Finalizan los títulos de crédito para descubrirnos un primer plano de un letrero que reza: <<... a cualquier lugar que acuda, solo me guiará el beneficio del enfermo... Hipócrates>>. La cámara se desliza hacia la izquierda de la pantalla y encuadra la sala donde un doctor atiende la herida de un niño a quien anima e insta a sonreír. Se trata de Carlos Arguello (Enrique Muiño), un médico comprometido con su profesión que no calla ante la precariedad y la falta de medios que observa en el hospital donde trabaja. Se cierra la escena, otras se suceden hasta que la cámara muestra a la pareja de ancianos que, descendiendo la escalera, abandona la consulta comentando que <<este médico no sabe nada... Es muy antiguo...>>, por Arguello, quien los ha atendido durante años y quien afable y comprensivo acaba de comentarles que la enfermedad que padece la mujer es la misma dolencia que ha revisado veinte veces: un achaque consecuencia de la edad. En una secuencia posterior, este diagnóstico también lo dictaminan los médicos del centro que el matrimonio visita guiado por la insatisfacción provocada por el dictamen previo. Allí, los ancianos, de nuevo muestran su buena predisposición para sufragar los altos costes de pruebas innecesarias (que la anciana desea realizar, porque considera que esa es la medicina moderna) hipotecando o vendiendo su vivienda. Ante esto, los doctores cambian su discurso y optan por llenar sus bolsillos programando análisis y sesiones de rayos X que solo confirmarán que el mal que aqueja a la buena mujer es su avanzada edad. La diferencia entre el primer galeno y los segundos salta a la vista, como también lo hace el posicionamiento de Mario Soffici a favor de quien basa su labor en las necesidades de sus pacientes, no en las de su bolsillo, aunque con ello no haya logrado más dinero que aquel que le ha permitido alimentar a su familia y dar estudios a su hijo (Ángel Magaña). Suficiente para él, porque el médico protagonista de El viejo doctor (1939) trabaja por y para sus pacientes: hombres, mujeres y niños que apenas presentan posibilidades económicas y que encuentran en su persona a un benefactor empeñado en mejorar la sanidad del hospital donde ha ejercido durante veinticinco años. Sin embargo, su obstinación y su sinceridad, a la hora de conseguir mejoras y materiales que permitan una mejor atención a los pacientes, implica su despido, aunque no su abandono de la profesión que profesa siguiendo el juramento hipocrático pronunciado tiempo atrás (aquel que todavía tiene presente en su consulta y en su mente) y el altruismo que, dictado por su conciencia, ha intentado inculcar a su vástago, recién licenciado en Medicina y, de seguir las enseñanzas paternas, condenado a la escasez que se observa durante sus inicios profesionales. Aparte de ser la historia de Arguello, de su día a día laboral, de las quejas de su mujer por una vida de sacrificio, El viejo doctor plantea (y responde) la compleja disyuntiva que atormenta al hijo, atrapado por el lazo sanguíneo que le une a su hermana Susana (Alicia Vignoli), por su admiración paterna, por su necesidad de triunfo (material) y por la herida de bala recibida por Reyes (Roberto Airaldi), el delincuente con quien Susi mantiene la relación sentimental que empuja al joven médico a decidir qué tipo de doctor desea ser.
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