en la que sospecha que, en la democracia, la ley se dice igual para todos, pero se calla que la impunidad del sistema es privilegio exclusivo de los de arriba, de quienes están por encima, porque o bien son sus guardianes o bien quienes la imponen. La frase del escritor checo pone colofón a esta comedia negra escrita por Petri y Ugo Pirri para exagerar una realidad contemporánea. El resultado fue la primera pieza de una serie de películas —La clase obrera va al paraíso (La classe operaia va in paradiso, 1971), El amargo deseo de la propiedad (La propietà non è più un furto, 1973) y Todo Modo (1976)— en las que el cineasta abordó la neurosis de la sociedad italiana realizando caricaturas críticas de la inestabilidad social y política de la Italia de sus días.
En este primer título, Petri concede el protagonismo a un comisario de policía (Gian Maria Volonté), recién nombrado jefe de la sección política y antiguo jefe de homicidios. Esto lo sabemos poco después de su extraña presentación en la intimidad que comparte con Augusta Terzi (Florinda Balkan), una bella burguesa a la que parece excitarle representar asesinatos pasionales, siendo ella la víctima y su amante el ejecutor. Lo que la mujer ignora es que ese día su muerte será real. El comisario la asesina y deja todas las pruebas posibles en el piso, incluso él mismo telefonea a la policía para denunciar el crimen, pero, sobre todo, para dejar sus huellas en el teléfono. Según expresa en una grabación posterior, lo hace para probar que está fuera de toda sospecha, aun existiendo pruebas de su presencia en la casa de la víctima. Pero Investigación sobre un ciudadano libre de toda sorpresa no persigue la intriga policial, sino un tipo de cine político que denuncia mala praxis y desvela aspectos y complejidades de aquellos años en los que el gobierno democristiano estaba siendo cuestionado por parte de la población, sobre todo por esa juventud a la que la policía reprime con mano dura. Las irregularidades y la corrupción asoman en la obra de Petri, cuya postura política nunca fue un secreto. El cineasta emplea al comisario para realizar un retrato nada favorable del sistema, de su paranoia política y del uso de la policía como su brazo represivo, puesto que el cuerpo de seguridad no se creó para servir a las personas, sino para controlarlas mediante métodos que incluso puede llegar a ser ilegales; en el film: escuchas, detenciones, malos tratos. Esa es su función, ser guardiana del orden establecido por la minoría en el poder, que ve enemigos en cualquiera que amenace su control, en este caso: los jóvenes anarquistas, comunistas, homosexuales,… Es decir, quien no encaje dentro del perfil aceptado por un sistema que, tras la máscara, esconde otra cara y la necesidad de protegerse y eliminar posibles cambios; de ahí que el policía, recién nombrado jefe de la sección política, hable de controlar a los subversivos por los medios necesarios, sean las vigilancias ilegales o las detenciones, sin más pruebas que la de considerar culpables a quien es sospechoso de ir contra el orden.
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