El rótulo <<Un corto ensayo audio-visual de plástica lírica>> introduce Aguaespejo granadino y al tiempo explica las intenciones de José Val del Omar para la experimentación cinematográfica que, en conjunto y por separado, es su Tríptico elemental de España (1952-1982); compuesto por Aguaespejo granadino (1952-1955), que deambula por patios y fuentes de la Alhambra, por piedra y agua, ondas y reflejos, de noche y día, Fuego en Castilla (tactilVisión del páramo del espanto) (1958-1960), <<ensayo sonámbulo de visión táctil en la noche de un mundo palpable>>, y Acariño galaico (de barro) (1961-1982). Los sonidos, las imágenes y las formas que Val del Omar emplea en su Tríptico se unen en una mezcolanza audiovisual de sensaciones terrenales y poéticas, de influencias lorquianas y de san Juan de la Cruz, que acercan el paisaje, los elementos, los rostros y la arquitectura a un nivel sensorial casi místico, entre la religión, el misterio y la metafísica, generando la idea de fuga del tiempo o de no pertenecer a un tiempo concreto, incluso tratándose de un mundo físico que puede ser captado por los sentidos y aprehendido en su unión con el “sentido” emocional de la estética del arte. El cineasta granadino experimenta las posibilidades visuales —juega con luces, sombras, negativos y planos, con la velocidad de la imagen, que acelera, ralentiza o distorsiona, con los reflejos y con los rostros pétreos y humanos— y sonoras de los cuatro elementos clásicos: agua, aire, fuego y tierra, y variantes tales el barro o la piedra que sirven para las figuras que parecen cobrar vida en Fuego en Castilla —cuya iluminación sobre las obras pétreas de Alonso Berruguete y Juan de Juni provoca que la textura de las esculturas semejen en constante transformación— o en el Pórtico de la Gloria —cumbre románica, y obra del maestro Mateo en el siglo XII— de la catedral de Santiago de Compostela, que asoma en la tercera y última película de la trilogía.
Su estética viva y sensorial ciertamente resulta fascinante. Por ejemplo, Fuego en Castilla parece sentir el espíritu de las esculturas, o cómo estás cambian su estado emocional. Las tres obras van más allá de lo audiovisual; difícil explicar el cómo, pero es como si su estética tuviese alma y las formas empleadas por el cineasta le permitiesen salir del plano físico y alcanzar una dimensión poética donde las sensaciones, emociones y elementos físicos alcanzan ser una. En definitiva, el ensayo o la experimentación llevada a cabo por Val del Omar confieren a su obra un atractivo inclasificable y a él le convierten en un cineasta isla, en medio de un océano de homogeneidad cinematográfica, cuyo cine se encuentra en sí mismo a medida que experimenta y se hace real; es decir, audiovisual, sensible y emocional. También conocido como de barro, Acariño galaico fue el único de los tres films de su tríptico que no pudo completar, aunque su montaje estaba avanzado cuando el realizador falleció. La piedra, la religión, el mar, las termas, el barro mortal asoman por la Galicia visual y sonora que se plasma en imágenes experimentales en las que el director andaluz intenta unir lo visible y lo invisible, arte y tradición, el mundo físico y aquel invisible que habita en la mitología, dando como resultado un film que no responde a etiquetas ni a argumentos que lo expliquen, puesto que su explicación no es racional, o racionalmente sería incompleta. Lo sensitivo, lo poético, lo inasible forman parte de este inclasificable ensayo en tres partes sobre el arte y el cine o el arte cinematográfico, el hasta dónde estirar los límites de las imágenes y sonidos para crear un mundo de sensaciones que se transforman en emociones vivas, incluso si son sustancias inertes como el agua, el fuego o el barro.
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