martes, 17 de abril de 2018

Pueblerina (1948)


Su fachada de charro, de machote criado y curtido en la revolución, escondía al
"indio" Fernández sensible que se hacía visible en sus grandes películas, en la belleza de los paisajes (los más, fotografiados por el gran operador Gabriel Figueroa) y en su poética de la gente sencilla, del dolor que sufren por su condición humilde, de sus esperanzas, del amor por los suyos, por el terruño, y del orgullo de los hombres y de las mujeres retratadas por la mirada emocional de quien, más que historias, en Maria Candelaria (1943), Flor silvestre (1943), La perla (1945), Enamorada (1946) o en este espléndido melodrama filmó sentimientos, surjan estos del folclore, de los ideales o del amor del realizador por México o de las individualidades de sus personajes.


Los mejores films de Fernández son sentimientos que fluyen en espacios como el de Pueblerina (1948), donde Aurelio (Roberto Cañedo) y Paloma (Columba Domínguez) se aman y donde encuentran obstáculos para hacer posible su unión. Distanciados por el hecho pasado que se descubre al inicio, cuando el bueno de Aurelio regresa a su pueblo natal tras seis años de prisión, las primeras imágenes acompañan al protagonista desde su salida del correccional hasta la villa donde la gente murmura a su paso. Esta introducción, similar a la que años después emplearía Juan Antonio Bardem en La venganza (1957), presagia la imposibilidad al tiempo que confirma el amor de Aurelio por su tierra y por la mujer que se ha alejado del mundo, avergonzada por la violación sufrida años atrás. Fruto de aquel violento encuentro con Julio (Guillermo Cramer), por aquel entonces el mejor amigo de Aurelio, es el niño (Ismael Pérez) que este último descubre cuando visita a la mujer que ama, sin saber que el dolor que ella siente le impide retomar la relación que ambos desean. La imposibilidad de volver a empezar es la realidad que se descubre en la villa, no solo para materializar el romance, sino para hacer posible el regreso de un hombre que descubre la insolidaridad absoluta y la constante provocación de los hermanos González, Julio y Ramiro (Luis Aceves Castañeda), los caciques que amenazan su ansiada reinserción en la normalidad que se le niega. En los primeros minutos de Pueblerina, Fernández asume características del western, género al que regresará en su parte final, pero concede el protagonismo al melodrama que encuentra en Paloma a su sufrida heroína femenina, una mujer que, ultrajada por el cacique y señalada por la sociedad, se aísla (y aísla a su hijo) porque es incapaz de olvidar la mancha que se atribuye, una mancha inexistente, pues ella es la víctima de violación que la distancia del hombre que le propone una vida común en la que descubrirán mayor rechazo si cabe, pero que fortalece su relación, su amor por el terruño y su orgullo de ser.

3 comentarios:

  1. Como siempre, un análisis fino y sabio, de un conocedor experto de la historia del cine

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  2. ¿Has visto mi monografía de "Pueblerina"?

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    1. Sí, lo he leído y me parece adecuado poner aquí el comentario que dejé en tu blog Acorazado cinéfilo: “Magnífico y completísimo comentario, Francisco. Enhorabuena por tu trabajo. Hace justicia a esta espléndida película de Fernández (y a su obra fílmica). Me encanta esa etapa del cine mexicano entorno a la década de 1940 y las películas suyas que nombras. Creo que Fernández y su cine de entonces son ejemplos brillantes de una época cinematográfica sin igual en el cine azteca, que contaba con directores de fotografía fuera de serie, tal como Alex Philips o Gabriel Figueroa, directores de la talla de Fernando de Fuentes, Roberto Gavaldón, Ismael Rodríguez, Carlos Velo, Luis Buñuel y más, actores de la presencia de Pedro Armendariz o Ignacio López Tarso, e inolvidables actrices como Dolores del Río, Columba Domínguez o María Félix”. Gracias por tus grandes aportes

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