jueves, 16 de julio de 2020

Voltaire y las bibliotecas


<<Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de los catálogos.>> (1) <<Además, una de las razones de peso que yo tenía para venir aquí era el gran deseo de conocer vuestra biblioteca, famosa en todas las abadías de la cristiandad.>> (2)


El mundo tal cual, sin fronteras religiosas o políticas, rebosa de lectoras y lectores que acuden a las bibliotecas, donde quizá encuentren un segundo hogar o un lugar donde estudiar, leer, investigar, pasar el tiempo... Puede que haya quien la convierta en su rincón de sueños o de trabajo, quien descubra en ella un paraíso de ideas o un bosque de dudas, tan frondoso, que desoriente e invite a perderse entre filas de estanterías donde preguntas y respuestas se acumulan, entretienen o generan discusiones entre los diferentes pensamientos humanos que despiertan cuando iniciamos la lectura.


Por fortuna, no todos tenemos el mismo concepto de biblioteca. Ni la misma imagen acude a nuestro pensamiento cuando evocamos una, si es que nos referimos al <<lugar donde se tiene considerable número de libros>>, a esas habitaciones, furgonetas, mentes o edificios que albergan cientos o miles de volúmenes que se ofrecen generosos porque necesitan ser curioseados o prestados. Las hay pequeñas y grandes, históricas, públicas, privadas, personales, ornamentales, desaparecidas o en construcción e incluso encontramos alguna legendaria como aquella dividida en <<un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barrotes bajísimos>>, (3) o aquella otra submarina donde <<unos armarios altos, de palo santo negro, incrustados de cobre, sostenían en sus estanterías muchos libros encuadernados con uniformidad.>> (4) Incluso, al mismo tiempo, las hay físicas e imaginarias, construidas entre la subjetividad que desea y la realidad que pisamos. Una biblioteca también puede ser la suma de lo que se quiere leer, de lo que se ha leído, de cuanto nunca se podrá leer y de los libros y lecturas que se presentarán para tentarnos, seducirnos y, en muchos casos, conquistarnos.


Biblioteca es un momento que invita a perder la conciencia temporal de quien camina y busca entre libros, páginas y líneas, pero, en su impersonalidad académica, la Real Academia de la Lengua la define, despacha el término, en seis entradas que sin la magia aportada por cada sujeto o subjetivo. La primera explica que se trata de una <<institución cuya finalidad consiste en la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos>>. La segunda asume que es el <<lugar donde se tiene considerable número de libros ordenados para la lectura>>. Las dos siguientes hacen referencia al <<mueble, estantería, etc., donde se colocan libros>> y también al <<conjunto de libros de una biblioteca>>, lo cual redunda y confunde al introducir en la definición la palabra a explicar, sin precisar a qué acepción corresponde. Para completar la definición, la RAE dice que es <<obra en que se da cuenta de los escritores de una nación o de un ramo del saber y de las obras que han escrito>> y concluye con la <<colección de libros o tratados análogos o semejantes entre sí, ya por las materias de que tratan, ya por la época y nación o autores a que pertenecen>>. Como definición académica cualquiera de las seis se antoja igual de válida como impersonal, puesto que generalizan en su explicación y esta niega las impresiones y emociones singulares que hacen que cada interpretación de biblioteca sea especial, tanto que, si algún día se diera el caso o la necesidad, <<les pasaremos los libros a nuestros niños, de viva voz, y ellos esperarán a su vez y se los pasarán a otras gentes.>> (5)


Biblioteca, por Voltaire (6)

<<Las grandes bibliotecas abruman a quien las visita. Doscientos mil volúmenes desaniman al que siente la tentación de publicar una obra, aunque por desgracia tarde escaso tiempo en reanimarse, diciéndose a sí mismo: No es posible leer todos esos libros, pero puede leerse lo que yo publique. Y quien así piensa, se compara con la gota de agua que se quejaba de vivir confundida y desconocida en el inmenso Océano, hasta que un genio se compadeció e hizo que se la tragara una ostra, dentro de la cual quedó convertida en la más hermosa perla del Oriente y fue el principal adorno del trono del Gran Mongol. Quienes sólo son compiladores, imitadores, comentaristas, críticos de dos al cuarto, en suma, todos aquellos a quienes el genio no tiene compasión, continuarán siendo gotas de agua toda la vida, pero los que tienen aliento y trabajan sin cesar en su humilde buhardilla, pueden llegar a convertirse en perlas.

Aunque la inmensa colección de libros que forman una biblioteca hay muchos que nunca se leen, o se leen transcurrido algún tiempo, hay bastantes que la necesidad obliga a consultar. Para quien trate de instruirse es una ventaja encontrar a mano, en palacio de reyes o en otros sitios públicos, el volumen y página que busca, leerla y tomar notas. La instalación de bibliotecas es una de las instituciones más nobles, y sus grandes gastos proporcionan una utilidad general.

La biblioteca pública del rey de Francia es una de las más útiles del mundo, no tanto por el número y rareza de las obras que contiene, cuanto por la ductilidad y el carácter amable de los bibliotecarios para servir a los doctos que solicitan la lectura de muchos libros.
Posee una fabulosa cantidad de volúmenes, pero esto no debe extrañarnos porque París tiene en la actualidad setecientos mil habitantes. El joven que desee aprender algo respecto a su existencia y tenga poco tiempo que perder, se ve en un aprieto para elegir los libros más útiles para sus propósitos. Quisiera leer a Hobbes al mismo tiempo que a Spinoza y a Bayle, que escribió contra estos dos filósofos, a Leibnitz, que polemizó con Bayle, y Clarke, que disputó con Leibnitz; a Malebranche, que discrepa de todos ellos; a Stillingfleet, que pensó haber vencido a Locke, y a Cudworth, que se creyó superior a ellos porque nadie consiguió entenderle. Nos moriríamos de viejos antes de terminar la lectura de la centésima parte de los mamotretos metafísicos que se han escrito.

En las bibliotecas se trata de coleccionar libros antiguos y raros, colecciones que les proporcionan mayor honra. Los más antiguos del mundo son los cinco Kings, de China; el Shasta, de los brahmas, de cuya obra Holwell nos ha dado a conocer pasajes admirables; lo que nos queda del antiguo Zoroastro, y los fragmentos de Shanchoniathon, que debemos a Eusebio y contienen todos los caracteres de la más remota Antigüedad. Existe todavía la plegaria del verdadero Orfeo, que el hierofante recitaba en los antiguos misterios de los griegos, que decía: <<Caminad por el camino de la justicia, adorad al único señor del Universo. Es único y solo por sí mismo, y todos los seres le deben la existencia -otra en ellos y por ellos; todo lo ve, y a él nunca le vieron ojos mortales>>. San Clemente de Alejandría, que fue el más sabio de los padres de la Iglesia, o mejor dicho, el único sabio de la Antigüedad profana, le llama Orfeo de Tracia, u Orfeo el Teólogo, para distinguirle de los del mismo nombre que escribieron después.

No conservamos ningún fragmento de Museo ni de Limus, y es de lamentar porque algunos pasajes de esos dos predecesores de Homero darían gran valor a las bibliotecas, Augusto formó la biblioteca, que llamó palatina, presidida por la estatua de Apolo y la adornó con bustos de los autores relevantes. En Roma hubo veintinueve bibliotecas públicas; hoy se cuentan en Europa más de cuatro mil bibliotecas importantes.>>


1, 3.Borges, José Luis: La Biblioteca de Babel
2.Eco, Umberto: El nombre de la rosa
4.Verne, Julio: Veinte mil leguas de viaje submarino
5.Bradbury, Ray: Fahrenheit 451
6.Voltaire: Diccionario filosófico

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