<<Cuando filmo reflexiono sobre la historia, sobre el tema, sobre la manera de ser de los personajes. Pero la técnica del cine, los medios empleados, me vienen dictados por el deseo de mostrar algo>>
Eric Rohmer
La marca o denominación “Nouvelle Vague” tiende a homogeneizar a sus distintos miembros, quienes si bien guardan aspectos comunes —su gusto por el cine clásico hollywoodiense, la paternidad teórica de André Bazin o el afán por la renovación cinematográfica—, presentan distintas interpretaciones y preferencias y, desde ellas, muestran diferentes estilos, intereses e intenciones en sus respectivas carreras cinematográficas. A grandes rasgos: François Truffaut era sensibilidad; Jean-Luc Godard, revolución e inconformismo; Claude Chabrol, el el crítico de la burguesía pueblerina; Alain Resnais —a quien se incluye en el grupo, aunque ya había definido parte de su estilo con anterioridad a la irrupción de la mayoría de sus miembros—, la memoria o Eric Rohmer, la mirada que desvela verdad y belleza, las que se esconden en la realidad que este cineasta nos muestra sin advertirnos de su presencia ni la de su cámara. Por separado y en conjunto, estos y el resto de los componentes de la nueva ola francesa, han pasado a la historia del cine por sus peculiaridades y como estas dan forma a sus películas y a su propia evolución como cineastas. Pero quizá encontremos en Rohmer al más coherente y fiel a sus ideas teórico-creativas y a la manera de llevarlas a la práctica durante toda su vida profesional. Ejemplo de cineasta austero y preciso que se decanta por el realismo de un espacio, un tiempo y unos personajes, el cine de Rohmer encuentra uno de sus motivos en mostrar la interioridad de seres reales como los que campan por sus "cuentos morales", compuestos por cuatro largometrajes y dos mediometrajes, en los que se decanta por <<no filmar para ilustrar una tesis o para mostrar a hombres o a mujeres limitados a su aspecto externo, sino para descubrir la materia de la que están hechos>>,1 inquietudes, contradicciones, deseos ocultos o comportamientos como los observados en Mi noche con Maud (Ma nuit chez Maud, 1969).
A diferencia de Truffaut, Godard y Chabrol, que fueron aplaudidos y premiados por sus primeras películas, Rohmer no fue reconocido por la crítica y el público internacional hasta este film en el que las casualidades, humanas y climáticas, resultan fundamentales para acceder al pensamiento del narrador y protagonista. Son los imprevistos del azar los que provocan que el solitario ingeniero interpretado por Jean-Louis Trintignant se encuentre con Vidal (Antoine Vitez), un viejo amigo del instituto, a quien había visto por última vez catorce años atrás, y posteriormente este le invite a cenar en casa de Maud (Françoise Fabian), donde pasará la noche como consecuencia de la tormenta de nieve que le impide regresar a su hogar. El elemento meteorológico también resulta fundamental en otro encuentro casual, aunque buscado, cuando el protagonista aborda a Françoise (Marie-Christine Barrault) en la calle y la acompaña a su casa, donde, nuevamente debido a la presencia de la nieve, el ingeniero vivirá otra experiencia nocturna, aunque totalmente opuesta a la compartida con la desconocida por quien siente una atracción que, aunque inicialmente negada de palabra, se hace visible durante la velada en la que comparten lecho. En Mi noche con Maud el realizador accede a la verdad o verdades internas del narrador que, protagonista de su historia, se encuentra ante la disyuntiva generada por su atracción hacia mujeres diferentes: Françoise, convencional en apariencia y católica practicante como él, y Maud, liberada y librepensadora. Ambas son objeto de deseo, un deseo silenciado entre palabras, reflexiones y negaciones que escuchamos en los momentos que componen el film, aquellos que también nos descubren que en la primera encuentra el ideal de la esposa católica y tradicional y en la segunda la sensualidad y la agudeza que pone en evidencia a los dos hombres con quienes comparte la cena. Sin embargo, para el protagonista ya no hay elección posible, Rohmer lo deja claro mediante las palabras del narrador, que nos aclaran que la decisión ya ha sido tomada (desde el inicio sabemos que se ha casado con Françoise). Pero esto no es lo importante, sino las reflexiones con las que pretende ocultar, a nosotros y a sus oyentes, aquello que la velada en casa de Maud sale a la luz durante la conversación y posteriormente cuando se quedan a solas, dos momentos que el realizador de La coleccionista (La collectionneuse, 1966) filma como si se produjesen en directo, pues <<el sonido directo, la pureza y la verdad de la voz humana era una preocupación para Rohmer, particularmente en una película como esta, de texto tan extenso>>,2 que funciona como conjuntos de palabras que no siempre expresan los pensamientos de sus protagonistas, caso del ingeniero, de Vidal e incluso de Françoise, quienes a menudo ocultan u omiten la información que nos llega a través de los gestos, silencios y comportamientos que se contradicen.
1.Robert Bresson. Notas sobre el cinematógrafo. Trad. de Daniel Aragó. Ardora Ediciones, Madrid, 1997
2.Néstor Almendros. Días de una cámara. Seix Barral, Barcelona, 1990
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