El avance alemán parece imparable y, literalmente, la estepa rusa, entre el Don y el Volga, arde en julio de 1942. Los campos, las granjas, las aldeas y otras poblaciones son quemadas por los propios habitantes, para que nada quede al invasor, o arrasadas por los ataques alemanes que avanzan hacia el Cáucaso. En ese instante del verano, Sergey Bondarchuk inicia Ellos lucharon por su patria (Oni srazhalis za rodini, 1975), su adaptación de la novela de Mikhail Sholokhov. Lo hace con la retirada y presentación de un grupo de soldados soviéticos que marchan en retirada hacia Stalingrado. Entre el derrotismo, la resistencia, la entrega y la pesadilla, el camino del grupo está marcado por la amistad, la lucha y la muerte. Bondarchuk es detallista al respecto, detalla el espacio, los objetos —armas y municiones, o esa bandera que portan sin desplegar, mientras retroceden— y el comportamiento de los hombres. Es cercano a su caminar, a sus pausas, a sus charlas en las inmediaciones del Don donde cavan trincheras para defenderse de los constantes ataques aéreos y de los tanques alemanes, que avanzan sin que nadie parezca frenarles. Pero quizá el gran acierto del director de la colosal Guerra y Paz (Voyna i mir, 1965-1967) sea mostrar a soldados corrientes obligados por la historia a dejar de serlo, pues, para ellos, no se trata de una lucha ideológica ni por la supremacía racial o la igualdad de clases, aunque sí guarda relación con su espacio vital. Se trata de la supervivencia de su pueblo, de sus madres y padres, de sus hijos, de su hogar.
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