La imagen legendaria con la que dibujo a John Huston en mi mente me trae la figura de un cineasta aventurero y bravucón, con ganas de pelea y de reírse de sí mismo en La burla del diablo (Beat the Devil, 1953), film que le brindó la oportunidad de parodiar su cine con humor, ironía, engaño y cinismo. La imagen podría ser la de un espíritu burlón que quiere ser libre y la de un cineasta al que Jack Clayton posicionó entre <<uno de los diez mejores directores de cine de nuestra época>>.1 Clayton, el futuro director de Suspense (The Innocents, 1961) y de otros magníficos largometrajes, participaba como jefe de producción de esta película que empezó a gestarse en la cama o, con mayor precisión en su ubicación, brotó en la mesilla de noche de una habitación ocupada por Huston. El realizador recordaba que <<El truco de Claude Cockburn de dejarme su novela de “James Helvick”, La burla del diablo, en mi mesilla de noche en casa de Oonagh funcionó. Me pareció que veía una película en el libro>>.2 Pero aquella película mental era, como todas las mentales, distinta a la que finalmente cobraría cuerpo en la pantalla. En todo caso, la idea seminal le gustó lo suficiente para llamar a Humphrey Bogart y comentarle que en aquellas páginas había una película que podría ser un buen negocio. El actor, seguro de que Huston la dirigiría para su productora, compró los derechos cinematográficos y apuró al director para que dejase otros proyectos y se centrase en su nueva película juntos, la cual, a la postre, sería su última colaboración. El primer guion lo escribió el autor de la novela (que había publicado bajo seudónimo), aunque no satisfizo a Huston. Tampoco le gustó el escrito por Anthony Veiller y Peter Viertel, que tenía todas las papeletas para ser rechazado por el Código de Producción, ya que no condenaba la infidelidad marital e idealizaba al delincuente interpretado por Bogart. Por fortuna, apareció en escena Truman Capote, que acababa de colaborar a petición de David O. Selznick en Estación Termini (Stazione Termini, Vittorio De Sica, 1952), y aceptó trabajar en un nuevo texto, que sería el definitivo. Más adelante, el autor de A sangre fría diría que Huston no escribió una sola línea del libreto y posiblemente fuese cierto, pero se trataba de una verdad engañosa, ya que el director no dejó de aportar añadidos, ideas, comentarios y cambios.
El resultado fue una comedia subversiva y alocada en la que John Huston toma a sus perdedores y soñadores, a sus buscadores de fortuna y de sueños que se esfuman, y le da una vuelta de tuerca y la transforma en una ingeniosa parodia de su cine en la que se puede escuchar una de las mejores y más cínicas definiciones que se ha dado de “tiempo”. <<Tiempo, tiempo. ¿Qué es el tiempo? Los suizos lo fabrican, los franceses lo atesoran, los italianos lo pierden, los americanos dicen que es oro, los hindúes dicen que no existe. Y ya sabéis lo que yo digo, que el tiempo es un canalla>>, concluye O’Hara (Peter Lorre) con pesarosa maestría. No obstante, la película no fue el éxito esperado, quizá la explicación del propio cineasta aclare el porqué: <<La burla del diablo se adelantó a su tiempo. Su humor delirante dejaba a los espectadores desconcertados y confusos>>.3 La explicación apunta un hecho que no explica: que nadie esperaba un comedia con mentirosos y delincuentes de protagonistas, sin un personaje de referencia moral que despertase una conexión directa con el público, que tampoco debió entender que el personaje de Bogart era una caricatura de su mito cinematográfico o que Jennifer Jones interpretase a una mujer casada que no se arrepentía de tener una aventura fuera de su matrimonio con Harry, el aburrido y esnob inglés de clase media a quien dio vida Edward Underdown. Hubo muchos que no entendieron el magisterio de Huston en esta película, ni la gracia de un film que apunta directamente a la condición humana y a la autoparodia.
Huston bromea con el engaño y el autoengaño, con el sueño de “derrotar al diablo” y salir victoriosos, pero sus personajes son mundanos: desean, fallan, en ocasiones son ineptos y otras son capaces de lo mediocre y de lo peor. No hay vencedores en el cine de Huston y esto no varía en su comedia picaresca sobre bribones, apariencias, engaño e intercambio de pareja. Desde su primera película en la dirección, también la primera en la que contó con Humphrey Bogart de protagonista, los personajes de Huston persiguen sueños y no disimulan su naturaleza. Algunos son embusteros, otros quizá sean dioses en su pequeñez, como el personaje de un magnífico Robert Morley, lo único seguro es que se trata de aspirantes a nada, cuando no desesperados por alcanzar la fantasía que solo es posible mientras no le den forma; es posible en su persecución. La película se desarrolla entre la búsqueda, la apariencia y el engaño, pero, más que otra cosa, La burla del diablo es, toda ella, un divertido engaño que mejora en la complicidad que establece con quienes acepten la broma propuesta por el director de El halcón maltés (The Maltese Falcón, 1941) en esta divertida farsa de cinismo, mentiras y derrota.
1.Lawrence Grobel: John Huston. Biografía. Historia de una dinastía de Hollywood (traducción Domingo Santos). T&B Editores, Madrid, 2003.
2,3.John Huston: A libro abierto (traducción Maribel de Juan). Espasa-Calpe, Madrid, 1986.
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