Cuando se produjo su debut como realizador de largometrajes, Jesús Franco contaba a sus espaldas con varios cortometrajes documentales y con colaboraciones en comedias como Felices Pascuas (Juan Antonio Bardem, 1954), Fulano y Mengano (Joaquín Romero Marchent, 1956) o Los jueves, milagro (Luis García Berlanga, 1957), de modo que no sorprende que, en su primera película, el director madrileño se decantara por el género de la risa. Sin embargo, lo que sí sorprende es que el film fuera ninguneado y estrenado en 1967. La explicación podría encontrarse en la miopía fomentada por un conservadurismo incapaz de aceptar la modernidad pretendida por el cineasta, quien desde sus comienzos se mostró inusual y, por lo tanto, poco grato a los gustos predominantes. Alejada del realismo de las comedias negras y de los amoríos mostrados en las comedias rosas de la época, en Tenemos 18 años se potenció la originalidad y la fantasía desde los títulos de crédito, así como la imaginación de su responsable o, si se prefiere, de sus dos jóvenes protagonistas, cuyas visiones existenciales se complementan para marcar el devenir de una trama que, a pesar de ser irregular, no deja de resultar simpática, y permite entrever el gusto del realizador por el cine de terror, en el que debutaría dos años después en Gritos en la noche (1961), un film que podría considerarse pionero del género en España. Aunque en Tenemos 18 años asoma algún personaje siniestro, una asesino en serie sin rostro que encuentra uno de sus orígenes en El fantasma de la ópera (The Phamtom of the Opera, Ruper Julian, 1925), no hay lugar para el horror y sí para la fantasía con la que las adolescentes encaran su viaje, el mismo que pretenden plasmar a lo largo de las páginas de una novela que escriben aportando sus diferentes perspectivas: Pili (Terelez Pávez) la osadía y María José (Isana Medel) la ensoñación. De este modo el film se desarrolla a través de episodios que encuentran su nexo de unión cuando la acción regresa al presente de las chicas, durante el cual se observa su entorno, en el que destaca la presencia de Mariano (Antonio Ozores), el primo gorrón que en los relatos cede su rostro a los personajes masculinos, salvo el del atracador herido (Luis Peña), quizá porque este sea el único real, a quien las muchachas ayudan y curan antes de despedirse de él, para poco después escuchar en la lejanía los disparos que les confirma que el fugitivo ha sido abatido sin miramientos de ningún tipo. Este hecho trágico marca el fin de la inocencia, de la ilusión y puede que de la libertad que encontraron durante la narración de su viaje, poniendo punto y final a una época de fantasía que nace de la propia ilusión y libertad de un realizador atípico, que deseaba hacer un tipo de cine imposible dentro de una cinematografía que, salvo contadas excepciones, se encontraba anclada en el conservadurismo y en la falta de visión. Esto podría dar una explicación a la reflexión final que asume el personaje de Isana Medel, cuando acepta que ya es una mujer adulta y, como tal, debe abandonar los sueños y vivir en la realidad que se le impone, no aquella que ella desearía y en la que sería ella misma, con su personalidad y con sus ilusiones intactas.
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