El estreno de Toy Story (John Lasseter, 1995) supuso un punto de inflexión en el cine animado y, de manera particular, también para el hasta entonces desconocido Pixar Animation Studios. Sin el éxito comercial de su primer largometraje, el estudio que dio sus primeros pasos en la década de 1970, y que adquiriría su nombre definitivo en la siguiente, habría tenido complicado continuar desarrollando las técnicas tridimensionales que dieron forma a títulos clave de la animación generada por ordenador, películas como Monstruos S.A. (Monters Inc.; Pete Docter, Lee Unkrich y David Silverman, 2001), Wall-E (Andrew Stanton, 2008) o Toy Story 3 (Lee Unkrich, 2010). Pero si bien es cierto que Lasseter y compañía apostaban por la innovación de la animación, el desarrollo de sus temáticas no sufrió demasiados cambios hasta Los increíbles (The Incredibles; Brad Bird, 2004), de ahí que en Bichos (A Bug's Life; John Lasseter y Andrew Stanton, 1998), el segundo largo del estudio, prevalezca una continuidad de lo expuesto en Toy Story. Al igual que en aquella, en Bichos prevalece el clasicismo narrativo y el entretenimiento amable, que reincide en los lazos de amistad, en la ilusión y en la colaboración como elementos indispensables para que sus protagonistas se metamorfoseen de insectos desheredados a héroes que, superadas las dudas y los miedos iniciales, alcanzan su realización. La aventura de Flip y la troupe circense encontró su inspiración en Los siete samuráis (Sichinin no samurai; Akira Kurosawa,1954), o quizá en su revisión hollywoodiense Los siete magníficos (The Magnificent Seven; John Sturges, 1960), y como en estas, la colaboración resulta fundamental para enfrentarse al peligro que supone la llegada de los saltamontes liderados por Hopper. Pero antes de que se produzca el enfrentamiento, se observa a Flip con problemas similares a los que preocupan a la irónica e insegura Z de Antz (Eric Darnell y Tim Johnson, 1998), aunque el héroe de Bichos es menos propenso a psicoanalizar su posición y su identidad dentro del hormiguero donde tampoco encaja. En su hábitat natural se descubre marginado por los suyos, debido a su imaginación y a su empeño de llevar a cabo ideas que ninguna de sus compañeras se plantea, incapacitadas para asumir y resolver imprevistos cuando se rompe el orden establecido (la escena de la hoja que corta el camino les genera ansiedad, dudas y pánico). Tras la supuesta torpeza del personaje principal se esconde la individualidad que lo hace único, la misma que emplea para pensar y encontrar la solución a los problemas que él mismo ha causado: viajar a la ciudad de los insectos en pos de los guerreros que se enfrenten a los saltamontes que al inicio del estío se llevan la comida que las trabajadoras les ofrecen como señal de sometimiento. Flip encara su misión desde dos perspectivas: la de poner fin a este acoso y la de demostrar su valía (solo la pequeña princesa Dot cree en él). Para ello se traslada a la "gran manzana podrida" donde descubre al grupo que confunde con aguerridos luchadores, confusión que genera comicidad y el inicio de su aventura con los inofensivos, miedosos y simpáticos insectos que, ante la necesidad y las palabras de la hormiga, aceptan acompañarle al hormiguero donde se convierten en los héroes a la fuerza que, liderados por Flip, superan sus miedos y defienden a las hormigas de Hopper.
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