Es de suponer que cada quien tiene familiares y amistades con aficiones, ideas y pasiones, iguales, distintas o complementarias a las propias, gustos e inquietudes que enriquecen el entorno que los rodean. Yo tengo un amigo cuya pasión por el mar lo desborda, no por su belleza natural ni por la bravura salvaje de sus rugidos y de su furia incontrolable. Su pasión son las profundidades, sumergirse en ellas y bucear por el fondo marino que cada fin de semana llama a su puerta para invitarle a disfrutar de un silencio de luces, sombras, flora y fauna, un universo de vida bajo la superficie cristalina que antes que a él ya había conquistado el corazón de otros muchos. Quizá algo tuviese que ver en dicha conquista el mítico investigador marino Jacques-Yves Cousteau, quien, al contrario que mi amigo -cuyas fotografías, experiencias y conocimientos comparte con sus cercanos y con quienes visitan su blog fotosubgalego- divulgó entre un público mayoritario las profundidades oceánicas con sus estudios marinos, con sus programas de televisión (entre los que se cuentan algunos trabajos para National Geographic y El mundo submarino de Jacques Cousteau) y con El mundo del silencio (Le monde du silence, 1955), multipremiado documental y el primero en su género en obtener la Palma de Oro en Cannes. Realizado en colaboración de sus habituales compañeros en el Calypso (Frédéric Dumas y Albert Falco) y de Louis Malle, por aquel entonces un joven aspirante a cineasta que había dirigido dos cortometrajes, Cousteau estrenaba en 1956 esta pieza clave del cine documental submarino que se sumergía hasta los setenta y cinco metros de profundidad, la mayor filmada hasta entonces. Desde sus imágenes, submarinas o de superficie, se accede a los mares Mediterráneo y Rojo, al Golfo Pérsico y al océano Índico donde el técnico oceanográfico y sus acompañantes se zambullen para mostrar el fondo sobre el cual navega la famosa embarcación y su tripulación. En sus primeras secuencias, la voz del comandante nos inicia en algunos aspectos técnicos y nos guía en sus encuentros con pecios hundidos, ballenas, tiburones, tortugas y otros seres que las cámaras (algunas desarrolladas por André Laban para soportar las inmersiones a grandes profundidades) captan en un hábitat que en ocasiones se ve adulterado por la presencia humana que, en su intención de estudiar, trastoca un medio virgen para el ojo público, hostil y a la vez tranquilo. Hostil y tranquilo porque Cousteau no esconde los aspectos negativos de su expedición, tampoco la parte entrañable, pues ambas se combinan en este viaje en el que tienen cabida los accidentes (el ballenato barrido por la embarcación), los arrecifes de coral, las borracheras de las profundidades o la <<danza macabra>> del grupo de tiburones que, en su afán por devorar el cadáver de la cría de ballena, acaba siendo víctima de la violenta reacción de la tripulación.
Muy bueno y en mi caso bien cierto q el Comandante aumento aun mas mi pasion por el mar. Gracias Toño
ResponderEliminarGracias a ti, Carlos, por inspirar la parte del texto que más me gustó escribir.
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