Las apariencias, lo que esconden y a quien esconden detrás, es un tema muy hitchcockiano, pero no es exclusivo y también se repite en otros cineastas, algunos quizá condicionados por la maestría de Hitchcock, aunque no creo que este sea el caso de Paul Verhoeven. Tanto en la filmografía del director holandés como en la del guionista Joe Eszterhas es constante la identidad, la apariencia y el desconocimiento de quién se encuentra próximo, de ese alguien cercano a quien se cree conocer, pero de quien apenas se conoce, como sucede con el matrimonio de Desafío total (Total Recall, 1990), la anterior película de Verhoeven, o en la relación entre el padre y la hija de La caja de la música (Music Box, Costa-Gavras, 1988), con guion de Eszterhas. En ambas, igual que sucede en Instinto básico (Basic Instinct, 1992) <<Nunca se llega a conocer a la gente. Ni siquiera los que uno cree conocer a fondo>>. Esta doble negación expresada por el teniente Walker (Denis Arndt) hacía el final de Instinto básico corrobora lo que a esas alturas de film parece una realidad incuestionable, quizá la única que no puede ser puesta en duda, porque ni el propio Nick Curran (Michael Douglas) es quien dice o quien cree ser. Inicialmente, este inspector a quien han ordenado asistir a terapia, reniega de su irracionalidad, como si la temiese o se avergonzase de poseer esa naturaleza sensitiva que lo domina, y que el reprime para creer que ya es otro hombre diferente a aquel al que apodan <<shooter>>, puede que por la facilidad con la que se disparan sus instintos o por la rapidez con la que aprieta el gatillo.
Instinto básico fue uno de los mayores éxitos de taquilla de Verhoeven y Eszterhas y encumbró a Sharon Stone al estrellato. La actriz hizo de la ambigüedad y de la sexualidad un personaje, puesto que Catherine es eso, a la par que peligrosa, ingeniosa, segura de sí. Ella maneja la situación de ser sospechosa de asesinato como le da la gana, ya que siempre va un paso por delante. No solo emplea su cuerpo y el sexo, sino la inteligencia. Son sus armas principales, el picahielos solo es un utensilio que Verhoeven usa en determinados momentos para generar suspense. Arriba, decía que Catherine emplea su cuerpo, aunque quizá sea más acertado decir que habla a través de él: insinúa, invita, se burla,... de ahí que el cruce de piernas más famoso de la historia del cine responda a una intención o invitación que busca la reacción de los hombres que la miran y la acosan a preguntas en la sala donde apenas interesa el asesinato, ni que ella sea la principal sospechosa. En ese instante, Nick y el resto de los policías presentes en el interrogatorio no saben qué hacer ni qué pensar respecto a esa mujer que les ha nublado el juicio. En ese instante, por una u otra razón o sinrazón, están bajo su dominio, pues ella controla la sala donde fuma, aunque esté prohibido hacerlo, y donde maneja el tiempo de preguntas y respuestas a su antojo. Ella está por encima, por debajo está el resto, y más que ningún otro está Nick, cuyo instinto primario siempre se impone, como corrobora que sienta la atracción por cualquier emoción irracional, primitiva y visceral. Nick es el ejemplo o el modelo que Catherine escoge para su nueva novela, de ahí que juegue con él, sabe cómo hacerlo, al tiempo que establecen un nexo basado en el sexo y en el placer que les produce el riesgo, las emociones fuertes que ya en el pasado habrían conducido al policía a situaciones límite, aunque posiblemente ninguna tan atractiva, fogosa, peligrosa, liberadora sexual y carnal como la que experimenta mientras es un personaje en manos de Catherine...
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