viernes, 8 de junio de 2018

La clase (2008)


Uno de los principios de la Escuela Activa reside en que <<la escuela es vida y no preparación para la vida>>. Esto prioriza y concede el protagonismo a cada miembro del alumnado y que su aprendizaje sea eso, activo, pero solo es teoría y como el resto de las teorías educativas encuentra su perfección en los libros o en las facultades. Las teorías no dejan de ser ideas y conceptos que si bien pueden servir de guía no logran responder ni satisfacer todas las realidades que se encuentran en los centros escolares. Quizá preparados, motivados, convencidos de su valía, las profesoras y los profesores concluyen su formación y acceden al ámbito educativo real para toparse con las distintas demandas de cada centro, de cada alumna y alumno, que probablemente pregunten y se pregunten ¿por qué están allí? o ¿de qué les sirve aprender esto o aquello, si no le encuentran utilidad práctica? El profesorado puede responder a estos interrogantes tan sencillos como complejos con <<la escuela es vida>> y, como tal, también es preparación para la vida, pero se trata de una respuesta insatisfactoria para adolescentes como los de La clase (Entre les murs, Laurent Cantet, 2008), que acuden al instituto no por iniciativa propia ni por gusto, ya que lo hacen porque es lo que se espera que hagan y, en consecuencia, reciben su escolarización como una imposición y no como deseo propio. Esta circunstancia implica que alumnos como Souleymane (Franck Keïta) se rebelen y que el profesorado deba improvisar sobre la marcha, unos pidiendo sanciones administrativas y otros pensando estrategias para acceder a ellos y convencerlos de que sean protagonistas de su aprendizaje. Pero ¿cómo hacerlo si el alumnado está compuesto de múltiples individualidades, humanas y culturales, que en grados diferentes ponen en duda la validez de las relaciones escuela-vida y docente-alumno?


Como cualquier otro ámbito humano, nada es perfecto en el educativo; ni puede serlo, más si cabe en una sociedad que solo tiene en cuenta el resultado, porque quienes lo componen, adultos y jóvenes, no son ni podrán ser perfectos. Quizá las teorías, los familiares, los supuestos expertos y quienes dirigen en la distancia lo pretendan, pero entre muros y en la vida misma no se podrá alcanzar más perfección que la de ser en constante evolución —a veces, en involución—, resolviendo viejos problemas y enfrentándose a nuevos. Tampoco son perfectas las herramientas materiales y los recursos humanos que ofrece el sistema ni las escogidas por cada docente ante situaciones complejas y vivas como las planteadas por Laurent Cantet en su película, ya que dicha situación escapa del ámbito teórico. Fluye torrencial desde seres emocionales que a veces se ven superados, desmotivados y enfrentados. Sin pretender dar respuestas (utópicas), como tampoco lo pretendía Bertrand Tavernier en Hoy empieza todo (Ça commence aujourd'hui, 1992), ambienta de en un centro de educación infantil, La clase es un excelente acercamiento a ese mundo docente y adolescente entre paredes que encierra comportamientos dispares, atracción y rechazo, comunicación e incomunicación, imposición, búsquedas de identidades grupales e individuales. De orígenes y procedencias distintas, algunos aburridos en las clases, todos con circunstancias personales propias y, en ocasiones desapercibidas por los educadores, otros con actitudes que merman la paciencia docente, los adolescentes de catorce y quince años acuden al centro escolar donde comparten su día a día. Allí mantienen su relación educativa con François Bégaudeau (François Marin), su profesor de lengua y tutor, pero también su relación humana, y allí se descubre la distancia entre la teoría y las necesidades reales que presentan diferentes niveles de conocimiento, múltiples personalidades, sentimientos dispares, intereses varios y desinterés por materias que no logran la atención de los adolescentes. Ante esto, la postura del profesor, inspirado en el François Bégaudeau real, aboga por el acercamiento, la familiaridad, la tolerancia y el diálogo, aunque resultan insuficientes para establecer la conexión con niñas y niños en pleno desarrollo de su cuerpo, de su mente y de su identidad, la cual intentan afianzar con comportamientos y rechazos que generan incomprensión, dudas e impotencia en quienes, buscando motivar y guiar en el proceso educativo, apenas obtienen apoyo real del entorno, más preocupado por el resultado numérico y las estadísticas que de la educación en sí, ni la respuesta pretendida ni encuentran opciones novedosas que si bien podrían fracasar, también podrían no hacerlo.

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