Justicia y realidad no son sinónimos ni pareja, nunca lo han sido, aunque a veces coincidan en el camino de la verdad o en la sala de un tribunal. La primera, sea legal o juicio moral, persigue un fin, establece límites y dicta sentencia, según su código establecido, su conjunto de leyes o de normas y valores; la segunda, “lo que es”, no tiene objetivo ni subjetivo, existe y es en sí misma, y no depende de la perspectiva humana que la desconoce, la ignora, la interpreta, la manipula, la moraliza o la oculta. Las distintas estrategias legales de la defensa, la acusación de la fiscalía, el juicio o la sentencia que asoman en El tercer asesinato (Sandome no Satsujin, 2017) no obedecen a la realidad, sino a su apariencia y a sus interpretaciones. Kore-eda llega a esta conclusión, tan evidente como compleja, sin mostrar la verdad, escondida tras lo asumido, quizá porque se desee oculta. Esa verdad, lo real tal cual existe independientemente de las interpretaciones que se le den, no entra dentro de la lógica del sistema legal, ni de la sociedad ni de sus miembros, cuya conducta social y moral tiende al engaño, recurso con el que se manipulan o se adornan realidades consideradas incómodas o molestas, quizá para superar el conflicto y la desorientación que, consciente e inconsciente, siente la persona que aspira a la libertad, teme el precio a pagar y lo ilimitado de su alcance, y acata el orden que le encadena, le indica, le orienta, ubica y acomoda. Esto es parte del drama cotidiano, también de su comedia, ya que no deja de ser una broma el que apenas —término con el que indico la posibilidad de excepción— se puede cambiar el curso existencial, marcado por acotaciones y caminos trazados, por agentes externos y fuerzas imprevistas, previstas e impuestas. Entonces, ¿qué es real, qué verdad y qué apariencia en El tercer asesinato? Real es la muerte de un hombre; verdad es la relación entre la realidad y quien la observa, pero, en este caso tampoco se conoce la verdad, solo apariencia y las explicaciones de quien interpreta y juzga qué sucedió y por qué motivos, pero, como pregunta Sakie (Suzu Hirose), <<¿quién es el que decide a quién se juzga?>>
Se da por hecho que Misumi (Kôji Yakusho) ha matado, porque eso dice la primera escena. Como también lo muestra quemando el cuerpo de su víctima. Esa es la imagen que nos llega a través del sentido de la vista, no hay duda al respecto, pero ¿cómo podemos saber que hay detrás de ese crimen, si no hubo testigos ni más pruebas que su declaración, que se recrea en esa secuencia inicial? ¿Cuál es la realidad que se esconde detrás de esa y de cualquier otra apariencia o interpretación de lo real? Nadie ha estado presente, nadie sabe el verdadero motivo o si la confesión de Misumi es un engaño, como se planteará Shigemori (Masaharu Fukuyama), su abogado, avanzado el metraje, tras escuchar a su cliente negar su confesión inicial y declarar que él no fue el asesino. Quizá tenga su motivo para contradecirse, del mismo modo que quizá también lo tuvo para matar: la posibilidad de que lo hiciese para liberar a Sakie, la hija de su víctima, de los abusos sexuales paternos no cambiaría la realidad de que haya matado, pero sí la interpretación legal y juicio moral de quienes le juzgan (dentro y fuera de la sala del tribunal). Por eso la cuestión es más compleja y ambigua; de hecho, no se trata de juzgar un homicidio ni de dictaminar culpabilidad o inocencia. Kore-eda da un paso más y plantea un complejo drama existencial donde, bajo la apariencia de thriller y de drama judicial, desarrolla un ensayo sobre el sistema legal, la moral y la naturaleza humana. Pero, además, Kore-eda insiste en los temas que se repiten con lógica aplastante en su filmografía, en la que desarrolla relaciones familiares y humanas, distancias y cercanías, siempre presentes en la vida misma. Tras la primera escena, la única de violencia física explícita, el cineasta japonés regresa a la aparente calma, desde la cual presenta a tres personajes. Son los abogados de Misumi, el hombre a quien, al inicio del film, vemos que golpea, asesina y quema a otro. En ese breve lapso temporal en el corredor del presidio, las palabras que intercambian los letrados perfilan a su cliente, aunque lo hagan de una forma vaga, puesto que apenas lo han tratado —en el caso de Sighemori, será su primer encuentro con el acusado. En ese instante, comentan que es el segundo asesinato de Misumi, el primero lo cometió treinta años atrás, y que con este antecedente la sentencia de pena de muerte es prácticamente inevitable. Ese instante, también presenta una verdad incuestionable (tres hombres caminan y hablan) y varias apariencias (sus interpretaciones y las que nosotros realizamos a través de las suyas). De ese modo, El tercer asesinato comienza su deambular por la verdad, los intereses ocultos y lo aparente, lo asumido como cierto por los distintos personajes, también por el público, a partir de lo que ve y escucha en la pantalla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario