Desde su inicio hasta su final, Kamikaze Girls (Shimotsuma monogatari, 2004) es en sí el relato rococó narrado por Momoko (Kyoko Fukada), su protagonista. Ella se encarga de contarnos su vida, pero la filtra mediante su inventiva, sus adornos y su desenfado; de ahí su forma animada, luminosa y exagerada. Es plenamente consciente de nuestra presencia, de que tiene nuestra atención, y no duda en dirigirse a nosotros para apuntar alguna idea que desea remarcar. Puede que lo haga caprichosa, pero no lo hace sin más, lo hace cuando considera necesario recordamos que sus palabras y sus pensamientos son para nosotros, son para afianzar su conexión con el público que acepta su juego.
Puede que mienta, seguro que exagera, pero es su drama y su comedia; y como autora de su historia, está en su derecho. Así lo asumimos, ella también lo hace, lo asume, y altera la realidad a su gusto, para ocultarse desde el primer instante, cuando, en su accidente, se despide del mundo. Dice adiós, pero recapacita, puesto que apenas han transcurrido dos minutos de metraje, y retrocede en el tiempo y regresa al momento en el que sus padres se conocieron. Con su relato rompe la linealidad temporal y confirma que estamos presenciando una representación de la realidad, no la realidad.
En esta exitosa comedia, Tatsuya Nakashina juega con la caricatura, mezcla géneros, da voz a su protagonista y, en rápida sucesión de secuencias, va dibujando rasgos de la familia de Momoko y de su entorno, hasta llegar al momento en el que Ichigo (Anna Tsuchiya) irrumpe en la vida, soledad y encierro, de la narradora y trastoca su fantasía. Nakashima concede presencia absoluta a estas dos adolescentes y realiza una farsa imaginativa, menos oscura que sus siguientes incursiones en el mundo adolescente, desconocido para el adulto, una farsa que, mezclando anime, comedia y cine de colegas, encuentra su principal motivo en la amistad que une a Momoko e Ichigo, y les permite salir del aislamiento y enfrentarse al entorno.
Ambas tienen diecisiete años, personalidades opuestas y similitudes que inicialmente no reconocen: su aislamiento y su fantasía. Momoko lamenta no haber nacido en Francia, durante el rococó, lugar y época que idealiza por su huída de la realidad, cuestión que, en parte, explica su manera de vestir y pensar. Desde sus primera aparición en pantalla se sabe (y nosotros sabemos) diferente al resto, lo mismo vale para Ichigo, motorista rebelde que sueña ser mecánica de motos y cuya rudeza provoca el rechazo inicial de Momoko, a quien, según su tendencia a alterar y exagerar la realidad, prácticamente obliga a ser su amiga. Ella la define como <<gamberra de pacotilla>>, pero su relación se afianza en el contraste, y también en rasgos que apenas se diferencian, salvo en su forma: ambas exageran sus gustos, su carácter y sus intereses, se protegen del medio y, fantaseando, mitigan su vacío. A pesar del choque inicial, no tardan hacerse inseparables, quizá porque comprenden que comparten la necesidad de desmarcase de reglas y normas de las que siempre han huido. Ese es su nexo, la rebeldía, la negativa a ser engullidas por un entorno homogéneo que no las distinguiría ni vería, que apagaría su capacidad de soñar y quizá agudizase la sensación de que a nadie importan, sensación que desaparece cuando aceptan la mutua compañía...
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