Dejad de quererme (2007)
La amistad, la huida simbólica hacia espacios naturales donde esconderse y encontrarse, la invisible compañía de la muerte como parte de la vida o la humanidad de los personajes vertebran el discurso cinematográfico de Jean Becker, ejes omnipresentes en muchas de sus películas. Quizá se deba a que le resulta cómodo este tipo de relato o a que le interesa sobremanera. Quizá se trate de una combinación de ambas, pero lo que nos muestra Becker en sus films conecta con su público. Es cierto que no asume grandes riesgos, que tampoco pretende llamar la atención con su cámara, ni alardear su talento narrativo, que lo tiene, y deja que sean sus personajes y las relaciones que establecen las que hablen por él y por ellos. Pero con Dejad de quererme (Deux jours a tuer, 2008) se aleja de la zona confortable establecida desde La fortuna de vivir (Les enfants du marais, 1997), alejando de la misma a su protagonista, a quien nos muestra cansado, quizá aburrido de la superficialidad y de la mentira, quizá de su cotidianidad, de sus relaciones y de su trabajo. Pero ¿cuál es el detonante para que Antoine (Albert Dupontel) asuma la imagen del rechazo hacia todo y todos? ¿Vive una crisis de mediana edad? ¿Le aburre realmente su vida? ¿Ha perdido el interés por Cécile (Marie-Josée Cruze) y por sus dos hijos? ¿O hay algo que se nos escapa, aunque por momentos podemos vislumbrar? Durante buena parte del metraje solo podemos conjeturar o aceptar sin dudar lo que las imágenes y los diálogos exponen en la superficie, y que nos hace partícipes de la sospecha, casi confirmación, que compartimos con Cécile, después de que una amiga le vaya con el cuento de que ha visto a Antoine acariciando la mano de otra mujer. Esto es apariencia, pero ¿es la realidad? En un primer momento, parece como si él quisiera explicarse, pero algo que silencia provoca que cambie de opinión, así que decide ser hiriente con todos aquellos a quienes de un modo u otro ha estado unido. Su sinceridad es como una daga afilada que corta el aire durante la comida familiar y en la cena en la que sus amigos le celebran su cumpleaños sorpresa. Por hirientes que sean para sus seres queridos, las frases de Antoine semejan sinceras y apuntan directamente al corazón de vidas que han aceptado la superficialidad como parte de sí mismos, vidas como las que contempla a su alrededor, las mismas con las que ha compartido la suya, e igual de privilegiadas y alejadas de las miserias materiales de las que habla en un determinado momento. Sin embargo, comprendemos que el protagonista de este drama intimista de Becker sufre en silencio más haya de arrebatos, exclamaciones y acusaciones. Sufre una realidad que calla, quizá la única realidad que no desea exteriorizar por miedo a herir y miedo a compartir lo que verdaderamente le preocupa. Aunque se aleja del tono amable e incluso cómico de films como Conversaciones con mi jardinero (Dialogue avec mon jardinier, 2007), Mis tardes con Margueritte (La téte en friche, 2010) o Unos días para recordar (Bon rétablissement!, 2014), Dejad de quererme encaja plenamente con los intereses humanistas del cineasta francés, pero, al contrario que en las nombradas, aquí es en el alejamiento (y no en el acercamiento) de los personajes donde Becker hace salir a la luz las emociones y los sentimientos que se repiten a lo largo de su filmografía.
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