La existencia humana podría mal resumirse en la combinación de cotidianidades, de relaciones con el entorno físico y humano, también con uno mismo, y de la tragicómica sucesión de hechos, encuentros, casualidades y experiencias imprevistas, algunas dolorosas, otras alegres e incluso tan satíricas como la ficción que se descubre en películas que se adentran en vidas anónimas que aguardan a que el azar cambie sus monotonías. Mientras aguardan, nada y todo sucede, el tiempo pasa, la lotería no toca y otros juegos de probabilidades remotas les vuelven la espalda una y otra vez. Pero estos individuos no desisten, saben que la vida sigue y continúan disfrutando y sufriendo su cotidianidad, sus relaciones y sus trabajos sin intentar cambiar su suerte. Pero ¿qué sucede si la pasividad resulta premiada? De una situación precaria se pasa a la ilusión que, en mayor o menor media, se observa en ejemplos cinematográficos de quienes acarician la felicidad en el número premiado de un boleto o en un concurso de radiofónico o televisivo. Es gente corriente que habita en espléndidas comedias como El millón (Le million; René Clair, 1931), Navidades en Julio (Christmas in July, Preston Sturges, 1940), Se escapó la suerte (Antoine et Antoinette; Jacques Becker, 1947), Esa pareja feliz (Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, 1951), ¡Felices Pascuas! (Juan Antonio Bardem, 1954) y otras películas que conceden su protagonismo a parejas que comparten su amor, su cotidianidad, la precariedad económica o la ilusión que no tarda en convertirse en la decepción que implica el fin de las quimeras, o la comprensión de que los genios de las lámparas y las hadas madrinas son fruto de fantasías que no contemplan la posibilidad de un engaño, caso del film de Sturges, o de la pérdida del boleto premiado. Este último sería el caso que golpea la relación de Antoine (Roger Rigaut) y Antoinette (Claire Maffei) en Se escapó la suerte, un film distinto por su sencillez expositiva de la cotidianidad del barrio parisino de posguerra donde habita la pareja protagonista, a quien se describe en su lugar de trabajo, en su hogar o en la calle donde la constante presencia del señor Roland (Noël Roquevert) amenaza a Antoinette. El matrimonio vive en una buhardilla, unidos por el vínculo que supera las trabas de una vida sin lujos ni esperanza de obtenerlos a corto plazo, salvo cuando Antoine descubre que el boleto adquirido por su mujer ha sido premiado con 800.000 francos. En ese instante, su rostro se ilumina, acude al bar más próximo y se cerciora de que el número corresponde con el del décimo que tiene entre sus manos. De regreso a casa comparte la buena nueva con Antoinette y ambos empiezan a soñar con las cosas que podrán adquirir. Sin embargo, el boleto se extravía y con él el sueño de mejora que habían acariciado se esfuma, dejando a Antoine con la desilusión que se expresa en su cabeza gacha, en su deambular por las calles y en su intención de retardar su regreso al hogar, donde teme enfrentarse con su mujer. No obstante, como sucede en el resto del filmes nombrados, en Se escapó la suerte el azar funciona como la excusa que permite desarrollar temas más complejos, como sería la crónica de la cotidianidad del espacio vivo expuesto por Becker, un entorno poblado de personajes que podrían encontrarse en cualquier barrio popular del París de la época. Al cineasta le interesó eso, realizar un recorrido humano y realista, con momentos para la comedia, la ternura, la ilusión, la desilusión y el drama, aunque sin forzar ni los unos ni los otros, ya que forman parte de la realidad descriptiva del entorno humano (el edificio y el piso de la pareja, las tiendas, el bar, el metro, las calles...) donde se desarrolla la película.
domingo, 7 de enero de 2018
Se escapó la suerte (1947)
La existencia humana podría mal resumirse en la combinación de cotidianidades, de relaciones con el entorno físico y humano, también con uno mismo, y de la tragicómica sucesión de hechos, encuentros, casualidades y experiencias imprevistas, algunas dolorosas, otras alegres e incluso tan satíricas como la ficción que se descubre en películas que se adentran en vidas anónimas que aguardan a que el azar cambie sus monotonías. Mientras aguardan, nada y todo sucede, el tiempo pasa, la lotería no toca y otros juegos de probabilidades remotas les vuelven la espalda una y otra vez. Pero estos individuos no desisten, saben que la vida sigue y continúan disfrutando y sufriendo su cotidianidad, sus relaciones y sus trabajos sin intentar cambiar su suerte. Pero ¿qué sucede si la pasividad resulta premiada? De una situación precaria se pasa a la ilusión que, en mayor o menor media, se observa en ejemplos cinematográficos de quienes acarician la felicidad en el número premiado de un boleto o en un concurso de radiofónico o televisivo. Es gente corriente que habita en espléndidas comedias como El millón (Le million; René Clair, 1931), Navidades en Julio (Christmas in July, Preston Sturges, 1940), Se escapó la suerte (Antoine et Antoinette; Jacques Becker, 1947), Esa pareja feliz (Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, 1951), ¡Felices Pascuas! (Juan Antonio Bardem, 1954) y otras películas que conceden su protagonismo a parejas que comparten su amor, su cotidianidad, la precariedad económica o la ilusión que no tarda en convertirse en la decepción que implica el fin de las quimeras, o la comprensión de que los genios de las lámparas y las hadas madrinas son fruto de fantasías que no contemplan la posibilidad de un engaño, caso del film de Sturges, o de la pérdida del boleto premiado. Este último sería el caso que golpea la relación de Antoine (Roger Rigaut) y Antoinette (Claire Maffei) en Se escapó la suerte, un film distinto por su sencillez expositiva de la cotidianidad del barrio parisino de posguerra donde habita la pareja protagonista, a quien se describe en su lugar de trabajo, en su hogar o en la calle donde la constante presencia del señor Roland (Noël Roquevert) amenaza a Antoinette. El matrimonio vive en una buhardilla, unidos por el vínculo que supera las trabas de una vida sin lujos ni esperanza de obtenerlos a corto plazo, salvo cuando Antoine descubre que el boleto adquirido por su mujer ha sido premiado con 800.000 francos. En ese instante, su rostro se ilumina, acude al bar más próximo y se cerciora de que el número corresponde con el del décimo que tiene entre sus manos. De regreso a casa comparte la buena nueva con Antoinette y ambos empiezan a soñar con las cosas que podrán adquirir. Sin embargo, el boleto se extravía y con él el sueño de mejora que habían acariciado se esfuma, dejando a Antoine con la desilusión que se expresa en su cabeza gacha, en su deambular por las calles y en su intención de retardar su regreso al hogar, donde teme enfrentarse con su mujer. No obstante, como sucede en el resto del filmes nombrados, en Se escapó la suerte el azar funciona como la excusa que permite desarrollar temas más complejos, como sería la crónica de la cotidianidad del espacio vivo expuesto por Becker, un entorno poblado de personajes que podrían encontrarse en cualquier barrio popular del París de la época. Al cineasta le interesó eso, realizar un recorrido humano y realista, con momentos para la comedia, la ternura, la ilusión, la desilusión y el drama, aunque sin forzar ni los unos ni los otros, ya que forman parte de la realidad descriptiva del entorno humano (el edificio y el piso de la pareja, las tiendas, el bar, el metro, las calles...) donde se desarrolla la película.
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