<<Como película hay en ella cosas que me satisfacen, hay momentos realmente conseguidos en la interpretación de Melina... Pero cuando dices que vas a adaptar Fedra, estás diciendo que harás una tragedia. Cuando vi la película pensé que aquello no lo era, es un drama burgués. No podemos olvidarnos del pilar sobre el que se construye la tragedia griega, tal y como la hicieron los propios griegos: el poderoso que cae. Por eso casi todos los protagonistas son reyes o miembros de la realeza. Intentar equiparar a los reyes de la antigüedad con armadores griegos no es posible, convierte la tragedia en un drama burgués>>.1 Jules Dassin acertó de pleno con Nunca en domingo (Pote tin Kyriaki, 1960), una personal visión del mito de Pigmalión y una de sus grandes películas. En ella se acercaba a la cultura clásica y, desde ella, transmitía la alegría y despreocupación que caracteriza al personaje interpretado por Melina Mercouri. El rostro de Melina sonríe y brilla en el puerto del Pireo, ella es la comedia, el eros y lo dionisíaco; pero dos años después fue el rostro de Fedra (Phaedra, 1962), fue la pasión que se desata y que conlleva la tragedia, o el drama burgués señalado por Dassin. Sea lo uno o lo otro, su Fedra reafirma que los orígenes de la cultura occidental se encuentran en la griega clásica y los artistas de cualquier época posterior han vuelto su mirada hacia mythos y logos. Consciente o inconscientemente, se han dejado influir por el pensamiento griego, por la epopeya homérica, por la tragedia de los tres grandes (Esquilo, Sófocles, Eurípides) o por la comedia de Aristófanes, para, desde la modernidad o contemporaneidad correspondiente, hablar de la humanidad o desatar las pasiones más allá de la intervención de deidades, que no dejan de ser o de formar parte de los hombres y de las mujeres reales que, finalmente, son quienes reprimen o dan rienda suelta a impulsos y emociones, aunque los justifiquen señalando al destino. Los héroes y las heroínas clásicas han inspirado historias orales y escritas, pinturas, esculturas, partituras, piezas teatrales o películas, pero, más que personajes, son las emociones las que se repiten. En su devenir temporal, la esencia humana -racional e irracional-, la suya y la nuestra, apenas ha variado en su quiero, no puedo, en el no debo, debo, en el siento, sufro... en ser o no ser. Y los celos, envidias, ambición o avaricia desmedidas, amor, odio, atracción, rechazo, entre otras emociones y sentimientos varios, son universales que no tienen fecha de caducidad. No son fruto de un destino escrito que, vaticinado por oráculos, nace del capricho de una voluntad divina. Forman parte del individuo, son motores de existencias y de actos como los de Fedra (Melina Mercouri), que se deja arrastrar hacia lo trágico como consecuencia del amor febril y destructivo que siente por Alexis (Anthony Perkins), el Hipólito de Dassin en su Fedra, sin que Afrodita intervenga en el proceso. No podría precisar los distintos creadores que se han inspirado en el mito para dar cuerpo a su propia interpretación, entre ellos Eurípides, que dotó a sus obras de una racionalidad hasta entonces inexistente, Séneca, Racine, Unamuno y quién sabe cuantos más. Tampoco en el cine, donde reaparece en la espléndida Fedra (1956) de Manuel Mur Oti, en el western almeriense de Joaquín Luis Romero Marchent Fedra West (1968) o en este <<drama burgués>> realizado por Dassin. Como mito pasional y trágico, Fedra vive fuera de tiempo. Su historia, la de su pasión devoradora, igual puede desarrollarse en el siglo V a.C. como en el XX d.C. Fedra representa a un ser que desea, pero que no ve correspondido su anhelo: desea al hijastro a quien encuentra en Londres, donde se inicia la pasión que desata la tragedia del triángulo amoroso y familiar que forman los tres protagonistas del film. Al inicio, Dassin muestra a Fedra junto a Thanos (Raf Vallone), su esposo, el rico armador que construye un barco que bautiza "Phaedra", nombre que apunta el simbolismo que equipara a la protagonista con el mar, en oposición a Alexis, terrenal -a quien el realizador identifica con los caballos de potencia de su automóvil-. Esto parece indicar que la distancia entre ambos es insalvable, más aún cuando él pregunta de qué habla la canción que entona su madrastra. Ella responde que <<de lo mismo que todas las canciones griegas. De amor y de muerte>>. Los dos temas que se repiten en las canciones griegas predicen el futuro trágico de la pareja, y esta predicción se remarca en las palabras de Ana, la fiel sirvienta de la heroína. La unión tierra-mar es un imposible, como también lo es la de la pareja, salvo en el breve encuentro pasional que, frente al fuego, disfrutan en ausencia de Thanos, cuya sed de poder y dinero lo mantiene en constante movimiento y alejado de la mujer a quien desatiende, ese ser pasional que encuentra su razón de ser en el amor que siente por el joven aspirante a pintor que, consumado el contacto físico y sexual, la rechaza. Dicho rechazo, nacido de la fidelidad del hijo hacia el padre y de la culpabilidad del engaño, se apodera de los personajes y los lleva al límite, al instante donde la tragedia alcanza su cota máxima, al padecimiento de las pasiones que ellos mismos desatan o reprimen.
1.Jules Dassin en Antonio Castro, Andrés Rubín de Celis, Santiago Rubín de Celis. Jules Dassin. Violencia y justicia. T&B Editores/Festival Internacional de Cine de Gran Canaria, Madrid, 2002.
1.Jules Dassin en Antonio Castro, Andrés Rubín de Celis, Santiago Rubín de Celis. Jules Dassin. Violencia y justicia. T&B Editores/Festival Internacional de Cine de Gran Canaria, Madrid, 2002.
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