Seven (1995), The Game (1997) o El club de la lucha (Fight Club, 1999) delatan el gusto de David Fincher por los giros argumentales que le permiten jugar con sus personajes y con la percepción de quienes los observan. Esta constante de sorprender mostrando esto y ocultando aquello, a la espera de ser desvelado por el cineasta, también se encuentra presente en Perdida (Gone Girl, 2014), en el enfrentamiento entre la imagen proyectada, condicionada por la idea de agradar, de ser aceptado e incluso admirado, y la verdad oculta de la pareja protagonista. La oposición entre ilusión y realidad se enfatiza en el desengaño y la insatisfacción conyugal del matrimonio, así como en la manipulación que de la misteriosa desaparición de Amy (Rosamund Pike) realizan los medios sensacionalistas, que distorsionan la noticia con el fin de incrementar su audiencia, a la que -como el propio realizador hace con el público- guían en su juicio sobre Nick (Ben Affleck) y su hermana Margo (Carrie Coon), víctima colateral de las sospechas que recaen sobre su mellizo, cuando el día del quinto aniversario de su matrimonio con Amy, esta desaparece sin explicación aparente y sin dejar más evidencia que su ausencia no ha sido voluntaria. Dicha circunstancia marca la primera parte de un thriller de impecable factura formal, que Fincher desarrolló en varios tiempos para confundir las verdades y las mentiras que van influyendo en el devenir de los hechos y también en el juicio del espectador. Para ello, el responsable de La red social (The Social Network, 2010) se valió del diario de la desaparecida, desde el cual se narran imágenes del pasado común del matrimonio, y del presente solitario de Nick, a quien se observa enfrentado a la creciente sospecha de ser el asesino de su mujer. Al tiempo que generan la intriga, los dos testimonios profundizan en otra capa del film, aquella que, desde los recuerdos de Amy y las palabras y el comportamiento del personaje de Ben Affleck, confirman el deterioro matrimonial de una pareja que ha perdido la ilusión y ha entrado en la insatisfactoria realidad que precipita el fin de los días felices, y el comienzo del antagonismo generado por las mentiras y las decepciones de promesas incumplidas (como la de no reconocer en el otro a quien antes creían ver). Esta situación se va descubriendo pista tras pista, como si fuera una de las yincanas que ambos realizan cada aniversario, mientras entra en el juego la crítica a los medios de comunicación, que, expectantes ante la oportunidad que se les presenta, cobran protagonismo para sacar provecho de la desaparición de la asombrosa Amy, pues así se conoce al famoso personaje infantil que ella inspiró a sus padres, ¿o fue la imagen ficticia la que estos quisieron inculcar a su hija? <<Lo importante es lo que las personas piensen de ti. Tienes que caerles bien>>, asegura el abogado (Tyler Perry) que asume la defensa de Nick -acosado por la policía y la prensa-. El letrado es consciente de pertenecer a una sociedad dominada por la imagen, por los medios y por las redes sociales que han potenciado que el individuo muestre una máscara que difiere de su yo real, obsesionado por el deseo de ser aceptado por miles o millones de iguales anónimos que se erigen en jueces de vidas e intimidades ajenas sin caer en la cuenta de que están descuidando la suya. Por eso insiste a su cliente en la importancia de atraer las simpatías, aunque, como hombre que nunca ha mostrado en público su verdadero rostro, inicialmente Nick se ve superado por la situación mediática, lo cual, unido a las circunstancias que lo rodean (su aparente despreocupación, su posible violencia, el aumento en la póliza del seguro de vida de su mujer, la investigación policial o su relación con una amante veinteañera) generan la duda de si en realidad es o no culpable de aquello que parece confirmarse a medida que se desarrolla la lectura del diario de Amy, en cuyas páginas se detallan las impresiones y las inquietudes de una mujer asustada que habla de malos tratos y del temor que en ella despierta su marido. La subjetividad de las interpretaciones de los hechos narrados se enfrenta con la ambigüedad de los hechos presenciados, de igual modo se apuntan detalles del carácter manipulador de Amy, entre ellos sus relaciones anteriores o esa infancia marcada por padres más atentos a dar forma a la imagen perfecta de su personaje que a la hija a quien nunca han dejado ser la mujer imperfecta que en realidad es, lo que explicaría los múltiples rostros de alguien que se ha convertido en la distorsión adulta de aquella infantil heroína de papel.
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