miércoles, 9 de marzo de 2022

¡Bruja, más que bruja! (1976)


Hay una diferencia clara entre quien se deja llevar y seducir por la comodidad del camino establecido y quien busca llegar a alguna parte caminando vías propias o apenas transitadas que pueden deparar El viaje a ninguna parte (1986), el cual, en el caso de Fernando Fernán Gómez, sería un trayecto y una meta espléndida. Es evidente que el cine de Fernán Gómez no se queda en zonas confortables, otra cuestión es si el resultado de su intento es mejor o peor, o gusta más o menos al respetable que, por muy respetable que sea, no es infalible en su juicio; pero siempre resulta como mínimo interesante ver el camino que escoge y hacia dónde se dirige. Un ejemplo de riesgo es su comedia musical ¡Bruja, más que bruja! (1976), en la que volvía a demostrar que, aparte de ser un cineasta diferente, era irreverente y transgresor. Esto ya lo había dejado claro en su debut con Manicomio (1954), codirigida por Luis María Delgado, o en sus magistrales “films malditos” El extraño viaje (1964) y El mundo sigue (1963). Ese afán de no adaptarse a las modas, ni plegarse a ellas, y distanciarse lo confirman las ya nombradas o mismamente su película televisiva Juan Soldado (1973). Desde una perspectiva creativa, son películas redondas, lo mismo opino respecto a ¡Bruja, más que bruja!, que posee gracia y subversión y un humor satírico que funciona cual montaña rusa que sube y baja, acelera y decelera y, cuando parece que afloja, de nuevo alcanza un máximo de hilaridad.



En su original mezcla de zarzuela, sainete, caricatura, Fernán Gómez, que junto Pedro Beltrán también había escrito el guion, los diálogos y las canciones, satiriza con ingenio y exageración el caciquismo, el patriarcado, la superstición y la moral conservadora de un espacio humano que busca y necesita sacudirse la represión en la que ha vivido durante décadas, posiblemente durante siglos. Para hacer más patente si cabe su intención burlesca, los autores, Fernán Gómez y Beltrán, piden la complicidad directa del público, al que en tres ocasiones, en momentos diferentes, advierte que no imite la conducta de los personajes, siendo los autores conscientes de que son sus personajes quienes imitan al público, que también tendría sus deseos, sus dosis de represión, de egoísmos y excesos, que encontramos caricaturizados en el tío Justino (Fernando Fernán Gómez), en la Rufa (Estela Delgado), en Juan (Francisco Álgora), en Mariana (Emma Cohen) o en la tía Larga (Mary Santpere), discípula igual de caradura que su maestra Celestina, que se beneficia de ese trío protagonista que acude a ella con la esperanza de que su brujería materialice sus deseos: sea el heredero que Justino anhela en su matrimonio con Mariana o la muerte de aquel por parte de esta y de Juan, que forman la ardiente y joven pareja de enamorados que se las ven y se las traen para deshacerse de ese hombre que, al no existir el “descasamiento” católico, es el escollo que imposibilita su unión.




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