<<Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de los catálogos.>> (1) <<Además, una de las razones de peso que yo tenía para venir aquí era el gran deseo de conocer vuestra biblioteca, famosa en todas las abadías de la cristiandad.>> (2)
El mundo tal cual, sin fronteras religiosas o políticas, rebosa de lectoras y lectores que acuden a las bibliotecas, donde quizá encuentren un segundo hogar o un lugar donde estudiar, leer, investigar, pasar el tiempo... Puede que haya quien la convierta en su rincón de sueños o de trabajo, quien descubra en ella un paraíso de ideas o un bosque de dudas, tan frondoso, que desoriente e invite a perderse entre filas de estanterías donde preguntas y respuestas se acumulan, entretienen o generan discusiones entre los diferentes pensamientos humanos que despiertan cuando iniciamos la lectura.
Biblioteca, por Voltaire (6)
<<Las grandes bibliotecas abruman a quien las visita. Doscientos mil volúmenes desaniman al que siente la tentación de publicar una obra, aunque por desgracia tarde escaso tiempo en reanimarse, diciéndose a sí mismo: No es posible leer todos esos libros, pero puede leerse lo que yo publique. Y quien así piensa, se compara con la gota de agua que se quejaba de vivir confundida y desconocida en el inmenso Océano, hasta que un genio se compadeció e hizo que se la tragara una ostra, dentro de la cual quedó convertida en la más hermosa perla del Oriente y fue el principal adorno del trono del Gran Mongol. Quienes sólo son compiladores, imitadores, comentaristas, críticos de dos al cuarto, en suma, todos aquellos a quienes el genio no tiene compasión, continuarán siendo gotas de agua toda la vida, pero los que tienen aliento y trabajan sin cesar en su humilde buhardilla, pueden llegar a convertirse en perlas.
Aunque la inmensa colección de libros que forman una biblioteca hay muchos que nunca se leen, o se leen transcurrido algún tiempo, hay bastantes que la necesidad obliga a consultar. Para quien trate de instruirse es una ventaja encontrar a mano, en palacio de reyes o en otros sitios públicos, el volumen y página que busca, leerla y tomar notas. La instalación de bibliotecas es una de las instituciones más nobles, y sus grandes gastos proporcionan una utilidad general.
La biblioteca pública del rey de Francia es una de las más útiles del mundo, no tanto por el número y rareza de las obras que contiene, cuanto por la ductilidad y el carácter amable de los bibliotecarios para servir a los doctos que solicitan la lectura de muchos libros.
Posee una fabulosa cantidad de volúmenes, pero esto no debe extrañarnos porque París tiene en la actualidad setecientos mil habitantes. El joven que desee aprender algo respecto a su existencia y tenga poco tiempo que perder, se ve en un aprieto para elegir los libros más útiles para sus propósitos. Quisiera leer a Hobbes al mismo tiempo que a Spinoza y a Bayle, que escribió contra estos dos filósofos, a Leibnitz, que polemizó con Bayle, y Clarke, que disputó con Leibnitz; a Malebranche, que discrepa de todos ellos; a Stillingfleet, que pensó haber vencido a Locke, y a Cudworth, que se creyó superior a ellos porque nadie consiguió entenderle. Nos moriríamos de viejos antes de terminar la lectura de la centésima parte de los mamotretos metafísicos que se han escrito.
En las bibliotecas se trata de coleccionar libros antiguos y raros, colecciones que les proporcionan mayor honra. Los más antiguos del mundo son los cinco Kings, de China; el Shasta, de los brahmas, de cuya obra Holwell nos ha dado a conocer pasajes admirables; lo que nos queda del antiguo Zoroastro, y los fragmentos de Shanchoniathon, que debemos a Eusebio y contienen todos los caracteres de la más remota Antigüedad. Existe todavía la plegaria del verdadero Orfeo, que el hierofante recitaba en los antiguos misterios de los griegos, que decía: <<Caminad por el camino de la justicia, adorad al único señor del Universo. Es único y solo por sí mismo, y todos los seres le deben la existencia -otra en ellos y por ellos; todo lo ve, y a él nunca le vieron ojos mortales>>. San Clemente de Alejandría, que fue el más sabio de los padres de la Iglesia, o mejor dicho, el único sabio de la Antigüedad profana, le llama Orfeo de Tracia, u Orfeo el Teólogo, para distinguirle de los del mismo nombre que escribieron después.
No conservamos ningún fragmento de Museo ni de Limus, y es de lamentar porque algunos pasajes de esos dos predecesores de Homero darían gran valor a las bibliotecas, Augusto formó la biblioteca, que llamó palatina, presidida por la estatua de Apolo y la adornó con bustos de los autores relevantes. En Roma hubo veintinueve bibliotecas públicas; hoy se cuentan en Europa más de cuatro mil bibliotecas importantes.>>
<<Las grandes bibliotecas abruman a quien las visita. Doscientos mil volúmenes desaniman al que siente la tentación de publicar una obra, aunque por desgracia tarde escaso tiempo en reanimarse, diciéndose a sí mismo: No es posible leer todos esos libros, pero puede leerse lo que yo publique. Y quien así piensa, se compara con la gota de agua que se quejaba de vivir confundida y desconocida en el inmenso Océano, hasta que un genio se compadeció e hizo que se la tragara una ostra, dentro de la cual quedó convertida en la más hermosa perla del Oriente y fue el principal adorno del trono del Gran Mongol. Quienes sólo son compiladores, imitadores, comentaristas, críticos de dos al cuarto, en suma, todos aquellos a quienes el genio no tiene compasión, continuarán siendo gotas de agua toda la vida, pero los que tienen aliento y trabajan sin cesar en su humilde buhardilla, pueden llegar a convertirse en perlas.
Aunque la inmensa colección de libros que forman una biblioteca hay muchos que nunca se leen, o se leen transcurrido algún tiempo, hay bastantes que la necesidad obliga a consultar. Para quien trate de instruirse es una ventaja encontrar a mano, en palacio de reyes o en otros sitios públicos, el volumen y página que busca, leerla y tomar notas. La instalación de bibliotecas es una de las instituciones más nobles, y sus grandes gastos proporcionan una utilidad general.
La biblioteca pública del rey de Francia es una de las más útiles del mundo, no tanto por el número y rareza de las obras que contiene, cuanto por la ductilidad y el carácter amable de los bibliotecarios para servir a los doctos que solicitan la lectura de muchos libros.
Posee una fabulosa cantidad de volúmenes, pero esto no debe extrañarnos porque París tiene en la actualidad setecientos mil habitantes. El joven que desee aprender algo respecto a su existencia y tenga poco tiempo que perder, se ve en un aprieto para elegir los libros más útiles para sus propósitos. Quisiera leer a Hobbes al mismo tiempo que a Spinoza y a Bayle, que escribió contra estos dos filósofos, a Leibnitz, que polemizó con Bayle, y Clarke, que disputó con Leibnitz; a Malebranche, que discrepa de todos ellos; a Stillingfleet, que pensó haber vencido a Locke, y a Cudworth, que se creyó superior a ellos porque nadie consiguió entenderle. Nos moriríamos de viejos antes de terminar la lectura de la centésima parte de los mamotretos metafísicos que se han escrito.
En las bibliotecas se trata de coleccionar libros antiguos y raros, colecciones que les proporcionan mayor honra. Los más antiguos del mundo son los cinco Kings, de China; el Shasta, de los brahmas, de cuya obra Holwell nos ha dado a conocer pasajes admirables; lo que nos queda del antiguo Zoroastro, y los fragmentos de Shanchoniathon, que debemos a Eusebio y contienen todos los caracteres de la más remota Antigüedad. Existe todavía la plegaria del verdadero Orfeo, que el hierofante recitaba en los antiguos misterios de los griegos, que decía: <<Caminad por el camino de la justicia, adorad al único señor del Universo. Es único y solo por sí mismo, y todos los seres le deben la existencia -otra en ellos y por ellos; todo lo ve, y a él nunca le vieron ojos mortales>>. San Clemente de Alejandría, que fue el más sabio de los padres de la Iglesia, o mejor dicho, el único sabio de la Antigüedad profana, le llama Orfeo de Tracia, u Orfeo el Teólogo, para distinguirle de los del mismo nombre que escribieron después.
No conservamos ningún fragmento de Museo ni de Limus, y es de lamentar porque algunos pasajes de esos dos predecesores de Homero darían gran valor a las bibliotecas, Augusto formó la biblioteca, que llamó palatina, presidida por la estatua de Apolo y la adornó con bustos de los autores relevantes. En Roma hubo veintinueve bibliotecas públicas; hoy se cuentan en Europa más de cuatro mil bibliotecas importantes.>>
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