El despertar de una nación (1932)
Existen películas lucidas que, tras su brillo superficial, apenas dicen y, por tanto, a nadie molestan, y las hay lúcidas que, debido a su osadía crítica y expositiva, incomodan y corren el riesgo de ser incomprendidas o malinterpretadas. Postergado su estreno comercial hasta la salida de la Casa Blanca del presidente Herbert Hoover, El despertar de una nación (Grabriel over the White House, 1932) es un buen ejemplo de película incómoda que pudo molestar en su momento, porque nunca oculta su intención de señalar diferentes circunstancias socio-políticas de la época —desempleo, hundimiento financiero, rearme, leyes que abren posibilidades al crimen organizado, pasividad o intervencionismo político e incluso el paso de la democracia a la dictadura—, pero que la traspasan para perpetuarse en el tiempo y en cualquier espacio. En sí mismo, el discurso crítico, pacifista y social de La Cava es una reflexión nada amable sobre su tiempo de rodaje (la Gran Depresión), aunque esto no ha hecho mella en su vigencia ni en el debate que pueda generar entre el público actual, ya que la perspectiva asumida por el cineasta plantea complejidades del ayer y del hoy, poniendo en tela de juicio a la clase política, si realiza sus funciones de acuerdo con la democracia que representa o, por contra, emplea los cargos públicos en propio beneficio, lo que implica que los problemas sociales que asoman por la pantalla no sean prioritarios para sus miembros. Desde dicha perspectiva, inusual a la asumida por otros grandes realizadores que trataron la Gran Depresión que siguió a la caída de la bolsa en 1929, La Cava se evade de la realidad para ahondar en ella y, aunque a simple vista pueda parecer que apunta soluciones a problemas concretos, no las busca, ya que las soluciones expuestas en su film o son evidentes o improbables y las presenta como parte de un presumible milagro divino o de la locura visionaria de un hombre que asume ser el salvador del mundo. Con su planteamiento, El despertar de una nación se aproxima a posibles causas que dificultan las soluciones reales e invita al espectador a intervenir, a plantearse cierto número de interrogantes más allá de los expuestos durante el presente distópico protagonizado por Judson Hammond (Walter Huston), un presidente recién electo que pasa de ser marioneta política al líder de fuerte personalidad y convicciones que pretende transformar la sociedad y devolver la democracia a la ciudadanía. Inicialmente, el dignatario no presta atención al malestar popular, ni pretende hacerlo, prefiere jugar con su sobrino, asumir la inacción política que perpetúe los intereses y los errores de los suyos o reunirse con su gabinete para hablar de los nombramientos que nada tienen que ver con la apremiante necesidad de recuperar la economía de un país ahogado en la crisis financiera y en el elevado índice de desempleo.
El comportamiento inicial del dirigente niega lo evidente: la precariedad que afecta a gran parte de la nación. Quizá debido a su negativa solo el espectador y oyente escuche las palabras emitidas por la radio, aquellas que nos hablan de la elevada tasa de desempleo entre la población activa y de la miseria que asola la nación, sumergida en la depresión económica y humana que se observa en las calles por donde marchan los parados liderados por el sindicalista John Bronson (David Landau). Pero a Hammond nada de esto le interesa y disfruta pisando el acelerador del automóvil presidencial que se siniestra fuera de campo para dar paso al cambio radical en su comportamiento. El presente de El despertar de una nación arranca en el instante durante el cual el nuevo presidente promete cumplir su cometido, pero ¿cuál es este? En las escenas sucesivas nos queda clara su pasividad y comprendemos que las cuestiones que necesitan mayor atención no la tienen para él, y nada apunta que busque soluciones ni cambios, solo transitar la senda política que conduce a los mismos errores y a los mismos beneficiarios. Pero algo sucede tras sufrir el siniestro automovilístico: se produce el milagro y, contra todo pronóstico, Hammond salva la vida y, renacido, asume una política intervencionista que genera empleo, legaliza la venta de alcohol para invertir los beneficios en el estado de bienestar o, a cambio de perdonar deudas internacionales, invita (obliga) a las potencias mundiales al desarme. El problema resulta que, para curar la democracia, establece una dictadura, la suya, lo cual resulta incongruente y peligroso para cualquier sistema democrático, como poco después demostraría la realidad alemana, sin embargo, en la utopía crítica de La Cava, quien ostenta el poder no es un desequilibrado, sino un político que, al no recibir el apoyo del congreso, cruza una línea que no debería ser traspasada. De tal manera, la lucha de Hammond plantea la incongruencia de asumir una dictadura para restablecer los principios democráticos (el pueblo como centro de la política), generar empleo, legalizar la venta de alcohol y así obtener los beneficios que hasta entonces llenaban el bolsillo de hampón Nick Diamond (C.Henry Gordon), ir en contra de los intereses de la clase política y todo ello para beneficiar al pueblo o quizá debido a la aparición (solo insinuada por La Cava) del ángel mensajero que hipotéticamente guía sus pasos. ¿Se trata de un iluminado, de un político en quien despierta la conciencia social o de alguien que vive un desvarío de grandeza que podría acabar provocando un desastre mayor que aquel que pretende evitar? La respuesta está abierta a las distintas interpretaciones, pero sí resulta y resalta unánime la capacidad de El despertar de una nación para analizar comportamientos políticos (pasivo y activo) desde un discurso que no disimula su crítica a la ausencia de compromiso, puede que de ética, a la falta de reacción y al rechazo de responsabilidades ante las crisis que se repiten y despiertan a la población de los sueños, un despertar que plantea numerosas dudas y que, en algunos casos, el paso del tiempo se ha encargado de responder en respuestas que, recuperado el sueño, inmediatamente se olvidan.
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