Tras sus inicios televisivos, Norman Jewison dio el salto al cine en una serie de comedias que encuentran su tema en el amor de pareja —Su pequeña aventura (The Thrill of It All, 1963), No me mandes flores (Send Me No Flowers, 1964), El arte de amar (The Art of Love, 1965)— pero nada pudo explicar entonces ni quiso explicarlo después, consciente de que no existe un razonamiento lógico que indique los motivos del amor, puesto que sencillamente se vive y no hay resistencia posible a su encanto, al menos hasta que su fuerza se mitigue o su hechizo desaparezca. Rodada cinco años después de Amigos muy íntimos (Best Friends, 1982), en Hechizo de luna (Moonstruck, 1987), la cima de su humor romántico, Jewison regresaba al género para hablar, bromear y fantasear con elegancia y estilo que ni el amor ni la familia pueden razonarse, ya que son imprevisibles e ilógicos y, aunque son tan necesarios como vitales, no son perfectos como la esfera que brilla intensa e ilumina su esplendor la noche en la que el tío Raymond (Louis Guss) se deja envolver por el romanticismo que atribuye al momento, una noche que parece proclive al cuento de hadas sin príncipes azules ni princesas ilusas, sin más palacios que una panadería, un apartamento en el piso de arriba, un hogar familiar y un palco en la ópera, marcos ideales para desarrollar el hechizo entre Loretta (Cher) y Ronny (Nicholas Cage), dos desconocidos que, ya desde su primer encuentro, no pueden frenar la atracción y el deseo que despiertan en ellos. Pero Jewison no solo está interesado en esta pareja, sino en las diferentes situaciones por las que atraviesa la familia, núcleo que, a pesar de sus desavenencias —la soledad de la madre de Loretta, a quien dio humanidad una espléndida Olympia Dukakis, y de la infidelidad marital del padre (Vincent Gardenia)— para el director canadiense, y también para el guionista John Patrick Shanley, resulta el pilar básico que les sostiene y les arropa: el núcleo que les hace sentir parte de algo, a diferencia de Perry (John Mahoney), solitario y condenado a mantener breves relaciones que acaban con una copa de vino derramado sobre su rostro.
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