La introducción del film, que asume como excusa la superpoblación y el deterioro ecológico del planeta, nos presenta a un científico que ha desarrollado la miniaturización humana para poner fin a los problemas medioambientales, pues a menor tamaño, menos residuos y menos contaminación. Su intención es loable, pero años después observamos como esa misma intención se ha convertido en un reclamo comercial, en una vida prefabricada y en una fuente de ingresos que apunta hacia el consumismo que apenas difiere del que se observa en el mundo de los grandes. Atraída por las posibilidades que la vida en miniatura les ofrece, parte de la población lo asume como el nuevo sueño americano y reduce su tamaño para volver a soñar con ser alguien o ver como su escaso dinero se multiplica en el mundo reducido en el que todo semeja felicidad. Cualquiera puede ser millonario en esta nueva Lilliput y dejar de sentirse tan insignificante como el menguante protagonista de El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man; Jack Arnold, 1957), cuyos interrogantes existenciales parecen no tener cabida en el consumismo hedonista que se observa en los diminutos que viven en el lado privilegiado del muro de Leisureland. La promesa de alejarse de lo insustancial convence a Paul, y este hace lo propio con su mujer, de modo que ambos firman para reducirse e iniciar su nueva existencia en la ciudad de lujo y de placer, aunque de un tamaño que no supera la extensión de su antiguo hogar. Paul y Audrey se enfrentan al momento decisivo en las instalaciones impersonales donde se les despoja de sus ropas, de sus cabellos y de su vello corporal y donde se produce el paso del mundo grande al pequeño, pero con las dudas y el miedo que genera la nueva existencia. Paul se despierta del tamaño de un pulgar, desorientado y con la primera reacción de sentir lástima por sí mismo, por la sensación de que una vez más la promesa de plenitud se esfuma ante él. De nuevo el interrogante ¿cuál es su lugar en el mundo, si es que existe uno para él? De nuevo esa desorientación reflejo de la realidad presente que Una vida a lo grande satiriza desde la metáfora, pero también desde el humanismo con el que Payne expone a sus protagonistas frente a la vida: la desorientación vital de Paul durante su recorrido hacia no sabe dónde, la decisión de Audrey, fruto del miedo y del conformismo inculcados, el altruismo de Ngoc (Hong Chau) en un paraíso que dista de serlo o el materialismo de Dusan (Christoph Waltz), personaje cínico, que no hipócrita, que encuentra en el nuevo mundo vacíos legales para sus negocios.
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