El cuento de Cenicienta ha sido fuente de numerosas adaptaciones cinematográficas, algunas de las cuales se presentan desde una perspectiva cómica en la que el protagonismo no recae en una joven huérfana sino en un joven que asume un rol similar al de aquella. En este caso se encuentran las comedias dirigidas por Gilberto Martínez Solares, Juan Lladó y Frank Tashlin, que ofrecieron el protagonismo exclusivo a un ceniciento masculino interpretado por humoristas de la talla de Germán Valdés "Tin-Tan", Miguel Gila y Jerry Lewis, de ahí que estén construidas en torno a la personalidad cómica y humorística de estos actores que dieron vida a tres inocentes que sistemáticamente son rechazados por el medio en el que destacan por su aparente ineptitud, pero sobre todo por mostrarse ajenos a la ambición y a la falsedad que definen a quienes les rodean. Aunque no alcanzó la fama internacional de su compatriota Mario Moreno "Cantinflas", Germán Valdés fue uno de los actores cómicos mexicanos más famosos de su época; en 1952 dio vida a Valentín, un joven pueblerino que se presenta en casa del matrimonio formado por Marcelo (Marcelo Chávez) y Sirenia (Magda Donato), quienes inicialmente le reciben con los brazos abiertos porque en su carta de presentación leen que posee capital y tierras, cuestión que les lleva a pensar que si lo manipulan y agasajan podrán sacarle el dinero suficiente para acabar con sus problemas económicos. Pero resulta que las posesiones de Valentín se reducen a poco más que la vieja ropa que lleva puesta y a unos doscientos pesos, así que, cuando descubren esta realidad, sus antiguos benefactores lo obligan a trabajar día y noche para resarcirse de los gastos que les ha generado. A partir de aquí este ceniciento sufre un trato denigrante que Andrés (Andrés Soler), su padrino, intenta cambiar ofreciéndole una visión de la vida en la que le enseña a beber, a jugar a las cartas o a bailar en locales que nunca antes había pisado, aunque el pensamiento de Valentín se centra en Magdalena (Alicia Caro), la misma joven que Marcelo desea para uno de sus hijos. En El ceniciento (1952) de Martínez Solares destaca la relación entre el huérfano y su padrino, un personaje que en un primer momento rinde homenaje a Días sin huella (Billy Wilder, 1945) y que resulta totalmente distinto a lo que se espera de un hado padrino al uso, ya que su talante picaresco y vividor provoca buena parte de las situaciones cómicas que se desarrollan a lo largo de esta entretenida y adulterada visión de un cuento del que apenas se descubre rastro alguno en la versión española que tres años después realizó Juan Lladó.
Miguel Gila y el propio Lladó se encargaron de escribir el guión de la historia de un ayudante de camarero, de pocas luces, famélico y minusvalorado tanto por sus compañeros como por los clientes, que sin piedad se mofan de él. Pero la inocencia de Felipe (Miguel Gila) le impide percatarse de que es el centro de las burlas de los jóvenes que acompañan a Clara (María Martín), la mujer de quien se enamora y con quien sueña casarse; aunque comprende que la muchacha en cuestión se encuentra fuera del alcance de sus posibles económicos. Para superar dicho obstáculo solicita la ayuda de uno de los asiduos del local donde trabaja, quien a regañadientes le cubre el boleto de una quiniela tan imposible que resulta premiada. Como consecuencia del premio se inicia una segunda parte en la que la presencia de Ricardo (Armando Moreno), el novio de Clara, cobra mayor protagonismo al intentar aprovecharse de la inocencia y de los sentimientos del nuevo rico para hacerse con su fortuna. Las dos partes en las que se divide El ceniciento rodado por Lladó se encuentran delimitadas por ese premio millonario, aunque ambas se caracterizan por el supuesto humor que destila el personaje encarnado por Miguel Guila, mejor humorista en espectáculos en directo que protagonista o secundario en comedias cinematográficas.
Años después, en el seno de la Paramount, Frank Tashlin dirigió una nueva versión del cuento, de las tres la más fiel al relato al decantarse por un ceniciento presto y solícito a la hora de cumplir los deseos de su ambiciosa madrastra (Judith Anderson) y de sus dos insoportables retoños, que han heredado de la madre la capacidad para denigrar al joven huérfano. A pesar de tratarse de una comedia irregular, El ceniciento (Cinderfella, 1960) posee momentos ingeniosos que siempre giran en torno al personaje interpretado por Jerry Lewis, a quien se observa sometido al control de esa implacable madrastra que domina el entorno por el que se mueve el film. Como sucede en otras películas de Tashlin la imagen juega un papel fundamental en la confrontación entre el protagonista, que se muestra tal cual es, y quienes le rodean. Este ceniciento nunca se queja de su situación, tampoco pretende que su cargante hado padrino (Ed Wynn) le proporcione la oportunidad de acudir al baile organizado por su madrastra con el fin de conseguir que Rupert (Robert Hutton), uno de sus hijos, logre casarse con la Princesa Encantada (Anna Maria Alberghetti). Pero en ese mismo baile el ceniciento acapara la atención de la joven, que sucumbe ante el desparpajo y la sinceridad de alguien que no puede ni quiere engañarla, aunque en ese instante mágico vista y se comporte de manera inusual, en un desdoblamiento de la personalidad característico en posteriores producciones de Lewis como realizador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario