Una hora contigo (1932)
Inmerso en el montaje del drama bélico Remordimiento (Broken Lullaby, 1932), Ernest Lubitsch delegó las funciones de director de Una hora contigo (One Hour with You, 1932) en George Cukor, por aquel entonces recién llegado a Hollywood y sin apenas experiencia en el medio cinematográfico. Bajo la supervisión del prestigioso realizador centroeuropeo, el futuro responsable de Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story; 1940) inició el rodaje de Una hora contigo, la versión sonora de Los peligros de Flirt (The Marriage Circle, 1924), aunque, poco tiempo después, Lubitsch asumió mayor presencia en el plató, hasta meterse de lleno en las labores que Cukor venía desempeñando. Como consecuencia, la autoría de la película creó controversia dentro de la Paramount, sobre todo cuando, molesto con la desaparición de su nombre de los títulos de crédito, George Cukor decidió demandar al estudio. Fuera como fuere, a lo largo del metraje la presencia de ambos se deja notar en la temática y en los personajes, que anteceden a los miembros de la alta sociedad estadounidense que Cukor retrató en algunas de sus incursiones en el género y que modernizan a aquellos aristócratas europeos protagonistas de las operetas musicales de Lubitsch. Pero la presencia de este último ya se hace patente desde la secuencia inicial, cuando se muestra a un grupo de vigilantes que reciben la orden de detener a cuantos no acaten las normas de decoro en los parques públicos de la ciudad.
Las primeras imágenes acercan al público a la clandestinidad y a la fantasía, al enredo. Acertadamente, se toma su tiempo en dar a conocer al matrimonio protagonista, al que se descubre poco después, al tiempo que lo hace el vigilante que ronda el parque y amonesta a los amantes nocturnos. La oscuridad del parque, a priori, es protectora para los enamorados, para lo prohibido, para la práctica del sexo. Allí, sentados, acaramelados en uno de sus bancos, Colette (Jeanette MacDonald) y el doctor Andre Bertier (Maurice Chevalier) dan rienda suelta a su pasión, como si la ilegalidad nocturna les permitiera sentir que su relación matrimonial continúa igual de pasional que los primeros días. Puede que sea cierto, si uno se atiene a las palabras que el doctor dirige al público, las cuales se reafirman en su insistencia a la hora de apagar la luz de la habitación, para dejar que la oscuridad oculte y potencie sus deseos sexuales. Pero las afirmaciones de este hombre podrían ser exageradas o, al menos, no tan absolutas como asegura antes de que Mitzi (Genevieve Tobin) irrumpa en sus vidas. Esta presencia femenina parece contradecir lo dicho por el don Juan, que ve como su fidelidad se pone a prueba ante la tentación que, para él, significa la mejor amiga de su mujer. En un primer momento, se mantiene distante, consciente de que podría sucumbir al acoso de la mujer que se finge enferma para seducirlo a solas. Con este argumento, Una hora contigo no podía ser más que una elegante frivolidad como las filmadas hasta entonces por Lubitsch, aunque más moderna en su insinuación de las infidelidades que se confirman dentro de un espacio, menos irreal que el de aquellas, donde el personaje interpretado por Maurice Chevalier se erige en el guía y en la voz del realizador. Vista hoy, la osadía que marcó el camino para posteriores comedias sofisticadas ha desaparecido, pero esto no afecta a su impecable factura ni a su narrativa ágil ni a la impagable presencia de los personajes secundarios que en manos del cineasta berlinés aportan el contrapunto cómico e irónico presente en cualquiera de sus grandes comedias, ya sea en Ninotchka (1939), El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940) o en Ser o no ser (To Be or Not to Be; 1942). No cabe duda de que Lubistch fue un maestro del género y uno de sus principales cultivadores; de su estilo, de su ironía, de su picaresca, de su capacidad de sugestión, bebieron desde George Cukor a Billy Wilder, pasando por Preston Sturges, Gregory LaCava, Otto Preminger y tantos otros.
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