Pensando sobre Crisis (Kris, 1945) quise ser sincero y me pregunté si mi opinión habría sido la misma, de no saber quién fue Ingmar Bergman, simplemente viendo la película de un debutante con tantas ganas de filmar que <<hubiese filmado la guía telefónica>>1. Me respondí que quizá, una palabra que en ocasiones nada dice, pero en este caso, no la creí vacía. Implica que encontré suficientes atractivos en el film para valorarlo por lo que vi, aunque, por otra parte, ese "tal vez" también conlleva que mi interpretación nunca podrá ser la de un espectador de 1945 o la de alguien que no haya visto nada del cineasta sueco. Crisis no parte de un guión original suyo, se basa en una pieza teatral de Leck Fischer, de quien desconozco cualquier obra escrita. <<Se titulaba Instinto materno y era de un escritorzuelo danés [...] Si se aprobaba el guión, podría dirigir mi primera película. [...] Estaba trastornado de alegría y evidentemente no veía la realidad>>2. Pero yo veo esfuerzo por parte de Bergman por llevar el material de Fischer a su terreno. Ya desde este primer largometraje existe la necesidad de ser él mismo, de introducir sus ideas y sus temas entre las influencias externas. Así aparece la angustia existencial, el miedo, la soledad, la aflicción, el egoísmo, relaciones entre padres e hijos o las prisiones sin barrotes que encierran a los personajes entre los dos planos que delimitan el metraje del film. Estos temas los esboza entre dos imágenes iguales en apariencia, aunque no lo son, ya que la segunda es el reflejo que recompone la necesidad de volver a la original, al principio, a la calma. Si no vemos lo que hay entre ambos momentos (que engloban la película), no repararíamos en los dramas y las existencias en crisis pasarían desapercibidas, simplemente las ignoraríamos, y todo estaría en aparente orden. Nada se habría movido ni alterado, y la idea de un panorama inamovible, permanecería en en nuestra retina. Solo quedaría la postal -edificios, tejados, una iglesia y un lago- que contemplamos desde la distancia escogida por la cámara, y ahí se queda el asunto. Estos planos idénticos, pero distintos, abren y cierran Crisis como si quisieran indicar que las aguas han vuelto a su cauce, sin embargo, sabemos que no es así. A pesar de que se trata de la misma estampa del pueblo -en apariencia tranquilo donde nada sucede, mientras todo ocurre-, nuestras sensaciones y las de los personajes han cambiado. De lo apacible e idílico, los hechos que nos llevan de una a otra, introducen la sospecha de que el espacio (físico y humano) no podrá ser el mismo para Nelly (Inga Landgré) e Ingeborg (Dagny Lind), sus dos personajes principales. Durante el inicio, el narrador nos introduce en situación: presenta el lugar y a Jenny (Marianne Löfgren), que trae consigo el conflicto y el desorden; y al final, aunque más que una conclusión definitiva, nos encontramos con el deseo de Nelly por recuperar la protección y la infancia perdida, su inocencia. Ambos instantes encierran entre sus límites el tránsito de la adolescente hacia el descubrimiento, hacia el dolor y hacia la edad que le exige como pago la ingenuidad que la define durante los primeros momentos de la película. Pero el mayor atractivo no reside en las relaciones externas, sino en las que los personajes mantienen con ellos mismos. En este aspecto íntimo, Ingeborg, la mujer que crió a Nelly, se convierte en el mejor ejemplo: su lucha silenciosa, su evolución y la superación del miedo que le genera la enfermedad que acecha, el saber que le queda poco tiempo de vida y que ese tiempo será vivido en soledad, sin la joven a quien ha criado desde bebé. Ambas viven en la tranquilidad alterada por la irrupción de Jenny, la madre biológica de Nelly, aunque esta le llame tía, cuyas promesas acaban por convencer a la joven para que la acompañe a la gran ciudad. Jenny también vive su propio conflicto; intenta volver atrás en el tiempo, pretende apartar fantasmas y la soledad que amenaza acompañar a la vejez que pronto llamará a su puerta. Busca llenar su vacío con la presencia de su hija. Ahora, puede mantenerla, tiene un negocio próspero y sus aventuras amorosas se reducen a la relación que mantiene con Jack (Stig Olin), el joven que solo puede amarse a sí mismo, y que se aferra al ideal de Nelly para no dar su salto al abismo. Los personajes de Crisis viven atrapados en sus sufrimientos, y sus temores se ven reflejados en sus relaciones, pero sobre todo en la intimidad, en el aislamiento. Esto se observa mejor sin palabras, cuando Ingeborn se mira en el espejo -y recibe su reflejo, uno de tantos que irían cobrando complejidad en posteriores obras de Bergman-, pero ¿qué ve? ¿Soledad? ¿Culpa? ¿Muerte? ¿Egoísmo? Ve el rostro de su angustia y de su miedo, y ambas emociones recorren el espacio delimitado por dos planos distintos, pero iguales.
1,2. Ingmar Bergman, Linterna mágica (traducción Marina Torres y Francisco Uriz). Tusquets Editores, Barcelona, 1988.
1,2. Ingmar Bergman, Linterna mágica (traducción Marina Torres y Francisco Uriz). Tusquets Editores, Barcelona, 1988.
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