martes, 17 de agosto de 2021

Jubal (1956)


El primer western filmado por Delmer Daves, Flecha rota (Broken Arrow, 1950), aventuraba que no le interesaba el género para transitar zonas comunes, sino que pretendía adentrarse por terrenos inexplorados o poco explorados que le permitiesen ahondar en la psicología de personajes atrapados en el instante que viven, condicionados por un pasado oscuro, doloroso y excluyente, como los de La ley del talión (The Last Wagon, 1956), El tren de las tres y diez (3:10 to Yuma, 1957) o El árbol del ahorcado (The Hanging Tree, 1958). También en Jubal (1956) hay negrura, dolor y exclusión. Su protagonista vive en un doble conflicto: el personal, que mantiene consigo mismo, y el social, frente a una sociedad en la que no encuentra su lugar. En realidad, son las dos partes del conflicto que le ha perseguido desde niño, cuando descubrió el rechazo de su madre y fue testigo de la muerte paterna. La pérdida, la exclusión, la ausencia, la búsqueda, han marcado sus pasos desde entonces, pero en el presente asoman con nuevos rostros y en un espacio diferente a los previos por donde habría deambulado antes del inicio del film. Simbólicamente, en ese instante inicial, una fuerza invisible o destino arroja a Jubal (Glenn Ford) al camino, lo empuja en busca de su lugar en el mundo, del hogar que se le niega y se ha negado desde niño. Esta realidad la confiesa en un momento de intimidad que comparte con Noemi (Felicia Farr), una mujer atrapada en la tradición que escoge por ella. Pero el personaje femenino clave, quizá el más interesante y complejo de todos los personajes, es Mae (Valerie French), cuya tragedia fue casarse con Shep (Ernest Borgnine), en quien vio una salida y encontró la condena de soledad e insatisfacción de la que pretende escapar a raíz de la aparición del vagabundo protagonista. Antes de ser recogido por Shep, Jubal era un errante, un hombre que huye de su mala suerte y de los problemas que le han impedido asentarse en cualquier lugar del que más temprano que tarde habría huido; de ahí la gratitud y lealtad que el trotamundos hacia el ranchero que le ofrece trabajo y amistad.



La historia que Delmer Daves expone sencilla habla de sentimientos y conflictos, de la amistad de Shep, bonachón, ingenuo, vulgar e ignorante, y Jubal, de la rivalidad entre este y Pinky (Rod Steiger), del deseo que el errante despierta en Mae y esta en él. Mae no es ninguna mujer fatal, a pesar de la fatalidad hacia la que avanza este westerns de emociones contenidas y desatadas, es una mujer que desea al forastero. Se encapricha de él de un modo diferente a como antes lo hizo de Pinky, pues ve en Jubal al ideal de hombre, aquel a quien podría amar y quien que podría liberarla, pues encuentra en Jubal el modelo opuesto a Shep y a Pinky, su antiguo amante, de vulgaridad similar a la del marido y obsesionado con poseerla —para él, se trata de su objeto de deseo. La intención de infidelidad en Mae es su esperanza de escapar de un matrimonio con un hombre que aborrece por sus modales, por su manera de tratarla, por la soledad que le agudiza y por el desencanto que implica. En este aspecto es como Jubal, y quizá ambos lo saben sin tener que expresarlo en viva voz, pero el forastero rechaza dar el paso por fidelidad a ese mismo hombre, un bonachón, algo ingenuo y de modales toscos, groseros, que le recoge de la nada y le abre las puertas de su hogar. Así nace la deuda y la amistad que marca el film hasta que, empujado por la envidia, el deseo y el odio, Pinky asume rasgos del Yago de Shakespeare cuando, con mentiras e insinuaciones, siembra la semilla de los celos en Shep y deparará la tragedia que precede a la catarsis del (anti)héroe.




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