martes, 15 de agosto de 2023

Cronos (1992)



Somos hijos y prisioneros del tiempo, que insensible a nuestro sufrimiento nos devora mientras soñamos vencerlo y poner fin a su tiranía… impasible y letal, es nuestro principal depredador. Se alimenta de todo y nada, de nuestra vitalidad y de nuestras ilusiones, también de las preocupaciones, de la risa y del llanto, de las fantasías humanas; pero tampoco es para tanto, pues es lo que hay y lo que hay nos determina. Aunque no lo parezca, todo lo ilumina y lo apaga, todo existe y deja de hacerlo en su seno: la vida y la muerte, el odio y el amor, las penas y las alegrías, la infancia, la juventud, la madurez, la vejez de las estrellas, de los planetas, de los seres vivos,… de las mentes donde existe el deseo de detenerlo, de controlarlo, de dominarlo. Ponerlo a nuestros pies, la imposibilidad de poder hacerlo, la certeza de que no se puede derrotar y aún así no cesar de intentar vencerlo ya sea a través de la alquimia, de la ciencia o de la superstición, pero su paso continua y su fugacidad (para la percepción humana) se impone.


Controlar el tiempo sería dominarlo y dominarlo conllevaría la victoria sobre la muerte. La erradicaría de nuestras vidas, asentando ya no la posibilidad de inmortalidad del uno, sino la de los seres queridos cuyas vidas dan sentido y sentimiento a las propias. En la realidad nada se puede hacer; de nada vale la cirugía ni las cremas, ni los tratamientos revitalizantes que revitalizan la economía de quienes los predican y proporcionan por un precio material —Mefistófeles lo hacía a cambio del alma—; tampoco los filtros en las cámaras ni el cerrar los ojos. De inicio a fin, el tiempo atrapa y la posibilidad que nos ofrece de buena convivencia es asumir su existencia, aceptar sus caprichos y dejar de pensar en él como ese cronos que devora a sus hijos. Es nuestro imposible, pero en la fantasía la lucha cambia y la posibilidad de victoria asoma en la mitología, la religión, el arte, donde hemos intentado atraparlo y dominarlo, sin fortuna la mayoría de las veces, o con victorias pírricas, pues, finalmente, ni la ciencia-ficción ni los olímpicos pueden vencerlo. Hemos inventando sistemas de medición y aparatos mecánicos que lo humanicen o pongan al alcance de la interpretación humana. Se han creado obras faraónicas y otras que pueden llevarse en el bolsillo que nos hablan de él, pero nada lo detiene; quizá solo él mismo pueda hacerlo. Pero la imposibilidad no resta que soñemos con el imposible e imaginemos historias que nos acercan la posibilidad de rejuvenecer o de vivir fuera del tiempo humano. Así nacen los vampiros y los viajeros en el tiempo, los semidioses y los dioses, los alquimistas y tantos humanos de cine en busca de la inmortalidad anhelada y perseguida a las puertas de la muerte. Un ejemplo de este ultimo tipo sería Dieter de la Guardia (Claudio Brook), que ansía hacerse con el mecanismo que le aparte de la muerte; y del primero, Jesús Gris (Federico Luppi), el vampírico protagonista de Cronos (1992).


El arte es lo que más nos acerca a la victoria sobre el tiempo, aunque se trate de un espejismo de inmortalidad en el que la humanidad pervive en obras pictóricas, escultóricas, musicales, literarias,… cinematográficas. ¿Por cuánto tiempo? Nadie tiene la respuesta, pero eso no impide que exista quien busque superar sus límites en la fantasía. Cronos es una muestra cinematográfica de la obsesión por alcanzar esa inmortalidad que Jesús Gris descubre por casualidad entre sus objetos antiguos; en un aparato mecánico, pero vivo, que clava sus garras doradas en la carne humana y se alimenta de la sangre de su “presa”, a la que regala cielo e infierno. El extraño artilugio del siglo XVI rejuvenece a Gris, lo cual alegra a la víctima del tiempo, pero también agudiza su condena. Cronos fue el primer largometraje de Guillermo del Toro y en él seguía los pasos cinematográficos que había dado en los cortometrajes Doña Lupe (1986) y Geometría (1987). Lo que confirma que, desde sus inicios cinematográficos, el fantástico ha sido el género transitado por el cineasta mexicano para desarrollar sus cuentos y sus historias de terror y fantasía, que son las que priman en su filmografía. Su irrupción internacional, la que llamó la atención, se produjo con Cronos, que presenta una variante del vampirismo en la cual su protagonista, Jesús Gris, no es un no muerto ni un "chupasangre" al uso, sino una víctima más del inevitable paso del tiempo, de la pérdida que implica, el miedo a perder a seres queridos, del anhelo de rejuvenecer para vencer a la muerte, un deseo que parece cumplirse tras su encuentro con el extraño objeto creado por un alquimista cuatro siglos atrás…



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