Tras dirigir cuatro películas en su Argentina natal (Pampa bárbara, Donde mueren las palabras, De hombre a hombre, Apenas un delincuente), Hugo Fregonese inició un periplo de cuatro años en Hollywood (1950-1954), donde rodó once largometrajes, en su mayoría inscritos dentro de los géneros del western y del cine negro. Posteriormente, Fregonese se trasladaría a Europa donde continuó con su carrera para finalmente regresar a la tierra que le vio nacer y poner punto final a su interesante filmografía con La mala vida (1973) y Más allá del sol (1975). Martes negro (Black Tuesday), su última película hollywoodiense también es una de las mejores muestras de su capacidad narrativa, pero también es un film desconocido pese a destacar por su sobria contundencia y por el protagonismo de Edward G.Robinson. El actor, un icono del cine negro gracias a sus interpretaciones en films como Hampa dorada (Little Caesar; Mervyn LeRoy, 1931), Balas o votos (Bullets or Ballots; William Kneighley, 1936), Perdición (Double Indemnity; Billy Wilder, 1944), Perversidad (Scarlett Street; Fritz Lang, 1944) o Cayo Largo (Key Largo; John Huston, 1948), dio vida a Vincent Canelli, un violento asesino condenado a morir en la silla eléctrica. En dos celdas contiguas del penal donde se desarrolla la primera parte de la trama se descubre a Canelli y a Manning (Peter Graves), un ladrón de bancos que también aguarda el momento de su ejecución. En ese espacio sombrío y claustrofóbico, el primero desvela parte de su personalidad, pero sobre todo muestra su confianza en salir indemne de una sentencia que el segundo espera con cierto cinismo y tranquilidad, quizá porque haya aceptado que se llevará a la tumba la ubicación del botín que las autoridades le piden a cambio de retrasar su muerte. En dos breves escenas se comprende el por qué de la seguridad del gángster: la primera muestra a su amante amenazando a uno de los guardias de la prisión con matar a su hija y la segunda expone el instante durante el cual un par de secuaces de Canelli asaltan al periodista que debe cubrir la noticia, a quien suplantan para acceder al interior del recinto. Estos dos momentos adquieren sentido pleno cuando los reos son conducidos a la sala de ejecución, donde, gracias a esa planificación externa, se apoderan de armas y de varios rehenes, a quienes emplean como seguro para darse a la fuga, aunque durante la misma Manning recibe un disparo. Como consecuencia de la huida se accede a un segundo espacio físico relevante: el edificio abandonado donde se ocultan criminales y rehenes a la espera de que el herido se recupere, ya que el gángster no piensa perder a su compañero, aunque se comprende que no se trata de una acción desinteresada (ni existe una relación amistosa entre ellos ni tienen nada en común) y que lo único que persigue Canelli son los 200.000 $ que el ladrón ha ocultado en alguna parte. En ese emplazamiento se observa a un gángster sin ataduras morales, dominado por su necesidad de imponerse a cuantos le rodean para alcanzar el fin que persigue, lo que implica el uso de la fuerza bruta y el deshacerse de sus prisioneros en cuando haya logrado el botín, algo que todos saben, incluso la policía que rodea el edificio. Como otras grandes películas de bajo presupuesto y de apenas una hora de duración, Martes negro es un perfecto ejemplo del dinamismo y de capacidad de síntesis; en una veloz sucesión de imágenes se da consistencia a los personajes, se explica la situación por la que atraviesan (un artículo periodístico anuncia su inminente ejecución), se esboza el plan que la amante de Canelli pretende llevar a cabo o se ejecuta la fuga del correccional, circunstancias todas ellas que Fregonese planteó de modo escueto y contundente, confiriendo a Martes negro un ritmo envidiable que alcanza su momento álgido en el interior del edificio abandonado donde se produce el estallido de violencia final.
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Natalia