viernes, 12 de febrero de 2021

Fugitivos (1958)


En un momento de I Am Not Your Negro (Raoul Peck, 2016) aparecen imágenes de Fugitivos (The Defiant Ones, 1958) y se escucha la voz de Samuel L. Jackson (leyendo el texto de James Baldwin que se convierte en motor del film) expresando que <<cuando Sidney saltó del tren, los blancos liberales de la ciudad se sintieron aliviados y contentos, pero cuando los negros le vieron saltar gritaron: ¡Estás loco! ¡Vuelve al tren!>>. Había otra posibilidad, la de que el personaje de Sidney Poitier abandonase a su suerte al interpretado por Tony Curtis y, así, se liberase del yugo secular de los blancos. Sería una reacción comprensible, después de siglos de opresión, de vejaciones, de rencor acumulado. Pero Stanley Kramer era un hombre blanco liberal de ciudad y, aunque también filmó la otra opción, se decantó por el salto. <<El hombre negro salta del tren>>, prosigue Baldwin, <<para tranquilizar a los blancos, para hacerles saber que no les odian. Y, aunque hayan cometido errores humanos, no han hecho nada por lo que ser odiados>>.



Si se tiene en cuenta que la “Proclamación de emancipación” de Lincoln es de enero de 1863 y que el cine nace oficialmente en 1895, no se puede afirmar, sin matizar tal afirmación, que alguien (individuo o grupo) se adelante a su tiempo por abordar la discriminación racial en una película de 1957 o de 1949, cuando Clarence Brown trata sobre la injusticia racial en Intruso en el polvo (Intruder in the Dust, 1949). Además, dudo que alguien pueda adelantarse al momento en el que vive, lo que sí puede es ver algo que la mayoría no ve o no desea ver; y eso es lo que hace Kramer en esta película. El cineasta mira un problema que está ahí y habla de él en la pantalla, sin ocultar la necesidad de un acercamiento, y su buen hacer narrativo y su 
valentía discursiva son determinantes para dar forma a este estupendo drama en el que la fuga implica el acercamiento no solo de dos individuos, sino de dos etnias que habitan el mismo espacio y forman parte de la misma historia, aunque la historia y la sociedad estadounidense (de tradicional dominio blanco anglosajón) que le ha ido dando forma les haya tratado de forma dispar. Ni voy a negar que en Fugitivos realiza una película más comprometida que la mayoría de las producciones hollywoodienses contemporáneas suyas, en una época en la que la lucha por los derechos civiles ganaba defensores y simpatías también entre la población blanca a la que Kramer dirige sus películas; esto no quiere decir que la población negra queda excluida del discurso del cineasta, pero no es su discurso, que es lo que James Baldwin apunta, puesto que apunta una realidad incontestable: la de su comunidad oprimida. Kramer era un productor independiente que hacía cine comercial, también era un liberal en un entorno, el de la industria de Hollywood, controlado por magnates de actitud conservadora, alguien que en esta película quizá hizo su mejor obra fílmica, más aguerrida y de narrativa mucho más lograda y viva que Adivina quien viene esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner, 1966), pero ajustando ese final a la conciencia liberal blanca, y no a la conciencia negra que llevaba sufriendo discriminación y abusos desde que fue arrastrada al continente americano. De ahí lo del final. Si la hubiese hecho un cineasta afroestadounidense, aunque no podría decir si había alguno entonces con poder suficiente, lo dudo, quizá la conclusión del film fuese distinta. Cuestión de perspectiva, supongo.


Hartos de promesas incumplidas y de derechos pisoteados, hacia la segunda mitad de la década de 1950, hombres y mujeres afroestadounidenses decidieron caminar con paso firme hacia su liberación real, pero esta no consistía en volver al tren y dejar atrás el problema sin resolver, que les perseguiría, pues la sociedad de entonces estaba hecha por y para los blancos, e impediría la igualdad de derechos. Reflexionando sobre la situación racial en su país, Baldwin llegaría a una conclusión distinta al salto o al no salto, llegaría a la de mirarse (el dejar de cerrar los ojos), asumir culpas y cambiar. Lo cierto es que Kramer escogió el salto, que quizá calmase conciencias culpables, pero de no producirse, posiblemente, las cadenas simbólicas permanecerían intactas, pues el problema racial seguiría ahí, hasta que blancos y negros aceptasen que formaban parte de un todo. Y eso es lo que apunta en su película: la necesidad de un acercamiento para llegar al reconocimiento y, de ahí, a la igualdad que rompa definitivamente con las cadenas de odio y racismo.


Las cadenas que unen a Joker (
Tony Curtis) y a Cullen (Sidney Poitier) son el símbolo de que negros y blancos estadounidenses estaban encadenados y condenados a entenderlo (y entenderse). Y eso lo intenta explicar Stanley Kramer desde el inicio de The Defiant Ones, una de sus mejores películas; y de sus dramas, quizá el más arriesgado, al insistir en su discurso donde en otras producciones insinúa profundidad y se queda en la superficie. Salvo en momentos puntuales —quizá en la soledad de la madre o en la bondadosa acción del ex convicto que los salva de ser linchados—, Kramer logra que su discurso encaje en la acción. No lo fuerza, fluye en y de las situaciones, en buena medida gracias a las espléndidas interpretaciones tanto de sus dos protagonistas como de los personajes que les persiguen y de aquellos con los que se encuentran a lo largo de la fuga. Las cadenas que unen a los dos protagonistas son más que el metal, que no les permite separarse, su material está formado de pasado y de presente (y quizá de porvenir), el de una sociedad que ha vivido en constante odio racial, la irracionalidad que empuja a Cullen y a Joker a odiarse sin conocerse. La segregación, las mentiras, los abusos, hay un sin fin de circunstancias y crímenes que los separan, pero solo son herederos de esas barreras que, durante su huída encadenados, caen porque la situación les acerca y les permite conocerse. Entonces, comprenden que se puede vivir en un mismo lugar y nunca verse, porque solo han visto aquello que les han enseñado desde la cuna. Pero en su huída común, se necesitan y esa necesidad común les acerca: les permite intimar y comprender que ambos luchan por alcanzar la libertad, que saben que solo será posible si colaboran.


La colaboración reduce la distancias y aproxima el respeto, que poco a poco sienten y se transforma en la amistad y en la unión que les fortalece y les permite superar su conflicto racial. Al inicio, en medio y al final del film, Poitier entona la misma canción, una también canta cuando son atrapados en el asentamiento de peones blancos donde quieren lincharlos —momento en el que Joker comprende un poco mejor la  opresión y la injusticia centenaria del blanco con el negro. Cullen solo entona la canción en tres ocasiones; y las tres en situación de encierro, sin embargo, la entonación varía porque se producen cambios entre el inicio y el final. Lo que ha sucedido es el acercamiento entre dos hombres que inicialmente no ven más que la idea que les separa y que les condena a odiarse sin que ninguno de ellos tenga más motivos que la herencia racista que se observa en la mayoría de los blancos que asoman por la pantalla, sea un niño, su madre o, inicialmente, el evadido interpretado por Tony Curtis.

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