El más allá (1964)
A raíz del éxito de Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) en el festival de Venecia, se despertó el interés internacional por el cine japonés. A partir de ese momento, cineastas como Kenji Mizoguchi, Teinosuke Kinugasa o Hiroshi Inagaki, que llevaban desde la década de 1920 realizando películas, fueron premiados con "Leones", "Palmas" u "Oscars". Pero más allá de la fiebre de premiar a las películas que llegaban del país asiático, lo significativo de esta moda fue el acercamiento de una cinematografía desconocida en occidente, plagada de grandes obras y de grandes creadores. Por aquel entonces, la vieja guardia de la cinematografía nipona, Mikio Naruse, Yasujiro Ozu o los ya nombrados Teinosuke Kinugasa y Kenji Mizoguchi, podían estar tranquilos con el relevo generacional que ya despuntaba en su país natal. La generación siguiente, la nacida durante la década de 1910, debutó en la realización a lo largo de los años cuarenta y primeros de los cincuenta, y contaba entre sus miembros con Akira Kurosawa, el realizador japonés más conocido a nivel internacional, Kaneto Shindô, Keisuke Kinoshita, Kon Ichikawa o Masaki Kobayashi, cineastas imprescindibles que, a pesar de consagrarse mundialmente con Los niños de Hiroshima (Gembaku no ko, 1952), Veinticuatro ojos (Nijushi no hitomi, 1954), El arpa Birmana (Biruma no tategoto, 1956) y Harakiri (Sepukku, 1962) respectivamente, aún hoy resultan desconocidos para parte del público. De entre las filmografías de estos últimos, la de Kobayashi cuenta con magistrales aciertos como Río negro (Kuroi kawa, 1957), el tríptico La condición humana (Nigen no jôken, 1959-1961), Harakiri (Sepukku, 1962), Rebelión (Jôiuchi: Hairyô tsuma shimatsu, 1967), el documental Tôkyô saiban (1983) y la película que aquí se comenta, Kwaidan-El más allá (Kaidan, 1964), posiblemente, dejando a un lado la imprescindible Cuentos de la luna pálida de agosto (Ugetsu monogatari, Kenji Mizoguchi, 1953), el largometraje de fantasmas más popular del cine japonés de la segunda mitad del siglo XX y cuyo título original, "historias sobrenaturales", informa de su temática y de su estructura episódica.
El film, uno de los más reputados de su autor, se divide en cuatro historias de fantasmas que nada tienen que ver entre sí: Pelo negro, La mujer de la nieve, El hombre sin orejas y En una taza de té, salvo que todas ellas están rodadas con excelente gusto y presentan una exquisita puesta en escena, que destaca por su preciosismo visual y pictórico y por la dualidad fantasía-realidad dominante. Pero, sin minusvalorar una obra tan imaginativa como El más allá, los relatos que la conforman carecen de la crítica y de la sinceridad que desbordan en La condición humana, Harakiri o Rebelión, y esto pudo ser debido a que a Kobayashi le interesaban más las historias terrenales, en las que ponía de manifiesto su antimilitarismo y las injusticias sociales, que las sobrenaturales. Cada uno de los episodios juega con los sonidos, con la plasticidad y el color de sus imágenes, también con los espacios espectrales donde se desarrollan, desde el onirismo, relatos que beben directamente de las raíces culturales japonesas. De las cuatro historias, la de mayor duración, y quizá la mejor del conjunto, es El hombre sin orejas u Hoichi, el desorejado. Su protagonista, Hoichi, es un invidente cuyo talento musical provoca su contacto con el fantasma que reclama su arte para que recite ante su señor la batalla Dan-no-ura, en la que el clan Taira (Heike) fue derrotado definitivamente (de ella se habla en uno de los capítulos de mi novela Sakura, en el poema épico Heike monogatari o al inicio de la historia de Hoichi), sin ser consciente de que canta para muertos y de que su vida se consume cada vez que entona la épica composición al compás de su biwa. La más corta, En una taza de té, destaca por su estructura narrativa, que se inicia en la realidad de un escritor incapaz de encontrar el final para el cuento que escribe, y al que se accede poco después para descubrir a un samurái que observa desconcertado el reflejo de un desconocido en su taza de té, con quien se enfrenta hasta que la ficción traspasa lo escrito y alcanza la realidad del autor para concederle un final sorprendente para su historia. Los dos primeros episodios presentan personajes masculinos contrarios a Hoichi, ya que si este, tras sufrir la mutilación de sus orejas por parte del fantasma, puede deshacerse de ellos y convertirse en un hombre rico, los protagonistas de Pelo negro y de La mujer de las nieves están condenados por su egoísmo y ambición, el primero, y el segundo por un amor imposible, pues, sin saberlo, lleva diez años casado con un fantasma que se volatiliza como consecuencia del incumplimiento de la palabra dada al espectro de las nieves (su propia mujer) que le perdonó la vida en el pasado.
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